Published On: Lun, feb 10th, 2020

BUENOS PRONOSTICOS. Un relato original de Ybrahim Luna

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Publicado en EOC nº 89/90

EOC 89 portadaClemente Uypan acaricia el filo del tumi que esconde en el bolsillo. Lo acaricia dolorosamente mientras en el horizonte, sobre el mar caliente, se agitan mil dioses hambrientos en una danza que oscurece el valle. Pero ya no es un valle, es una planicie costera surcada por feas quebradas bajo un sol que agoniza. Las huacas que se levantan a lo lejos fingen atajar los nubarrones que se aproximan por el oeste. Han pasado siglos y la sangre se ha dispersado en etnias migrantes que han dejado a Clemente y su familia solos y varados en una nada de sembríos muertos, casas vacías y animales arrasados por los huaycos.

Hasta hace siete años, la comunidad de Nueva Magdalena –algún supervisor aburrido debió bautizarla así- aún podía considerarse un asentamiento humano. Hoy, de sus nueve casas iniciales solo queda una, el resto son armazones semienterradas por el olvido. Hubo una época en que la gente podía vivir del cultivo de caña y de algunos árboles frutales, pero el suelo decidió perder su fuerza y absorber la poca agua del único río que lo cruzaba. Desde entonces, el lugar es un punto borroso para los conductores de buses que cruzan sin parar. 

La voz de la pequeña radio que Clemente lleva al cuello anuncia un promedio de treinta y dos grados de temperatura para esta semana, además de un período de lluvias que se extenderá por el resto del mes. ¡Hasta cuándo!, piensa Clemente, mientras retira arena de una de sus sandalias y limpia los bordes de su cuchillo ceremonial con su

bivirí. El fenómeno “El Niño” ha regresado luego de dos décadas con una furia inusitada, mezclando tormenta y calor en un coctel mortal. El norte del país se encuentra colapsado en muchas formas: falta de agua potable, servicio eléctrico interrumpido, carreteras bloqueadas, cultivos inundados, mercados desabastecidos, enfermedades, muertes, histeria, etc. El caos se extiende desde los puertos pesqueros hasta las primeras faldas de los Andes.

¡Cuánta hambre tienes, Naylamp!

A sus cuarenta y nueve años, Clemente aún posee la musculatura de un agricultor joven y ha sabido enfrentar la naturaleza solo con la habilidad de sus manos. Desde que arribó a este margen del mundo se propuso construir un espacio digno para su familia. Llegó con Maribel, su mujer, y su padre enfermo, huyendo de juicios y deudas, y se instaló como un colono en un territorio reclamado para las almas de la pobreza. Fue un pariente quien le avisó que la “Asociación Los nuevos hijos de Israel” invadiría estos terrenos olvidados del Estado y considerados arqueológicos en algún momento. Pero al llegar, jamás imaginó quedarse en un pedazo de país sin asomos de progreso. Las precarias casas que se levantaron se separaban por no menos de cuarenta metros y los servicios básicos no existían, ni existen.

Clemente Uypan tenía previsto trabajar unos años en las plantaciones de arroz, las que se  ubican a diez kilómetros al norte, para luego marcharse a Trujillo o quizá a Lima, donde está enterrada su madre. Pero su padre, un profesor de historia que se sabía de memoria los nombres de todos los incas y de todas las culturas precolombinas, se enamoró de este paisaje, sobre todo de unas huacas altivas que se erigían a lo lejos rodeadas de carrizo verde y algarrobos. Con el tiempo, Clemente amó por herencia esa imagen de majestuosidad perdida. Amó, también, el silencio fantasmal de las tardes y el correteo casi bípedo de las lagartijas, disfrutó del vuelo circular de los gallinazos y el crujir de las ramas secas, se hipnotizó con las pálidas noches de luna para hacer el amor y con el llamado ancestral de unos huesos humanos que halló mientras cavaba un silo para la familia. En suma, amó ser dueño de algo por primera vez. No importaba que fuese un espacio árido y silencioso, apenas interrumpido por la progresiva mudanza de sus vecinos, bastaba que fuese suyo.huayco1

Ya instalado, Clemente trabajó en la anual siembra y cosecha de arroz como tenía previsto, y en lo que fuera necesario el resto del año, desde pescador hasta ayudante de reciclaje de basura. A veces regresaba a casa cansado e insolado, con las manos rajadas y con el barro seco desde los pies hasta los muslos, pero satisfecho. Cuando su padre murió de neumonía, Clemente lo enterró en una colina de arena y sobre ella izó una bandera peruana prometiendo que convertiría este paraje en un lugar productivo y acogedor.

 Los años pasaron como si fuesen semanas o días, y bajo el cielo esquivo de Nueva Magdalena, Clemente y Maribel llevaron a cabo una amorosa técnica de repoblación, tuvieron tres hijos. Visitaron los hospitales de la ciudad de Puerto Nuevo solo cuando a Maribel ya la apremiaban los dolores de parto, y regresaron eventualmente para las vacunas de sus pequeños. Sus hijos crecieron sin colegio ni seguro social, apenas con la educación de casa. Hoy, Juan de once años, Daniel de nueve y Julia de siete, han sabido amar este espacio en el que les tocó vivir. Desde un inicio gozaron de la libertad de los arenales, del misterio de las rocas coloridas y de la sombra amable de algunos arbustos. Por entonces, Clemente viajaba cada fin de mes a la ciudad para traerles comida, ropa, algunos juguetes y libros de educación primaria. Su madre les enseñó a leer y escribir, y a curarse cuando alguna espina les hería los pies mientras corrían detrás de las bolsas plástica que lleva el viento. Pero hoy poco o nada queda de eso.

Un imponente y ruidoso helicóptero de la fuerza aérea los quiso rescatar hace unos días, cuando el primer desborde del río Mori los atrapó durante una hora en una isla de cartones y ramas. Pero nada convenció a la familia de dejar ese trozo de desierto mojado que era su hogar. Nada, ni los llamados imperativos de los militares ni las súplicas de las supervisoras. Aunque en el fondo, la familia sabía que no podría resistir otro embate similar. Aquel día llovió sorpresivamente, como si el cielo hubiese sido despanzurrado con un cuchillo. Los plásticos y calaminas de la casa aguantaron apenas el primer golpe. Luego de veinte minutos de precipitación llegó la calma, pero solo para dar paso a otra contienda. Las quebradas resecas y el río muerto de Nueva Magdalena se activaron, saturándose con un lodo oscuro que avanzaba violentamente. Kilómetros atrás, kilómetros adelante, decenas de hectáreas de cultivo y pequeños criaderos fueron arrasados. Todo, desde frágiles lechugas y maíces, hasta estoicos cerdos y terneros. Todo.

Mientras tanto en la TV los especialistas del SENAMHI aceptaban la imposibilidad de predecir la duración del infierno. Pero para Clemente Uypan, el problema no se hallaba en el clima o en los pronósticos, sino en algún lugar más allá del tiempo y el espacio. Y no se quedaría de brazos cruzados sabiendo que el destino, a veces piadoso, ofrece fórmulas divinas para ser corregido. Por eso espera, tumi en mano, que Maribel le traiga a sus hijos para ofrendarlos al horizonte alterado. Ese es el único calmante para las aguas y los vientos que no son otra cosa que las expresiones del hambre ancestral de Naylamp.  ¡Con qué descaro hemos violado tus huacas y profanado tus huesos buscando riquezas!, ¡Qué enojado debes estar!

Las teorías de Clemente lo inquietaron como una excentricidad desde hace mucho, pero tomaron forma de decisión recién hace unas semanas cuando una serie de eventos confirmaron su naturaleza mágica. Y no fueron grandes revelaciones, fueron sucesos cotidianos como cuando los camiones de basura de Puerto Nuevo empezaron a descargar su contenido cerca de Nueva Magdalena y Clemente halló entre los deshechos a reciclar un frasco de aceite para máquinas cuyo logo era un tumi rojo con la frase “4 en 1 – Peruano como tú”. O cuando uno de sus patrones lo llevó a un miserable puesto de comidas que mostraba en la entrada un almanaque multicolor de un bar llamado “El Tumi”. O el hallazgo que hizo de unas vasijas negras y un antiquísimo canal de regadío como señal de abundancia. Y todos esos sueños en los que caminaba por una playa llena de esqueletos de niños envueltos en telares, mientras a lo lejos pelícanos y gaviotas se lanzaban en picada al mar para no volver a salir. Y aquella oportunidad en que lo llevaron de viaje a la ciudad de Trujillo, y en una pollería quedó prendado de un tumi hecho de cobre que relumbraba colgado cerca del baño. Ese adorno que robó en un descuido de los mozos, que representaba a un hombrecito con alas y aretes parado sobre una hoja en medialuna, confirmó el llamado sagrado. Esa réplica moderna de unos veinticinco centímetros fue adquiriendo un filo mortal en sus manos, con el roce con piedras y otras superficies, fricción tras fricción, día tras día. Así pasó muchas tardes pensando y concluyendo que no estaba loco mientras convertía ese pedazo de metal en un arma cortante para los sacrificios que calmarían el diluvio, que era el mismo diluvio que había acabado con todo un pueblo hace varios siglos.

Ha empezado a correr mucho viento. Un viento caliente y amargo.CUBA-VENEZUELA-VESSEL-DONATIONS

Clemente tendrá que elegir a uno o dos de sus hijos. Puede ser el más grande y el más pequeño. Ya lo decidirá. Los tendrá que asfixiar o simplemente golpear en la cabeza con una piedra para tenerlos quietos. Luego de hacer un pago a la tierra les cortará el esternón y las costillas para extraerles el corazón como una ofrenda al blanco horizonte. Con su sangre regará todo el terreno posible y luego enterrará sus pequeños cuerpos junto a sus juguetes para que el universo comprenda el dolor humano y salve a esta tierra que deberá acoger a una nueva migración. Por eso espera con ansias a Maribel. Además, está cansado y tiene mucha hambre. Lleva casi un día y medio de ayuno como una forma de preparación espiritual. Nadie le dijo que debía ser así, simplemente se le ocurrió.

¡Soy un guerrero, un descendiente, carajo!

Las nubes se retuercen como en una lavadora gigante e invisible. La oscuridad de los bordes inferiores hierve de emoción. Son las cuatro de la tarde de un jueves de enero y empieza a llover. Las primeras gotas son gruesas y levantan una finísima capa de polvo al impactar con el suelo. Las gotas que siguen no son tan recias pero son más constantes. El suelo deja escapar un vaho tibio, una humedad caliente que se vuelve insoportable pero que se diluye pronto. Luego la lluvia es un torrente que ahoga a la misma respiración. Y en medio del mundo, cubierto con un grueso plástico azul, Clemente espera a Maribel. No debe tardar mucho, es el momento indicado. Una imagen borrosa sube la colina de tierra color mostaza. Es una silueta apenas perceptible para los ojos anegados de Clemente. Sí, es Maribel,…pero viene sola… ¡Qué has hecho, mujer!

Maribel llega sin fuerza donde Clemente. Está llorando. Al menos eso se deduce por los gestos de su boca, porque sus lágrimas son absorbidas por los tupidos chorros de lluvia que la bañan. ¡Qué has hecho, mujer!, se oye apenas debajo de la tempestad. Clemente toma por los hombros a su mujer y le pregunta por sus hijos. Ella le dice que los ha enviado a la ciudad y que están seguros, que es hora de parar con esa locura. Vuelve a llorar sin consuelo mientras la lluvia ciñe su vestido y alisa su cabello negro.

Clemente le asegura irá tras sus pequeños, que no deben haber avanzado mucho y que con su agilidad les dará alcance en media hora. Pero Maribel le dice que no es necesario, que ella dará su vida por ellos. Eso no es posible, le asegura Clemente, y la aparta de su camino decidido a emprender la carrera hacia algún lugar. Pero Maribel lo detiene del brazo y le habla. “Mi sacrificio es igual de valioso. Yo también traigo sangre nueva dentro de mí. Debo tener tres meses de embarazo o más. Es un niño o una niña. Alguien inocente. Eso también cuenta, amor”.

Clemente, más apremiado que conmovido, le pregunta -sin esperar respuesta-:

-¿Sabes que tengo que hacerlo, cierto? ¿Sabes que todo esto lo hago por ustedes?Tumi

Ella asiente sin dejar de llorar. Clemente la abraza con dulzura y le acariciar el vientre como si se tratase de un cristal muy frágil. Maribel cae de rodillas cubriéndose el rostro. Clemente se quita el inútil plástico azul que ya no lo protege y se ubica a espaldas de su mujer, la sujeta desde atrás por la frente con la mano izquierda, coge el tumi con la mano libre y le hace un tajo veloz y profundo en la latiente yugular derecha. La sangre de Maribel chisporrotea durante unos segundos y su humanidad convulsiona.

Clemente la sostiene con todas sus fuerzas. La muerte no es un asunto rápido si de drenar toda la sangre se trata. Maribel lucha contra un ahogo frío que le viene desde lo más profundo, un vértigo que solo puede ser conjurado con un grito. Pero Clemente le tapa la boca y jala su cabeza hacia atrás, dejando libre el centro del cuello para recibir unos tajos definitivos.

El tumi pasa y repasa. Los labios del corte se abren como si cantaran, alterando definitivamente el ritmo de la respiración. Esto no puede durar más, piensa Clemente que sufre por su compañera. El sacrificio es de ambos, se dice a sí mismo. Son minutos que parecen horas.

El cuerpo de Maribel se retuerce. Sus pobres manos toman forma de ganchos que quieren asirse al viento, a la interminable lluvia. Sus piernas rígidas luchan como tijeras que peinan la arena húmeda…, hasta que…todo acaba.

Al este, a dos kilómetros de distancia, Juan lleva a sus hermanos Daniel y Julia a la salvación. Conoce el plan de su padre porque se lo reveló su madre. Juan tiene once años y deberá hacerse cargo del futuro de sus hermanos a quienes traslada hacia el próximo pueblo que tenga alguna autoridad. Pero se han detenido exhaustos en medio de la nada gris de un desierto que solo ofrece plásticos atrapados por las zarzas. La lluvia ha sembrado el suelo de charcos desiguales donde poco se refleja.

Cruzando unos sucios y derribados cañaverales se termina el camino y solo hay un gran río que se ensancha cada segundo. Incluso Juan tiene la extraña visión de cómo unos cerdos, venidos de Dios sabe dónde, se lanzan desesperados a las aguas salvajes y se pierden para siempre.

El río que crece dobla en cierto punto y va en dirección contraria a la de los niños, hacia Nueva Magdalena. La desesperanza aflige a Juan que ya no puede proteger a sus hermanos que empiezan a ahogarse con la lluvia. Apenas pueden cubrirse con sus polos y con los forros de unos cuadernos. Y en medio de todo, un espantoso ruido los pone más en alerta. Es un punto gris en medio de la nada que al acercarse se vuelve una esperanza. El helicóptero del ejército los rescata y los traslada a Puerto Nuevo.

En el otro extremo del horizonte, en lo que alguna vez fue un valle, el diluvio ha erosionado las paredes de ruinas cercanas a las huacas, dejando al descubierto un hermoso mural en altorrelieve con escenas de la vida cotidiana de una cultura antigua.

Cuando la lluvia cesa, la claridad lacerante del mundo se impone a la oscuridad. Las nubes negras coquetean con el sol antes de diluirse como espuma. En medio de Nueva Magdalena, el cuerpo semienterrado de Maribel sobresale de la arena.

No muy lejos, Clemente observa el reflejo de su cuchillo bajo la luz de la tarde, y decide arrodillarse en medio del cauce de un río no muy cargado, esperando que el poderoso huayco que se aproxima se lo lleve para siempre. Y así, quizá, más allá del tiempo y el espacio, poder hacerle varias preguntas y reclamos al indescifrable Naylamp.

Ybrahim Luna

(Perú)

CUANDO LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN?????????????????????????????????????????????????????????????????????

Trujillo, Perú – 2019 Hace unas semanas, un equipo de arqueólogos peruanos y estadounidenses, financiados por National Geographic, hizo el anuncio del descubrimiento del que sería el sacrificio ritual de niños más grande de la historia. El escenario es el distrito costero de Huanchaco en Perú, y los sucesos se dieron entre los años 1400 y 1450, durante el apogeo de la cultura preinca Chimú.

Los primeros hallazgos (que ocurrieron progresivamente desde 2011) fueron de los esqueletos de 137 niños acompañados de 206 llamas jóvenes en la zona de Huanchaquito-Las Llamas.

huayco2Meses después se toparon con los restos de otros 132 niños y 260 llamas jóvenes en la localidad denominada Pampa La Cruz. Hasta el momento, el número de infantes hallados, cuyas edades fluctúan entre 5 y 12 años, bordea ya los 450. La mayoría de cuerpos presenta cortes en el esternón y fueron enterrados en dirección al mar.

Una de las principales teorías es que estos sacrificios-ofrendas se dieron para aplacar las anomalías climáticas extremas, como el “Fenómeno El Niño”, atribuidas a causas sobrenaturales.

En los distritos de Huanchaco y Moche, de la provincia de Trujillo, se ubican dos importantes centros arqueológicos precolombinos: La gran ciudadela de barro de Chan-Chan y las Huacas del Sol y la Luna, que acogieron a las culturas Chimú y Moche, respectivamente.

GLOSARIO BÁSICOHuacasTrujillo

Tumi: cuchillo ceremonial metálico usado en el Antiguo Perú por las culturas Moche, Lambayeque y Chimú. El mango del cuchillo es una representación de Naylamp.

Naylamp: deidad mitológica de la cultura Lambayeque o Sicán. De acuerdo a relatos recogidos, provino del mar y trajo la civilización a las tierras del norte del Perú. Se le representa con rasgos antropomorfos y zoomorfos combinados.

Huaca: pirámide trunca escalonada hecha de adobes de barro.

Huayco (o huaico): desplazamiento violento de agua, lodo y bloques de roca a través de quebradas o valles.

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