Published On: Lun, nov 11th, 2013

LA SANTA COMPAÑA: UNA REFLEXIÓN CRÍTICA

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Publicado en EOC nº 74

EOC 74 PORTADA

Hace más de siete años, los abajo firmantes emprendimos un viaje a Galicia con la intención de, entre otros fines, recabar testimonios de encuentros con uno de los presuntos enigmas más fascinantes a nuestro juicio: la Santa Compaña. Y lo que nos encontramos nos llamó la atención más de lo esperado, debido a un giro de los acontecimientos a priori inesperado. Pero no adelantemos acontecimientos…

A día de hoy, Víctor es ya licenciado en psicología y David en periodismo, pero por aquel entonces éramos tan solo dos jóvenes estudiantes universitarios a los que estos temas nos apasionaban, en ocasiones, más allá de nuestro cuestionable juicio crítico. Y lo que recogimos en aquel viaje austero nos dio que pensar. Aunque ofrecimos parte de dichas pesquisas en nuestro programa de radio “La Sombra del Espejo”, jamás escribimos nada al respecto… hasta ahora. Creemos que con el paso de los años y la madurez que ello supone, amén de las grabaciones que obtuvimos y las pocas notas que en su día recogimos, cuyas conclusiones extraídas de nuestros cuadernos fueron “resultados cuasi-nulos y fiasco de expectativas”, pueden, quien sabe, aportar un mínimo bosquejo de ideas que quizá no se tengan tan en cuenta como deberían a la hora de abordar esta temática. Sin más, comencemos.

Las cosas no son como parecen 18 de Septiembre de 2006. Tras encuestar a más de una docena de personas en los días previos sin obtener resultado alguno en lo que concierne a avistamientos de la santa compaña, fue en el bonito pueblo costero de Laxe (A Coruña) donde tuvimos la ocasión de recoger un testimonio que, en primera instancia, nos llenó de esperanza. Se trataba de Isabel, encargada de un pequeño quiosco, que con un marcado acento gallego nos empezó a narrar lo siguiente: “Mi madre murió en un mes de abril y en esa época era cuando bajaban los caballos. Mi hermano estaba acompañando a mi madre esperando a que muriera, a lo que escuchó una campanilla. Nos temimos lo peor, pero como mi hermano era muy valiente fue a asomarse a ver qué era. Y dijo: pues va a ser cierto, va a ser cierto lo que cuentan. Abrió las ventanas y al ser luna llena, observó unos bultos negros andando por la playa que, debida a la disposición de la casa, se oteaban a cierta distancia. A lo que dijo: nunca lo quise creer, pero al final va a ser cierto…”. Isabel nos mantuvo expectantes. Parecía que, al fin, nos habíamos topado con una testigo de lo insólito. Pero Isabel continuó su historia: “Así que cogió mi hermano y dejó a mi hermana que estaba en la silla durmiendo, dio la vuelta tras bajar a la calle y se fue él solo a contemplar aquello de cerca. Bueno, pues resulta que en el mes de abril venían las yeguas de la aldea a buscar a los machos. Las yeguas venían con los potros y los potros tenían las campanillas. Esa era la explicación, y así eran los miedos de antes”. Nuestro gozo mistérico en un pozo. Lo que en un principio parecía la Santa Compaña rondando el cadáver de la madre de Isabel, finalmente fue descubierta por uno de sus hijos como algo bastante más terrenal.

Santa Compaña

Aún así, no desistimos y seguimos buscando por el pueblo a alguien que colmara nuestras ansias de misterio. Hasta que dimos con Tono, el apodo que recibía nuestro siguiente protagonista, el cual, al preguntarle por tan funesta comitiva, nos contó: “Yo antes andaba con un personaje muy popular de este pueblo, y cerca de la playa, en una noche, desde tierra se veía el boliche (un arte de pesca). Era una época en la que no había luz. Bueno, pues este señor me contaba todo creído que vio desde su ventana como un farol en movimiento, a lo que salió a ver que era, muy cabreado ya que podría tratarse de una desleal competencia en la venta del pescado. El caso es que aquello se desplazaba por la playa como huyendo de él, de modo que mi amigo pensó que aquello podía tratarse de la mismísima Santa Compaña. Cuando por fin logró acercarse, vio que aquel extraño ser era un hombre que, al parecer, estaba buscando sus ropas cerca del agua”. Caso cerrado. Empezábamos a tirar la toalla.

Miedos infantiles… y no tan infantiles Lo cierto es que seguimos en nuestro empeño, cada vez más mermado, de dar con un caso de auténtica Santa Compaña cuando, preguntando a diestro y siniestro, conseguimos dar con un lugareño que, jugando la partida de rigor en el hogar del jubilado, nos dijo lo siguiente: “La gente joven ya no está con esos pensamientos, que son de viejos y que lo relacionaban con entierros y visiones que estos tenían. Los jóvenes pasan de eso, no se comenta, no se preocupan por esas cosas porque ya no creen en ellas”. Extrañados ante tan tajante afirmación, sentenció de la siguiente manera: “En las familias más humildes, de tradición más arraigada, se infundía el temor en los niños para poner orden en la casa. No hacía falta que existiera o no la Santa Compaña porque el temor que esta inducía era suficiente para amedrentar a los más pequeños, algo que ni siquiera pasaba en las casas más urbanas”. ¿Estábamos, quizá, ante una leyenda que se utilizaba para originar temor en ambientes rurales? Aunque eso, claro está, en absoluto invalida que dicha leyenda sea cierta. Pero la reflexión da que pensar…

Cambiando de pueblo, nos desplazamos hasta el famoso santuario de San Andrés de Teixido, pues, como dice la leyenda, “va de muerto quien no va de vivo”. Quién sabe si allí obtendríamos respuestas a nuestra sed de encuentros con lo inexplicado. Allí pudimos entrevistar a Vicente Bretal Sande, delegado regional de santuarios de las diócesis de Galicia, así como párroco de la iglesia de San Andrés de Teixido. Vicente se mostró tajante: “Son cosas que dependían de la cultura de cada zona. No había radio, ni televisión, ni nada. Por eso la gente se reunía para hablar, rezar rosarios, contar leyendas… Muchas historias eran artificiales para asustar a los demás. Por ejemplo, se vestían con una sábana en mitad del camino para asustar a fulanito y eso unido a la ignorancia que podía haber… Incluso podía derivar en algún tipo de enfermedad nerviosa”. Mala combinación, añadimos nosotros.

En lo que respecta al tema que nos atañe, Vicente nos contó varias historias: “Un vecino mío, que creo que tenía algún tipo de enfermedad mental, una noche no llego a casa, apareció a 20 km de su hogar y decía que le había llevado la Compaña. También mi padre, un joven labrador en los años 20, me contó que una madrugada volvía de un baile, desde muy lejos, y tenía que pasar delante de la iglesia y su cementerio. Cuando lo hizo, se percató de que, a cierta lejanía, desde la puerta de la iglesia una mano le llamaba. El caso es que en vez de huir se acercó, y la mano resulto ser un papel con un aviso municipal que estaba sujeto a la parte alta de la puerta y ondeaba con el viento. Si él hubiese escapado, quizá su historia hubiera sido otra”. ¿Hubiera creído que la Santa Compaña le llamaba desde la mismísima puerta de una iglesia cercana a un cementerio? Vicente apostilló con otra historia: “un pariente mío me contaba como en noches oscuras, sin luna, se gastaban bromas unos vecinos a otros aprovechando la férrea creencia en este tipo de cosas. Es la trampa que estas historias encierran. Se disfrazaban con sábanas y las víctimas escapaban despavoridas”. Más de lo mismo. La suma de todos los relatos anteriormente expuestos nos decían a las claras que, en muchas ocasiones, nada es lo que parece.

Psicología vs. Santa Compaña Actualmente hay dos posturas acerca de por qué no aparece actualmente la Santa Compaña. La racional, que explica que con la llegada de la iluminación y el asfaltado ya no hay cabida a historias de fantasmas ya que nunca existieron, y la creyente religiosa, que argumenta que ya no hay visiones de esta procesión porque se hacen más misas por los muertos. Lo que está claro es que no siempre nuestras percepciones son fieles copias de la realidad. Desde la psicología de la percepción, se afirma que cuando percibimos un estímulo visual, nuestra interpretación o discriminación del mismo está relacionada con nuestro conocimiento previo y el estado emocional presente. El conocimiento previo (marco cultural, experiencias con el medio ambiente) y el estado emocional (miedo), son claves para que se produzcan estos y otros tipo de fenómenos.

Por lo general, los estímulos observados los conectamos entre sí con ideas e impresiones que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida. Y ciertas zonas de Galicia son el caldo de cultivo, en nuestra opinión, perfecto para dichas conexiones pues las creencias populares o ancestrales están lo suficientemente arraigadas como para que pasen factura en las circunstancias adecuadas (oscuras noches sin luna, estado emocional complicado en el velatorio de un cadáver o situación de enclaves religiosos o relacionados con la muerte como una apartada iglesia ubicada junto a un cementerio). Y si a eso le sumamos la carencia del tendido eléctrico hasta mediados de siglo en ciertos lugares, la cosa se acentúa. La neuropsicología ha demostrado cómo, la vía principal (tálamo-corteza-amígdala) tarda más en procesar los estímulos ya que son percibidos a un nivel superior al estar involucradas áreas corticales de análisis más tardío. La vía secundaria (tálamo-amígdala) es más directa pero menos precisa, lo que nos permite responder a un estímulo interpretado como “potencialmente peligroso” antes de que conozcamos de forma exacta cuál es el estímulo real.

Esto nos puede dar una pista de cómo este tipo de procesamiento de la vía secundaria, unido a la percepción visual errónea de los testigos, lleva a que un sinfín de personas en mitad de la noche y condicionados por el folklore gallego hayan visto a la Santa Compaña u otro tipo de seres (dependiendo de las leyendas aprendidas). Cuando a los protagonistas de nuestras entrevistas no les invadió por completo el miedo y fueron impulsados por una curiosidad racional, pudieron desvelar la realidad de los acontecimientos. Lo que visto de lejos en mitad de la noche puede parecer un ser fantasmal, luego resulta ser un simple árbol agitándose por el viento. Igualmente esto nos puede pasar con otros canales sensoriales. Y lo que la lógica nos da a entender es que los testigos que han creído ver a la Santa Compaña lo han hecho regidos por esa primera interpretación más directa pero menos precisa, en donde lo que estaba activo era la parte más emocional de escape que nos ayuda a sobrevivir.

Las personas que huyeron sin tener una curiosidad investigadora o no quisieron enfrentarse con la mirada directa y cercana a estos seres, seguirán contribuyendo a engrosar la lista de leyendas, ya que la mente, ante falta de información, siempre intenta atribuirle un sentido, una estructura y una gestalten (dar forma), aunque esta no sea verdadera. ¿Significa todo esto que la Santa Compaña no existe? ¿O que es una fabulación explicada por factores de tipo psicológico unidos a un arraigado sistema de creencias religiosas? Para nada. Desconocemos por propia experiencia la existencia de casos reales, eso es cierto, pero no cuestionamos la posibilidad de que estos se hayan dado. Lo único que hemos pretendido con este pequeño artículo para EOC es recopilar el resultado de nuestro humilde trabajo de campo al respecto, aquel que inocentemente concluimos como “resultados cuasi-nulos y fiasco de expectativas” en 2006, para lanzar una serie de hipótesis que, creemos, deberían tenerse en cuenta a la hora de analizar casos de esta índole. Ni ha de ser oro todo lo que reluce, ni latón lo que deja de relucir. Esta fue nuestra experiencia y nos encantaría ponerla en entredicho con testimonios que nos hagan replantearnos las pesquisas arriba expuestas. Sea como fuere, casi tan apasionante nos parece el hecho de que pueda haber casos reales de la Santa Compaña, como los tramposos mecanismos psicológicos que hacen al ser humano creer que se está enfrentando realmente a lo imposible. Seguiremos indagando. En ambos bandos.

David Cuevas y Víctor Ortega

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