Published On: Jue, nov 7th, 2013

LA SABANA SANTA Y LOS TEMPLARIOS: REVISION HISTORICA DE UN MITO

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Publicado en EOC nº 70

sindone2La síndone aparece, por “generación espontánea”, a partir de la segunda mitad del siglo XIV, en la pequeña localidad francesa de Lirey y bajo la tutela de la familia de Charney. Es este un dato incontrovertible que cuenta con pleno apoyo documental. Sin embargo, la trayectoria de la reliquia antes de estar en manos de dicho linaje resulta pura especulación. Estamos hablando de más de 1300 años de incómodo silencio que muchos han intentado romper, en parte, conectando al sudario de Turín con, por ejemplo, el Mandylion de Edessa, aunque los orígenes legendarios de este lienzo no tengan nada que ver con la crucifixión de Jesús. El Mandylion tiene por fundamento una serie de narraciones piadosas totalmente alejadas de la crónica evangélica. Según dichas leyendas esta tela reproduciría únicamente el rostro de Cristo en vida, obtenido de manera milagrosa tras solicitar al mesías que propiciara la cura de un monarca enfermo. Sin embargo, algunos sindonólogos, creen que en verdad dicha tela sería el actual Santo Sudario de Turín. Para ello hacen caso omiso de la leyenda y, aunque todas las descripciones conservadas de dicho mandylion refieren que únicamente podía verse en ella la cara de Jesús con los ojos abiertos, aquellos mismos investigadores consideran que eso era así porque la tela se mostraba doblada, enseñando tan solo una parte – la cabeza – , mientras que el resto de la figura humana de Cristo permanecería oculta en el doblez. La hipótesis, aunque imaginativa como vemos, intenta salir a flote retorciendo buena parte de sus argumentos, haciendo lecturas interesadas de las fuentes griegas y despreciando aquellos otros datos registrados que irían en contra de ella. Es una cuestión larga de contar aquí y que bien merecería un artículo aclaratorio.

También buena parte de los sindonólogos defienden que aquel mandylion/sudario de Cristo, tras algunos avatares históricos, habría acabado en la corte de Constantinopla donde se mantuvo como objeto de veneración pública hasta el siglo XIII. En aquel momento, los cruzados asaltaron la ciudad y sus tesoros, llevándose consigo la reliquia dentro de la vorágine de un saqueo que llenó de estupor a la Cristiandad europea. Pues bien, es en este punto donde habría que incorporar a los templarios como los siguientes custodios del lienzo desde el siglo XIII hasta el XIV.

Ian Wilson: el artífice de la conexión templaria

El primer autor relevante que aventuró la posibilidad de que el actual sudario de Turín hubiera estado en manos de la orden templaria fue Ian Wilson. Este investigador, graduado en Historia Moderna por la el Magdalen College de Oxford, saltó a la fama gracias a una obra fundamental para la sindonología: The Turin Shroud: The Burial Cloth of Jesus Christ? publicada en 1978. Precisamente, a este libro debemos en muy amplia medida la hipótesis, antes resumida, de que el Mandylion de Edessa fuera en verdad la Sábana Santa de Jesús. Con ello, Wilson creía estar en condiciones de cubrir la historia de la reliquia desde el siglo I hasta los primeros años del siglo XIII. Sin embargo, a partir de entonces ¿cómo podría explicarse su aparición enFrancia casi 150 años más tarde? Para Ian Wilson el recorrido más plausible sería el siguiente:

  • Los templarios se hicieron con la síndone de manera secreta durante el denominado saqueo latino de Constantinopla del año 1204. Quizás esperaban obtener alguna ganancia económica de ella o simplemente reconocieron el enorme valor religioso que portaba.
  • Desde esa fecha y hasta la desaparición de la orden hacia 1314, la síndone permaneció en Occidente empleada como elemento litúrgico de algunas ceremonias internas del Temple. Wilson apoya esta suposición tras leer e interpretar algunos de los testimonios recogidos en los interrogatorios realizados a los templarios durante el proceso final de la milicia religiosa. En dichas actas varios caballeros confesaron haber adorado a unos ídolos con forma de cabeza y denominados por algunos baphomet. A juicio del historiador inglés, tales figuras bien pudieran ser copias del rostro representado en la síndone y empleadas dentro del rito de ingreso en la orden.
  • Por otro lado, sabemos de la existencia de un tal Geoffrey de Charney, preceptor de los templarios en Normandía que fue ajusticiado en marzo de 1314 durante la persecución general que disolvió a la orden. Su apellido se corresponde con el de la familia antes citada, de la que puede afirmarse con absoluta certeza que custodiaba la Sábana Santa, al menos, desde mediados del siglo XIV. El apellido compartido delataría la conexión genealógica, si bien ésta sería la única prueba al respecto, puesto que no se conoce otra documentación con la cual pudiera avalarse semejante vínculo consanguíneo. No obstante y en opinión de Wilson, Geoffrey sería un antepasado directo y muy relevante de dicho linaje. En concreto estaríamos ante la persona que, discretamente, les habría proporcionado la reliquia para así ponerla a salvo en aquellos momentos dramáticos de acoso judicial al Temple, embargo de sus bienes y previos a su propia muerte en la hoguera junto a los otros freires condenados.
  • El silencio mantenido por la familia Charney acerca de la procedencia de la reliquia, sería, según Ian Wilson, un argumento más a favor de los orígenes templarios de la síndone: El linaje, sabedor de que aquella reliquia perteneció a una orden militar considerada herética, habría ocultado su pasado templario para evitarse problemas. Por eso, cuando empiecen las exhibiciones públicas de la síndone en la colegiata de Lirey se omitirá toda alusión a dicha etapa vergonzante. Además, por entonces, la familia Charney estaba emparentada políticamente con el papa Clemente VII, lo que obligaría a actuar con mucha cautela.

Estos son los cuatro puntos principales de la hipótesis defendida por Wilson. Resultan francamente sugerentes como otras de las teorías que veremos en este artículo. Sin embargo, al igual que ocurrirá con las restantes, lo que interesa aquí no es dejarse seducir por la belleza o fantasía más o menos desbordante de sus postulados, sino, precisamente, determinar cuál es el fundamento histórico y documentado de los mismos. Y es en el terreno de las evidencias o de los indicios fehacientes donde estos elaborados colosos teóricos demuestran tener unos frágiles pies de barro.

La réplica de Malcom Barber

En el caso de Wilson, la respuesta a sus disquisiciones vino dada ya en 1982 por uno de los principales especialistas medievales en la historia del Temple: Malcom Barber. Sus reparos aparecieron ampliamente desarrollados en el artículo “The Templars and the Turin Shroud” publicado dentro de la revista Catholic Historical Review. Las objeciones de Barber tienen en el punto de mira a todos y cada uno de los planteamientos defendidos por Wilson. Por ejemplo, Barber sigue sin ver claro que el denominado sudario estuviera en la corte de Constantinopla. Las fuentes francesas y griegas mencionan genéricamente diferentes telas vinculadas a Jesús: sudarios mortuorios, paños de la Verónica, mandylion de Edessa… sin que, dada la parquedad de las descripciones, resulte fácil distinguir cual sería cada una de ellas ni su destino posterior. A la confusión de los lienzos habría que añadir el silencio de las fuentes coetáneas sobre la supuesta participación de los caballeros templarios en el saqueo de Constantinopla. Y, finalmente, otro aspecto que llama la atención a Barber es que los nuevos custodios del lienzo se apoderaran de la reliquia y la mantuvieran en secreto, cuando lo más habitual entonces resultaba ser que los receptores europeos –reyes y monasterios- de las piezas sagradas saqueadas en Constantinopla hicieran alarde público de tales adquisiciones. Conviene recordar que el culto a las reliquias solía traducirse en peregrinaciones populares y donaciones económicas. Eran, por tanto, una muy lucrativa fuente de ingresos y la orden del Temple necesitaba dichos ingresos para financiar sus posesiones y campañas militares en Tierra Santa. ¿Podrían permitirse los freires templarios estar en posesión de un tesoro sagrado de tal calibre como la Sábana Santa y no sacarle rendimiento religioso y pecuniario? ¿Qué razones habrían de tener para ocultarlo? De nuevo, nos encontramos con un silencio embarazoso en las fuentes conservadas y ningún indicio razonable que lo justifique.

La razón aducida por Wilson es que el sudario se utilizaría en secreto durante ciertas liturgias o ceremonias internas de la orden, de ahí que no trascendiera su presencia a las crónicas o documentos medievales. Pero, este planteamiento nos colocaría en la tesitura intelectual de perseguir a un fantasma, dado que vamos detrás de algo que nadie parece haber visto, que no sabemos si está o no manos de los templarios, pero en caso de estarlo se mantendría oculto por razones igualmente desconocidas. La espiral de especulaciones sobre más especulaciones resulta así excesivamente alambicada y Wilson aporta, a su juicio, un indicio para intentar volver a ponernos con los pies en el suelo. Se trata de la posibilidad de que los baphomet citados en algunos interrogatorios de los freires tras su detención, pudieran ser rostros inspirados en la cara de Jesús mostrada por la síndone. Obviamente, tampoco aquí se aporta ninguna prueba que sirva para conectar al baphomet con el actual sudario de Turín. Únicamente, se parte de que ambos tendrían en común aludir a una figura humana.

Pero ¿qué era el baphomet? Como sobre este particular dedicamos un extenso artículo en EOC nº 68, no entraremos en más detalles al respecto. Simplemente, recordaremos que el baphomet formó parte de una campaña general de difamación contra los templarios en la cual, uno de sus puntales habría sido presentarlos ante el pueblo y la Iglesia como fervorosos musulmanes y anticristianos. Además, los informes inquisitoriales hablan siempre de un ídolo o estatuilla esculpida, por lo general, en madera, mientras que las descripciones del mismo atribuidas a los interrogados no siempre coinciden entre sí: unos aseguraron haberlo visto con barba, otros sin ella, otros con tres rostros… Por ninguna parte de dichas actas asoma la referencia a un lienzo que tenga cierto parecido con la figura del actual sudario de Turín.

Finalmente, siguiendo con las objeciones de Barber, este investigador considera absolutamente especulativo que pudiera haber una conexión familiar entre Geoffroi de Charney, preceptor de los templarios en Normandía, y el Geoffroi de Charney de Lirey, padre a su vez de Geoffroi II de Charney, quién mostrara la sábana en 1389. No existe ningún documento o noticia que apoye tal vínculo genealógico más allá de la coincidencia del nombre. Del preceptor templario en Normandía sabemos que sufrió tormento y muerte en las llamas junto con el gran maestre Jacques de Molay en 1314. Mientras que el procedente de Lirey falleció en la batalla de Poitiers de 1356. Por otro lado, Geoffroi era un nombre relativamente común entonces y Charny una localidad francesa de la que podía proceder mucha gente. A estas consideraciones de Barber debemos sumar la posibilidad, apuntada por otros investigadores, de que la reliquia mostrada en Lirey no perteneciera, en primera instancia, a Geoffroi de Charney, sino a su mujer Jeanne de Vergy, por lo que el presunto lienzo de Jesús habría llegado al matrimonio a través de la rama femenina del mismo. En este caso a la familia Vergy no se le conoce ningún ancestro templario de relevancia.

Barbara Frale: la sombra de Ian Wilson es alargada

Aunque la presunta conexión de la síndone de Turín con el Temple pareció cerrada dentro del mundo académico tras el contundente artículo de Malcom Barber, en fechas recientes se ha reabierto el debate gracias a la aportación de una historiadora italiana.

Barbara Frale es una archivera de reconocida trayectoria historiográfica perteneciente al Archivo Secreto Vaticano y que ya tenía tras de sí algunos importantes estudios sobre el proceso a los templarios. Dentro de sus logros profesionales está el hallazgo, en 2004, de un documento especialmente revelador: el denominado pergamino de Chinón. Se trata de un diploma, fechado el año 1308 en el castillo francés del mismo nombre y sede de parte de los juicios contra el Temple. Su tenor recoge la petición del papa Clemente V de absolver al maestre Jacques de Molay, así como retirar los cargos de traición, herejía y sodomía contra él dirigidos. La absolución nunca logró su propósito, pero vendría a demostrar que el papado no estaba en total sintonía con el rey Felipe el Hermoso cuando este mandó perseguir, encerrar y ejecutar a todos los miembros de la orden.

Estamos, por tanto, ante una historiadora ciertamente versada en paleografía y diplomática medieval, e incluso especializada en la materia templaria. El año 2009 sacó a la luz un libro titulado I Templari e la Sindone de Cristo (Trad. castellana en Los templarios y la Sábana Santa, Alianza editorial, Madrid, 2011), trabajo en el que exponía su tesis de que los templarios, en efecto, habían guardado la síndone. Aunque no acertaba a resolver la manera en que llegó la reliquia a poder de la orden, sí que Frale tenía claro el objetivo de su posesión: en aquellos años habían conseguido difundirse por Europa algunas herejías que, como los cátaros, negaban la naturaleza terrenal de Jesús. Estos movimientos religiosos aceptaban a Cristo, pero entendiéndolo exclusivamente a modo de espíritu angelical y no como un hombre de carne y hueso. Sin embargo, las manchas de sangre presentes en el santo sudario venían a decir lo contrario, con lo que la reliquia se convertiría así en un argumento teológico de peso para combatir todos aquellos pensamientos heterodoxos. Ese era el verdadero poder del lienzo y de ello fueron conscientes los templarios. Si no lo enseñaron fue, precisamente, por temor a que una prueba de tal calibre fuera robada y destruida por los partidarios de la herejía.

No cabe duda de que la idea propuesta por Frale es sugerente, pero también cabe plantearle varias objeciones. ¿Cómo el Temple podía combatir tales doctrinas heterodoxas manteniendo oculta el “arma” con la cual pretendía desmontarlas? Por otra parte, ya existían algunas presuntas reliquias en varios lugares de Europa que parecían reflejar a la perfección la naturaleza carnal de Cristo como ampollas con su sangre o el mismísimo prepucio de su circuncisión. Además, difícilmente hubieran convencido a los cátaros exhibiendo el sudario funerario de Jesús, porque esta corriente religiosa directamente negaba todo valor a cualquier reliquia al considerarlas objetos fruto del materialismo que dominaba este mundo terrenal y, por consiguiente, obra del diablo. Los cátaros no hubieran intentado apoderarse de ella, simplemente la habrían despreciado por falsa y demoniaca.

Pero todas estas objeciones expresadas por mi parte no sirven de nada si, efectivamente, Frale consiguiera aportar indicios de que los templarios poseían la preciada reliquia. Una circunstancia que como vimos, Ian Wilson no fue capaz de llevar a cabo con solidez. En esta ocasión, la investigadora italiana acude, de nuevo, a los testimonios pronunciados por los templarios durante su arresto. Frale cree detectar en ellos la alusión no ya a ídolos de madera, sino a telas pintadas con figuras similares a Cristo. De este modo directo podríamos estar ante veladas referencias al sudario de Turín. En concreto habla de tres confesiones:

  • Guillaume Bos, interrogado en Carcassonne en 1307.
  • Jean Taylafer, interrogado en París en 1310.
  • Arnaut Sabbatier, interrogado en Carcassonne en 1307

En el testimonio inquisitorial del Guillaume Bos, Barbara Frale localiza una expresión curiosa: “signum fustaneum” que la investigadora traduce como figura de fustán o tela de algodón. Dicho objeto aparece en el contexto de un ritual de veneración, en la cual el templario tuvo que participar durante su ingreso en la orden: E inmediatamente fue llevado hacia aquel lugar y se le mostró una especie de diseño en paño de tela de algodón. Se le preguntó quién era la figura representada allí, respondió que estaba tan asombrado de lo que le hicieron hacer que apenas pudo verla, ni acertó a distinguir quién era la persona representada en aquel dibujo: le parecía que estaba hecha de blanco y negro y la adoró.

Según Barba Frale, también Jean Taylafer tuvo ante sí una figura similar a la contemplada por Bos. En este caso, la historiadora italiana no presenta en su libro el fragmento de la declaración atribuido a dicho templario, sino que opta por hacer un apretado resumen del acta. En concreto, refiere que se trataba de un dibujo con forma muy indefinida, tono rojizo y en él podía observarse una suerte de cabeza humana a tamaño natural. Finalmente, el último testimonio ofrecido por Frale se refiere Sabbatier quién afirmó haber adorado la imagen de un hombre contenida dentro de un lino y cuyos pies besó el freire en varias ocasiones: quoddam lineum habentem ymaginem hominis, quod adoravit ter pedes obsculando.

A juicio de la investigadora italiana, estos tres testimonios resultarían indicios con una calidad suficiente como para considerar absolutamente fundada la posibilidad de que la orden del Temple exhibiera y usara el actual sudario de Turín en ceremonias secretas. Las alusiones de los interrogados a una figura y rostro humanos, de proporciones y tamaño natural, representada sobre una tela de algodón o lino serían el tipo de pruebas que los defensores de esta hipótesis, tales como Ian Wilson, habrían estado buscando.

La réplica de Andrea Nicolotti.

Pero la reacción del mundo académico no tardó en producirse e investigadores como Andrea Nicolotti de la propia Universidad de Turín se pusieron al frente de la misma con vehemencia. El debate llegó incluso a los periódicos nacionales como el Corriere de la Sera. Lo cierto es que razones no les faltaban por que estos críticos observaron cómo había una enorme discrepancia entre lo que Barbara Frale había citado en su libro y aquello otro que en verdad decían los textos medievales. Así, para el testimonio de Gillaume Bos, no habría que transcribir “signum fustanium” (“figura de fustán”) sino “signum fusteum” (“figura de fuste o madera”). Para aclarar esta cuestión paleográfica, lo más adecuado siempre es acudir a la expresión recogida dentro del propio documento original.

En la imagen podemos ver la segunda palabra acabada con la sílaba “te” y unida a una “u” junto con un lazo que sobrevuela el cuerpo de dicha letra. Ese lazo corresponde a una típica abreviatura medieval “um”. De hecho, puede identificarse un uso idéntico en la palabra anterior “signum”, concluida de igual modo. Por consiguiente, no cabe leer “fustanium”, porque no hay rastro de ninguna “ani” y sí “fusteum” relativo a madera.

Un estudio más ampliado de este análisis crítico se puede encontrar en el portal web especializado en misterios del cristianismo http://www.christianismus.it perteneciente al citado investigador de la Universidad de Turín, Andrea Nicolotti. A sus trabajos remitimos para que el lector reciba más información. Especialmente recomendable, también, es su reciente libro al respecto I Templari e la Sindone. Storia di un falso, Salerno Editrice: Roma, 2011.

En el caso del Jean Taylafer, el error de Barbara Frale viene al omitir en su estudio la declaración completa de este templario: Interrogado, respondió que en el día de su recepción le fue puesta una cabeza sobre el altar de la capilla en la cual fue recibido, y le dijeron que debía adorar aquella cabeza. Interrogado sobre si aquela cabeza era de oro, plata, bronce, madera , hueso o de otro material, respondió que no lo sabía porque no se aproximó mucho, parecía la efigie de una imagen de un rostro humano. (…) Interrogado sobre el tamaño y la dimensión de aquella cabeza, respondió que era tan grande como una cabeza humana. Los materiales con los que Taylafer especula, denotan que implícitamente este freire tuvo ante sí una suerte de estatua o relieve colocado sobre el altar. No resulta concebible que le mostraran una tela o lienzo hecho de oro, plata, bronce, madera o hueso.

Por último, en el caso de Sabbattier, la historiadora sí que extracta las palabras literales del documento medieval. En este caso, los críticos aceptan la lectura paleográfica, pero entienden que estaríamos ante un error de transcripción del copista. El escribano, en lugar de escribir “lineum” (lino), que es como aparece en el texto original, debió omitir una “g” ente la “n” y “e”. Dicho descuido cambia el sentido completo de la palabra para pasar así de “lineum”(lino) a “ligneum” (leño/madera). Además, el extracto completo de este interrogatorio, que Barbara Frale tampoco nos muestra, ofrece algunas pistas más del sentido correcto que debe darse al término y del descuido del copista: Se le presentó un crucifijo y un “lino(lineum) / leño (ligneum)” que tenía la imagen de un hombre que ellos adoraban besándole los pies a la vez que escupían renegando sobre el crucifijo. ¿Resultaría aceptable pensar que los templarios iban en la misma ceremonia a besar y a renegar de Jesús? Recordemos que interesaba mostrar a la opinión pública cómo los freires, en privado, vejaban a Cristo y rendían culto a otros ídolos distintos. Por consiguiente y en opinión de los mencionados críticos, en el caso de Sabbatier deberemos interpretar la alusión, no a un lienzo con figura humana, sino a una estatua de madera, lo que vendría a encajar con el resto de testimonios templarios que, de manera similar, aparecen recogidos en otros interrogatorios.

Para ir concluyendo, podemos resumir que en el estado actual de nuestros conocimientos no parece haber verdaderos indicios sólidos que demuestren algún tipo de conexión directa entre los templarios y el sudario de Turín. Los argumentos apuntados por investigadores como Ian Wilson o Barbara Frale no van más allá de especulaciones que tienen por base otras especulaciones, así como lecturas igualmente imaginativas de los textos medievales conservados. A ello hay que unir la propia incertidumbre que sobre la autenticidad de la reliquia existe hoy en día. Sólo nuevas investigaciones más rigurosas y honestas podrán resolver este misterio o descartarlo para siempre.

Juan José Sánchez-Oro

Puedes descargarte EOC nº 70 gratis en: http://www.dimensionlimite.com/eoc/EOC_70.pdf

Displaying 2 Comments
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  1. […] La Sabana Santa y los templarios : revisión histórica de un mito […]

  2. Jennifer dice:

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