Published On: Mar, ago 3rd, 2021

“LOS AÑOS EXTRAORDINARIOS” de Rodrigo Cortés

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Conocí a Rodrigo Cortes, o él me conoció a mí -gracias a David Cuevas-, en un VIPs de Madrid, en 2008. El director tenía un nuevo proyecto cinematografico, una película sobre los desenmascaradores de fraudes paranormales, y quería que compartiese algunas de mis anécdotas y experiencias en ese campo. Cortés venía de rodar esa genialidad que es “Concursante”. Su primer largometraje. Profético. Concebido, escrito y grabado antes de la crisis económica del 2008, parecia un anuncio apocalíptico de lo que nos aguardaba a la vuelta de la esquina. Primera anomalía.

Su nuevo proyecto -que con el tiempo se titularía “Luces Rojas”-, suponíamos, sería otra película española, sin un ambicioso presupuesto. Pero de pronto se produjo otro fenómeno anómalo. Un guión genial pero irrealizable. La historia de un tipo metido en una caja: “Buried”. Y como lo Cortés no quita lo valiente, y Rodrigo de valor va bien servido, fue el único director que se atrevió a materializar aquella historia en una película absolutamente única. Metió a Ryan Reynolds en un ataud, con un mechero zippo y un teléfono movil, y sin más atrezzo, reparto ni exteriores, nos abdujo, cuan alien reptiliano, durante 90 minutos irrepetibles (Si ya la has visto no hagas spoiler. Y si aún no, ya tardas).

Y ante el inesperado éxito internacional de “Buried”, su siguiente proyecto -aquella película sobre la investigación paranormal por la que me contactó- se convirtió en un gran proyecto de alto presupuesto, que terminaría dándome la oportunidad de ver algunas de aquellas anécdotas en una pantalla de cine, y de enseñarle trucos de ilusionismo y prestidigitación a estrellas como Cillian Murphy o Robert de Niro. “Red Ligths” fue otra experiencia absolutamente paranormal.

Ahora Rodrigo Cortés vuelve a torear las leyes naturales, al menos las literarias y editoriales, para hacer lo que mejor sabe hacer: lo que le da la real gana.

los años

“Los años extraordinarios” (Random House, 2021) no es un libro sobre misterios. O sí. O no. Pero por sus 354 páginas, unas tragicómicas y otras desternillantes, desfilan teósofos levitadores, pero poco; ectoplasmas charlatanes o taciturnos “a los que hay que abordar de lado, con el rabillo del ojo”; coches Köhler alemanes impulsados por el pensamiento (que fueron un fracaso en el mercado internacional, porque fuera de Alemania casi nadie piensa); visitantes de dormitorio y súcubos lujuriosas; hadas, ondinas, nereidas, ninfas y otras criaturas elementales, elementalmente; brujos, brujas y chamanes (falsos y de los otros); viajeros de las estrellas que “tallaban sus historias en las cuevas” del Sahara; asesinos en serie, por vocación y/o casualidad; un Gurdjieff pre y post morten (que llega a poseer, sin permiso previo, al protagonista); visitantes de Sirio al Egipto más pretérito;  el “Miseno”, barco submarino que eclipsa el “Nautilus” de Julio Verne; automóviles voladores sí identificados; encuentros con humanoides en los Monegros; viajes en el tiempo, aunque solo unos minutos o una primera llegada del hombre a la Luna, a bordo del  Artemis III -protagonizada por el astronauta Bill Godwin- (con peor desenlace que el Apolo XI de Neil Amstrong), que haría palidecer al más imaginativo conspiranoico…

La desapasionada vida y viajes de Jaime Fanjul Andueza, nacido en la Salamanca de 1902 (antes de que llegase la mar), eclipsan a los de Gulliver, Ibn Batuta, Bear Grylls, Marco Polo o Ali Bey. Desde Francia (antes de que Paris se cambiase de orilla) a las dunas móviles del Sahara, pasando por Italia, Egipto, Inglaterra, Irlanda, Jordania, India, Camboya, Tailandia (solo de paso), Estados Unidos, etc. Altas cumbres, gélidos glaciares, torridos desiertos, mares y océanos, países y lugares unos inaginarios y otros imaginados. Interactuando, como diría Don Juan Matus, con “gente que no es gente” y otra que sí. Siempre al borde del abismo, o un paso más allá.

Fanjul, músico, amante por horas, terrorista anarquista, estropeador “de aparatos de toda clase”, presidiario en Portugal, naúfrago reincidente, hermitaño agnóstico, alpinista congelado o camorrista pendenciero, también ejerce de pícaro quiromante, tarotista, médium, clarividente, estigmatizado (cargado con una sartén o una pala según el momento)…

Y pese a las rocambolescas y kafkiansa situaciones improbables que nos obsequia en cada página, entre sonrisas, risas y a veces carcajadas, suelta sentencias demoledoras, que te hacen caer de bruces en la realidad, antes de pasar a la siguiente página, la siguiente aventura o desventura. Y se queda tan ancho.

20210803_223337Dicen los críticos literarios -los de verdad- que “Los años extraordinarios” tiene “algo de Saint-Exupériano, dickensiano y homeriano”. Deduzco que se refieren al imaginario autor (probablemente autores) de “La Odisea” y “La Iliada”. Pero también al otro. Al cervecero vecino de Springfield, protagonista de un viaje alucinante, chamánico y nahualista.

Y es que los más perspicaces -yo juego con ventaja porque así me lo reveló el autor cuando tuvo la amabilidad de regalarme un ejemplar, hace unas semanas compartiendo cafe y tertulia en el Retiro de Madrid- reconocerán sentencias, circunstancias y argumentos, que rememoran el eco lejano -rebotando en las dunas de Sonora- de las conversaciones de Carlos Castaneda con su alterego don Juan: ”El mundo siempre gira, es uno quien se detiene”; “La muerte se ve siempre a la izquierda”; ”Todos somos mucha gente. Todos llevamos a muchos dentro”; “A veces regreso a aquel lugar cuando me canso de remar. Cuando quiero detener el mundo”, etc.

Aunque Fanjul, más honesto que Castaneda -en tanto no ambiciona nada- nos ofrece un viaje psicodélico, digno del mismísimo Homer Simpson, sin necesidad de peyote, ayahuasca, yopo o San Pedro. Solo con la mágia alucinógena de las palabras. Un lenguaje que Rodrigo Cortés domina con la misma pericia que las notas musicales o los planos cinematográficos. Es lo que tienen los políglotas.

Como Tarantino, Fanjul reescribe la historia. Como Gila convierte en humor la tragedia. Como Valle-Inclan reinventa el mundo a través del lenguaje. Como Rodrigo Cortés, es libre como un pájaro. Aunque pájaro cojo y ciego.

Un libro recomendable para leer en el metro, el tren, el avión, la playa o el autobús, si no te importa que se te queden mirando por reirte como un loco o un poseído, al disfrutar de la literatura más cervantina, jardieliana y brianiana, sin complejos, sin cesuras y sin límites. Déjate el raciocinio en la primera línea. O mejor aún, en la bosquiana portada, fiel reflejo del viaje alucinante que comenzará encuanto la gires.

Si Cortés nos asombró con su cine (mucho más allá de esos 90 sublimes minutos de Ryan Reynolds metido en una caja), y con su trilogia twittera, en esta su segunda novela, nos da una lección de literatura a todos los juntaletras con vocación de escritor. Como envidio al forense que realice la autopsia del autor, porque él descubrirá que tienen los genios en la cabeza.

Pero claro, Rodrigo, mal que le pese -o no- es paisano. Gallego. Ourensano  por más señas (en Ourense también esperamos la mar). Eso explica muchas cosas de Fanjul, como que ni él mísmo sabe si va o viene…

Y porque lo Cortés, insisto, no quita lo valiente y hace falta valor para presentar a las mejores editoriales del país, una obra tan audaz e inclasificable, sin agente editorial, sin concesiones y sin espectativas ni nada, ahora que la obra es un éxito inesperado, todas, menos una,  estarán tirándose de los pelos por haberlo dejado escapar… No cometas el mismo error.

Manuel Carballal

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