Published On: Vie, nov 1st, 2013

INCENDIO EN EL CORONA DE ARAGON: ¿ATENTADO DE “FALSA BANDERA”?

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Publicado en EOC nº 65

CA2En la mañana del 12 de julio de 1979, Zaragoza quedó paralizada por el terror de un inesperado y voraz incendio que conmocionó a toda España. Aquel día, más de setenta personas perdieron la vida, y muchas más resultaron heridas. Treinta años después de uno de los sucesos más trágicos de la Transición, la sentencia judicial lo considera un atentado terrorista.

“¡Atención, atención a todos los residentes del hotel! ¡No salten por las ventanas, el fuego está extinguido. Solamente queda el humo, pronto se les va a rescatar a todos”. La aterradora advertencia, surgida con angustia desde los altavoces de los coches de policía y bomberos, se repitió numerosas veces aquella trágica mañana del 12 de julio de 1979, mientras el Hotel Corona de Aragón era devorado por las llamas pese a los esfuerzos de bomberos y fuerzas de seguridad. La recomendación, más bien una súplica, era un intento desesperado de las autoridades por evitar que más clientes del establecimiento se arrojaran al vacío desde balcones y ventanas, empujados por las abrasadoras lenguas de fuego que lamían la fachada y arrasaban el interior del edificio. Pese al aviso, los bomberos no pudieron evitar que al menos una docena de personas arrojaran en un intento desesperado por salvarse. Milagrosamente, algunas de ellas lograron sobrevivir para contarlo. Aquella fue sólo una de las numerosas muestras de horror que se desató aquella mañana en el centro de Zaragoza, atrayendo la atención de todo el país.

DIARIO DE UNA TRAGEDIA

Con la salida del sol, las instalaciones del Corona de Aragón –el hotel más lujoso de la ciudad– comienzan su habitual actividad para atender a los clientes. El establecimiento se encuentra casi completo –hay unas 230 personas alojadas–, pues a los clientes habituales (empresarios y turistas) hay que sumar un buen número de militares y sus familias, que han acudido a la ciudad para asistir ese día al acto de nombramiento de cadetes en la Academia General Militar. Entre estos últimos visitantes se encuentran, precisamente, la viuda de Franco –Carmen Polo–, y los marqueses de Villaverde con sus hijos, pues uno de ellos –Cristóbal–, va a participar en el acto militar.

A las ocho de la mañana, mientras varios clientes abandonan el hotel, Hipólito Arcega, repartidor del Heraldo de Aragón, entrega el periódico en recepción, como cada día. Todo transcurre con normalidad, y nada hace presagiar el infierno que está a punto de desatarse. Mientras, en la cafetería Formigal, perteneciente al hotel, los empleados se afanan en preparar los desayunos para los huéspedes. Es precisamente allí, en la cocina de la cafetería, donde va a comenzar la tragedia. A las ocho y cuarto, el aceite de una freidora de churros comienza a arder y, pese a los esfuerzos de los empleados por apagarla, las llamas se extienden rápidamente a través de varios conductos a la planta superior –donde se encuentra el pub Piccadily’s– y otras zonas del establecimiento. Mientras tanto, el señor Checa, jefe de recepción, se encuentra en la planta baja atendiendo a algunos clientes, ajeno a lo que está sucediendo a unos metros de allí. Cinco minutos más tarde un humo negro y denso se extiende por la recepción, procedente de la cafetería, y obliga a todos los presentes a salir corriendo a la calle para evitar la asfixia. Justo en ese momento, el actor Javier de Campos, que descansa en la habitación 410, se despierta por los gritos que llegan desde la calle. Tras asomarse al pasillo descubre que está lleno de humo y se refugia en su habitación. Sin embargo, pronto se ve obligado a salir al balcón, pues el aire se hace irrespirable en el interior. Algunos minutos después, tras vivir momentos de auténtico terror, será uno de los primeros en ser rescatado por los bomberos.

Más o menos a la hora en que Javier de Campos se despierta por los gritos, la telefonista del Corona de Aragón recibe el aviso de que la cafetería está en llamas, sin sospechar que el resto del edificio también ha comenzado a arder por los cuatro costados. Sin perdida de tiempo, la mujer llama a los bomberos, cuya estación está a apenas doscientos metros de distancia. Después intenta desesperadamente advertir por teléfono a los clientes, pero las llamas comienzan a llegar donde ella se encuentra y tiene que huir para no morir abrasada.  Son las ocho y media de la mañana y, pese al alboroto que se vive ya en la calle y en buena parte del edificio, muchos clientes siguen durmiendo, ajenos al peligro que les rodea. Por desgracia, muchos de ellos morirán por asfixia, ahogados con el humo tóxico que lo va invadiendo todo. Para entonces los bomberos han comenzado a llegar ya al hotel, provistos de los instrumentos necesarios para atajar lo que ellos creen es un pequeño fuego en el bar. Poco después aparece también la policía municipal, la Guardia Civil y la Policía militar, además de cientos de curiosos que observan con horror cómo el lujoso hotel está siendo devorado por las llamas.  Mientras el pánico se extiende en el exterior –algunos clientes han comenzado a arrojarse por las ventanas para escapar del fuego–, Carmen Polo y su hija descubren lo que sucede. Por suerte para ellas, esa mañana han madrugado para asistir a misa antes del acto en la Academia General Militar, por lo que están despiertas y vestidas cuando comienza el incendio. Al verse acorraladas por el humo y las llamas, deciden salir al balcón de su habitación, en la segunda planta. Desde allí conseguirán alcanzar la calle sanas y salvas –aunque con un ataque de pánico–, con la ayuda de los bomberos. Mientras, el marqués de Villaverde, todavía en pijama, se encuentra en la otra parte de la planta. Tras acceder a la terraza de su habitación, que da a un patio trasero, Martínez Bordiú decide saltar al vacío, a pesar de la considerable altura que hay desde allí. El yerno de Franco “aterriza” en el suelo sin sufrir graves daños, y es llevado de inmediato al cercano Hospital Provincial, que está a una veintena de metros. Otro cliente que está en la misma situación decide imitarlo, pero no tiene tanta suerte y pierde la vida en la caída.

Cuando el reloj marca las nueve –apenas han pasado tres cuartos de hora desde que comenzara todo–, varias decenas de personas han sido rescatadas. Algunas gracias a la labor de bomberos y policías, pero muchas otras han logrado escapar por sus propios medios o ayudados por transeúntes que, pese al peligro, han decidido acudir a ayudar. Uno de ellos es Javier Celorrio, electricista del Hospital Provincial quien, con la única ayuda de una escalera de mano, ha salvado la vida a más de quince personas. Otro héroe popular es Hipólito Arcega, el repartidor del Heraldo que unos minutos antes había estado en el hotel y que al pasar de nuevo por allí intenta ayudar en lo posible. Junto al portero del hospital, y armado con una camilla, transportará algunos heridos y varios cadáveres. Entre los bomberos que acuden al hotel comienzan a registrarse también algunas bajas. Ángel Peña, de 35 años, está rescatando a una anciana de la segunda planta cuando le sorprende una inesperada explosión. El bombero cae de la escalera y se fractura la pelvis y los dos brazos. A pesar de las graves heridas, sobrevivirá para contarlo.

HUIDA DESESPERADA

A José Antonio Calavia, de 20 años, el fuego le ha sorprendido en la sexta planta, mientras se disponía a servir algunos desayunos. El joven, que lleva sólo cuatro meses trabajando en el hotel, se encuentra allí con una camarera de pisos, que le explica que sale mucho humo de uno de los cuartos de limpieza. Cuando quieren reaccionar, ambos están rodeados por el humo y las llamas. A duras penas logran alcanzar la escalera de emergencia, pero allí la huída es también imposible. José Antonio comienza a sufrir los efectos del humo y el insoportable calor, y poco a poco va perdiendo el conocimiento. Antes de desmayarse por completo, el joven tiene tiempo de ver una imagen que se grabará en su retina de por vida: la de su compañera que, presa del pánico, ha saltado al vacío, muriendo en el acto. Milagrosamente, Calavia consigue sobrevivir el tiempo suficiente hasta que los bomberos logran rescatarle.

A aquellas alturas de la mañana, las inmediaciones del hotel –en la Vía Imperial, hoy Avenida de César Augusto–, son un hervidero de gente. Miles de curiosos, bomberos, autoridades, policías y heridos se mezclan en la zona creando una atmósfera de horror y desconcierto. Entre los presentes se encuentran también numerosos periodistas. Algunos, como los del Heraldo, se convertirán muy a su pesar en testigos de excepción de los trágicos sucesos. Una experiencia traumática que se verá reflejada al día siguiente en una de las crónicas más duras y desgarradoras de la prensa aragonesa. También están allí los hermanos Miguel Ángel e Ignacio París que, junto a su padre, logran filmar el dantesco suceso para TVE. Su plan aquella mañana era cubrir el acto oficial de la Academia, pero el destino manda, y esa mañana ha querido que uno de sus primeros trabajos para el centro territorial de TVE –inaugurado seis días atrás–, tenga tintes dramáticos. El equipo formado por la familia París registra todo lo que va sucediendo, incluida la espectacular llegada de los helicópteros estadounidenses de la base aérea. Los aparatos, con sus potentes hélices, avivan el fuego peligrosamente, pero también logran rescatar a un hombre que se ha refugiado en la azotea y se ha sumergido en la piscina para soportar el calor de las llamas.

Con el paso de los minutos, el goteo de víctimas mortales va en aumento. A las 11 se han contabilizado ya 26 fallecidos; media hora después la cifra asciende a 30 y, a las 12, suman ya 48. Unas cifras dramáticas que, por desgracia, seguirán aumentando en las siguientes horas. Poco a poco, los clientes del hotel que siguen con vida son rescatados. A las diez y media los bomberos habían rescatado al general Vigón con ayuda de una escalera. También salva la vida el general Alfonso Armada, quien apenas unos años después se convertirá en protagonista del 23-F. Otros militares y sus familiares no corren la misma suerte. En los interminables sucesos de aquella mañana pierden la vida, entre otros, el coronel de caballería Alfonso Queipo de Llano, el coronel de artillería Rodrigo Peñalosa y su hijo, o el capitán de infantería don Ángel Hernández Pérez. Todos ellos iban a asistir aquella mañana al nombramiento de los nuevos alféreces.

En la otra cara de la moneda, las historias de varias personas más afortunadas, que en algunos casos lograron salvar la vida de las formas más inverosímiles. Es el caso de un matrimonio que, sin esperar la ayuda de los bomberos, logra deslizarse por la fachada desde la cuarta planta, tras haber anudado varias sábanas. Ese mismo sistema utiliza también un español afincado en Londres, que consigue pisar suelo sin un rasguño. La “aventura” de Juan Domínguez Fernández, de 55 años, resulta más dramática. Alojado en una habitación de la sexta planta, Domínguez descubre que hay un incendio cuando ya está rodeado por el fuego. Consigue salir al balcón y observa con cierto alivio que los bomberos están abajo, sujetando una lona. Su única salida es dejarse caer y confiar en que la tela resista. Antes de saltar, el hombre guarda la cartera en su pantalón, pues cree que si el salto sale mal, al menos podrán identificarle. Los bomberos logran frenar el impacto, pero el golpe es brutal y Domínguez se fractura numerosas costillas. Ha salvado la vida, pero pasará un mes entero en coma, y los médicos tendrán que “resucitarle” en dos ocasiones. A las doce del mediodía el incendio está prácticamente controlado, aunque algunas llamas aún se resisten a los esfuerzos de los bomberos. El edificio, construido apenas seis años antes, está prácticamente en estado de ruina. Rescatados ya todos los clientes que seguían con vida, las fuerzas de seguridad se enfrentan ahora a una penosa búsqueda de víctimas que han perecido atrapadas. En total, el número de fallecidos terminará siendo 78, y los heridos sobrepasarán el centenar.

¿ACCIDENTE O ATENTADO?

Después se socorrer a las víctimas y recuperar los cadáveres, había llegado el momento de encontrar respuestas. El terrible incendio había cogido por sorpresa a autoridades, servicios de emergencia y fuerzas de seguridad, por lo que el caso que se había desatado aquella mañana apenas dejó espacio para las preguntas. Aparentemente, y a tenor de las declaraciones de los empleados de la cafetería Formigal, todo se debía a un accidente fortuito, iniciado en la freidora del local. De hecho, pocos minutos después del incendio, los periodistas del Heraldo de Aragón lograron entrevistar a Fernando García, jefe de barra de la cafetería, quien explicó que el fuego había comenzado tras quemarse el aceite, propagándose rápidamente. Sin embargo, la sospecha de que todo fuera fruto de un atentado no se hizo esperar. Las preguntas del reportero del Heraldo al jefe de barra y al jefe de recepción en ese sentido indicaban que las dudas de un ataque intencionado habían comenzado a circular con fuerza. No en vano, la familia Franco se alojaba en el hotel, además de numerosos militares y sus familias. Un objetivo demasiado jugosos como para ignorada esa posibilidad.

Aquella idea, sin embargo, no agradaba al Gobierno. A las dos de la tarde del trágico día, apenas cinco horas después de que comenzara el incendio, el gobernador civil de Zaragoza, Francisco Laína, convocó a los periodistas para dar los primeros datos oficiales. Laína hizo hincapié en que había que descartar el atentado o el incendio provocado, amparándose en los testimonios de los testigos y en el informe técnico del ingeniero delegado del Ministerio de Industria.

Un informe que, como resulta evidente, no podía ser muy exhaustivo, pues los bomberos había terminado de apagar los últimos focos de fuego pasadas las doce, y la comparecencia de Laína se produjo a las dos. Apenas dos horas que a todas luces parecían insuficientes para apuntar una causa certera, y que evidenciaban el interés y la urgencia de las autoridades por evitar a toda costa que se hablara de un atentado. Aquella sensación se agudizó cuando Laína volvió a convocar a la prensa a las nueve y media de la noche, insistiendo con tenacidad en que debía descartarse la hipótesis del acto terrorista.CA1

Al día siguiente, la prensa de todo el país recogía el rechazo oficial a la tesis del ataque intencionado. Sin embargo, la duda seguía abierta. El Heraldo de Aragón del día 13 de julio recogía la versión de Laína pero, al mismo tiempo, se preguntaba en esa misma página, con titular en negrita, si había sido un atentado, señalando además que la tarde del incendio, sobre las cinco, el telefonista del diario había recibido una misteriosa llamada en nombre de ETA: “Aquí ETA militar. Esta mañana hemos puesto una bomba en el hotel Corona de Aragón”. A las diez y media de la noche se recibió otra llamada similar, en este caso supuestamente procedente del FRAP, que también se atribuía el presunto atentado.

Además, el Heraldo se hacía eco también de las declaraciones de Eusebio Sánchez, jefe de ventas de Iberia y testigo de los hechos, quien aseguraba haber visto a las ocho y media de la mañana dos explosiones, no muy fuertes, pero que lanzaron una gran llamarada al exterior del hotel. Pese al empeño gubernamental por rechazar la intencionalidad del suceso, lo cierto es que con el poco tiempo transcurrido las autoridades difícilmente habían tenido oportunidad de encontrar evidencias en uno u otro sentido. Sin embargo, había una razón lógica para que el gobierno temiera que esa versión se extendiera entre la opinión pública. Los meses anteriores al incendio, ETA y GRAPO habían atentado contra las fuerzas de seguridad, causando numerosas víctimas. Además, en aquellas fechas el gobierno negociaba con el PNV los detalles del estatuto vasco de autonomía, un espinoso asunto que causaba un gran malestar entre buena parte del aparato militar y las fuerzas de ultraderecha. Si se confirmaba el atentado en el Corona, o al menos la opinión pública aceptaba la hipótesis, había un gran riesgo de que se produjera un intento de golpe de Estado, con la Constitución recién “estrenada” y España sumida en uno de los momentos más delicados de la Transición.

Resulta lógico, por tanto, que el gobernador civil de Zaragoza –Laína– y el secretario de Estado para la información –Josep Meliá–, hicieran hincapié una y otra vez en la versión del accidente. Curiosamente, años más tarde Meliá lamentaría públicamente haber sostenido la tesis del hecho fortuito.

Con los años, las esperanzas de las víctimas de que se probara que había sido un atentado –muchas de ellas así lo creían– se fueron estrellando contra un muro judicial. La Audiencia Nacional rechazó la competencia de la causa; en la vía penal, el caso se archivó por falta de evidencias de que hubiera un hecho delictivo y, en la vía civil, únicamente se reconoció que en el incendio se encontraron “sustancias extrañas” (se hablaba de pirogel o napalm) que potenciaron las llamas.

EOC 65 Portada (2)Las víctimas y sus familiares recibieron un primer y tímido consuelo a sus reivindicaciones en el año 2000, cuando el gobierno –amparándose en la Ley de Solidaridad de 1999–, les indemnizó. Sin embargo, ni siquiera entonces se reconoció oficialmente que el incendio fuera fruto de un atentado. Únicamente se reconocía a las víctimas un trato similar a las de un acto terrorista. Finalmente, el 21 de febrero de 2009, casi treinta años después de los hechos, la sección sexta de la Sala de lo Contencioso del Tribunal Supremo asumía, en una sentencia a un recurso interpuesto por familiares de una víctima, que el incendio no fue accidental. Además, tomaba en consideración las conclusiones de un perito de la familia, para quien el trágico suceso “no pudo provocarse por una sola persona (…) sino por un mínimo de tres, debidamente concertadas entre sí”, y la posible utilización de napalm unido a magnesio para avivar el incendio. La sentencia del Supremo reconocía así el derecho de los familiares de la víctima a la concesión de la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las víctimas de terrorismo, anteriormente denegada. Desde la sentencia, las familias de otras 33 víctimas han solicitado al Gobierno la condecoración.

Pese a la reciente sentencia y la consideración de que el incendio no fue accidental, el suceso sigue envuelto en numerosos interrogantes. Si fue un atentado, ¿quién lo provocó? ¿Fue ETA, el FRAP o un grupo de ultraderecha, como también se sugirió? Si el fuego se inició en la cafetería Formigal, como parecen demostrar los testimonios, ¿se colocó allí algún dispositivo inflamable? Pese a las preguntas sin respuesta, y aunque la ausencia de evidencias definitivas impiden demostrar que fue efectivamente un atentado, hay algo que resulta indiscutible: aquella trágica mañana de julio, el hotel Corona se convirtió en una trampa mortal que arrebató la vida a 78 personas e hirió a más de un centenar, convirtiéndose en uno de los peores episodios de la Transición española.

Javier García Blanco

Puedes descargarte EOC nº 65 en:http://www.dimensionlimite.com/eoc/EOC_65.pdf

Displaying 1 Comments
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  1. HM dice:

    Los bomberos de Zaragoza están aburridos de explicar que fue un incendio accidental:”http://www.bomberoszaragoza.es/acdbz/revista080.html”. Ni caso se les hace. La gente prefiere inventarse un atentado, a ser posible etarra, porque eso abre las puertas a las indemnizaciones.

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