Published On: Jue, mar 10th, 2022

HERIDO DE MUERTE

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Publicado en EOC nº 93

EOC-93“¡Joder! ¡¿vas en un borreguero?! ¡Esos asientos ya no existen en Renfe!”, me increpaba el empresario Alfonso Trinidad al mostrar por WhatsApp una foto de la estación de tren de Samper de Calanda (Teruel) hecha desde la ventanilla. Y joder (eso digo también yo), me ha hecho pensar. Mucho.

Ahora mismo, mientras escribo estas improvisadas líneas, me encuentro en pleno viaje a Barcelona para hacer una serie de entrevistas con vistas a un nuevo proyecto laboral. Y lo hago en un tren cuyo trayecto supera las nueve horas. El presupuesto es austero. Y, lo reconozco, me encanta viajar en tren, aunque sea con mascarilla.

Miro por la ventana, disfruto cada paisaje y a veces me da por pensar más de la cuenta. Esta es una de ellas. Voy a empezar haciendo una dolorosa confesión. Quizá sea por culpa de la pandemia y lo que ella conlleva, pero tengo la amarga sensación de que me he acomodado. Y me explico.

Desde que cumplí la mayoría de edad, una de mis principales pasiones es la de viajar en busca del misterio. Del Oso y Benítez no pudieron encontrar un mejor título para su épica serie documental. Me alucina ir a visitar apasionantes personajes y testigos de lo insólito, en sus propios lugares de residencia, para que me hagan participe de sus increíbles experiencias. Y, ante todo, viajar. Viajar mucho. Y, a poder ser, sólo. Es mucho más que una afición. Es una necesidad. Una que, parece ser, tenía algo olvidada. Quizá demasiado.

Últimamente asisto, un tanto contrariado, a ciertos foros de debate ufológicos en los que es más importante la cábala racionalista, por no decir negacionista, que la esencia misma de cada caso o suceso extraño: sus protagonistas, los de verdad, los auténticos. Sin ellos, no hay nada. Y si no salimos a buscarlos para recopilar sus propias vivencias, el misterio (el de verdad) se muere. Si es que no está ya herido de muerte.

No dejo de pensar, cuando se pueda, que ya va siendo hora de apartar ciertos vicios adquiridos a golpe de podcast o a click de YouTube, y de recuperar ciertas costumbres, aquellas cuya morada carecía de enclave fijo. Y aunque la economía no me lo permita, siempre quedarán los “borregueros”. Esos con precios bajos pero de incalculable valor emocional.

No solo por los lugares a donde nos llevan, sino por lo que a veces despiertan en nuestras ya de por sí inquietas, y me gustaría decir que inquebrantables, cocoteras. Nos regalan reflexiones que pueden encarrilar toda una vida, tiempo de sobra para preparar itinerarios y nuevas aventuras que van tomando forma entre estación y estación. Entre paisaje y paisanaje.

Y es, en viajes como estos, cuando uno descubre dos cuestiones inmutables: la primera es que la ilusión debería seguir intacta, siempre, por mucho que las circunstancias de este puto mundo nuestro pretendan arrancárnosla a base de ostias.BORREGUERO

Y la segunda que, por mucho que algunos (cada vez menos) nos empeñemos en salir a buscar respuestas ahí fuera, la auténtica búsqueda no es otra que la verdaderamente trascendente: la de nosotros mismos. Gracias Alfonso.

David Cuevas*

A bordo de un tren “borreguero”, en algún punto entre Samper de Calanda y Barcelona. Febrero de 2021.

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