Published On: Vie, nov 1st, 2013

LA CIA Y EL ORACULO DEL TIBET: CRONICA DE UNA OPERACION SECRETA

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Publicado en EOC nº 65

Operaciones secretasConozco al periodista Manuel Carballal desde hace muchos años. No sólo he leído con fruición sus textos publicados en numerosos medios de comunicación españoles, sino que he tenido el placer de sacar algunas de sus apasionantes informaciones en el seminario Tiempo. Manuel ha dedicado toda su vida profesional a la investigación, y su especialidad ha ido hasta ahora los fenómenos extraños relacionados con los videntes, ovnis, sectas satánicas y fenómenos sobrenaturales. En su libro “Los expedientes secretos”, después de abrumarnos  con todo tipo de datos sobre las conexiones de los servicios secretos con psíquicos, sacerdotes, magia, etc., asegura: “Estoy en disposición de afirmar que esos expedientes secretos, aún más extraordinarios que los mencionados hasta ahora, existen. Documentos e informes oficiales que narran hechos absolutamente inexplicados, cuyo acceso ha supuesto una aventura  tan increíble como aterradora. Aterradora en tanto nos asoma a un siniestro y profundo abismo. El de nuestra ignorancia…”. La historia del espionaje está llena de casos en que los servicios secretos, con un cuidado exagerado y sin ninguna publicidad, han utilizado a videntes para buscar soluciones a casos difíciles, como ocurrió en la conocida desaparición y asesinato de Anabel Segura. Pero también se han producido otros muchos  sucesos en los que los espías han sacado provecho de “creencias especiales” de muchas personas para manipularlas y obtener de ellas toda la información posible.

 

En marzo de 1959, Tenzin Giatso, el Dalai Lama, decimocuarta reencarnación de Buda, atravesaba la situación más compleja y difícil de resolver que había tenido que afrontar en sus complicados veinti­trés años de vida. A la cortísima edad de cuatro años ya había sido entro­nizado, pero ninguna de sus decisiones, hasta este momento, había resul­tado tan traumática de tomar. Nueve años antes el Ejército Popular de Liberación, la fuerza arma­da de la revolución china, avanzó hacia las llanuras y montañas del su­doeste de China con el objetivo de invadir el Tíbet. En Chambó los chi­nos derrotaron con suma facilidad al ejército enviado por la clase dominante del Tíbet, pero allí detuvieron temporalmente su avance. Las dos partes parecieron no darse cuenta de que el enfrentamiento total era inevitable, aunque se estaban preparando por si acaso llegaba el momento.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            Mien­tras tanto, el hermano del Dalai Lama viajó al exterior para establecer rela­ciones con Estados Unidos, sabedor del deseo irrefrenable de este país por parar como fuera el avance comunista en el mundo. Así entró en esce­na la CIA, el brazo alargado y secreto de Estados Unidos en el exterior, y el que realiza las misiones más inconfesables. «La Compañía» —como es conocida— se prestó para ayudarles, siempre con su discreción habi­tual. Largas caravanas de mulas cargadas de armas estadounidenses entra­ron en el Tíbet a través de la India —país que siempre ha apoyado la causa del país del Himalaya— y establecieron centros de entrenamiento para soldados tibetanos. Además, agentes especiales de la CIA fueron infiltrados en el país, para actuar como jefes de los comandos locales. La administración del presidente Harry Truman intentó persuadir al hermano del Dalai Lama y a otros dirigentes de la conveniencia de que Tenzin Giatso abandonara el país para evitar que los chinos intentaran detenerle o matarle para acabar así con el símbolo del Tíbet  independiente.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         Dalai Lama se negó en rotundo. En ese extraño equilibrio aguantó la región hasta 1959 ,cuando estalló la revuelta de los tibetanos apoyada por la CIA. El alzamiento fue contestado con toda su energía por las   muy superiores fuerzas mili­tares chinas. En poco tiempo consiguieron acercarse hasta el líder espi­ritual del país, al que cercaron en Norbulingka. Allí estaba en su pala­cio, protegido por 50.000 personas entre monjes y civiles que formaban una masa humana cuya finalidad era proteger al jefe tibetano de las tro­pas chinas. Los rebeldes tibetanos ya tenían perdido el conflicto. El ejército de Pekín se había hartado de una guerra tan desigual y para poner fin al conflicto de una vez por todas había decidido tomar como prisionero al Dalai Lama. Lo que no se esperaban los chinos era que una muchedumbre tan inmensa de fieles fuera capaz de dejarse matar antes de que su líder espiritual cayera en manos enemigas. Al darse cuenta de que no les quedaba más alternativa que matar a toda esa multitud de personas si querían capturar al Dalai Lama, optaron por enviarle un mensaje direc­to, amenazando con bombardear el palacio y cometer una carnicería si no aceptaba entregarse. Si de verdad amaba a sus fieles, estaban convencidos de que se rendiría. La situación se convirtió en dramática para el joven Dalai Lama. O se convertía en prisionero de los chinos o era bastante probable que sus enemigos acabaran con su persona y con la mayor parte de los fieles que ejercían de escudos humanos. Si huía, corría el riesgo bas­tante cierto no sólo de ser detenido, sino de que los chinos como ven­ganza acabaran además con todos los suyos. Para colmo, si optaba por entregarse, debería hacerlo a espaldas de su gente, que nunca le permitiría ponerse en manos de los odiados chinos. Entonces el joven Tenzin tomó una decisión que puede parecer extraña, pero que era un hábito en su vida diaria desde su infancia: bus­có consejo en el oráculo de Nechung, el único asesor que nunca le había fallado.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            La pregunta que le formuló fue clara, concisa y directa: «¿Debo quedarme o irme?». El monje que prestaba su voz al oráculo, Lobsang jigme, escuchó la plegaria, entró en trance y gritó: «¡Vete, vete!» En esa situación, escribió en una hoja los más nimios detalles de cómo debía escapar del cerco chino. El Dalai Lama, que siempre cumplía el consejo del oráculo, no dudó en ese momento que debía abandonar Norbulingka, convencido  ya de que debía guiarse únicamente por el consejo sobrenatural. Sin embargo, en esta ocasión los sucesos no ocurrieron de una forma tan mística como pensaba el Dalai Lama y como durante años creyeron sus más fieles seguidores. El oráculo no estaba inspirado por ningún espí­ritu del cielo, sino por otro bastante terrenal: la CIA, que deseaba evi­tar como fuera que Tenzin cayera en manos del ejército chino. El agente operativo del servicio secreto estadounidense —del que sólo se conoce que en aquel momento tenía treinta años y seguía ins­trucciones directas de Allen Welsh Dulles, director de la CIA—, sabía que si se presentaba como tal ante un joven desconfiado y le mostraba abiertamente sus intenciones, jamás habría aceptado seguirle. Ahora bien, si se lo explicaba a los monjes más viejos y sabios, sin duda se deja­rían ayudar, como así sucedió. Convenció a los monjes de que nadie debía recomendarle la huida, excepto el oráculo, al que seguro que acu­diría cuando sintiera que había llegado el momento de tomar la deci­sión y no tuviera otra alternativa.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   El 17 de marzo de 1959, a las diez de la noche, después de rezar sus oraciones, el Dalai Lama se quitó la túnica azafranada, se colocó unos pantalones y un abrigo negro y con el mayor sigilo posible aban­donó la ciudad andando hasta un río cercano, donde le esperaba un grupo de guerrilleros entre los que ocupaba un discreto lugar el joven agente de la CIA. En la mañana del 18 de marzo, el «ciático» —así llaman en Espa­ña a los agentes de «La Compañía»– envió un mensaje cifrado por radio a Japón, desde donde fue rebotado a la central de la CIA. Allí, el director Dulles lo transmitió a su vez a la Casa Blanca, en la que un esperanzado Eisenhower lo recibió: «La operación huida está en mar­cha». El 23 de marzo, hartos de que el Dalai Lama no atendiera a sus reiteradas advertencias, el ejército chino bombardeó sin compasión Norbulingka. Ocho días más tarde, el 31 de marzo, el Dalai Lama, des­pués de huir montado a caballo con un rifle en el hombro y enfermo de disentería, llegó a la India, el país amigo que estaba dispuesto a acogerle y a apoyarle. La ayuda de las fuerzas estadounidenses no había podido evitar que los chinos conquistaran el Tíbet, pero la CIA les había quitado de las manos a su codiciada pieza. El Dalai Lama estaba a salvo. Había llegado el momento de que Estados Unidos cumpliera la promesa     dada a los dirigentes tibetanos en 1956 de que si la guerra fracasaba  ellos les facilitarían la ayuda necesaria para recuperar su terri­torio.                                                                                      dalai_lama                                                                                                                                                                                                                                                                     La CIA fue veloz en llevar al terreno de los hechos sus viejas promesas. Comenzó a preparar a seguidores del Dalai Lama en una sede clandestina de entrenamiento militar en Colorado, montó cam­pamentos guerrilleros en Nepal, financió operaciones encubiertas en el Tíbet y estableció «casas del Tíbet» para promover su causa en Nueva York y Ginebra. Durante gran parte de los años sesenta del siglo xx, la CIA, siguien­do órdenes del presidente de los Estados Unidos, facilitó en total secre­to 1.700.000 dólares anuales a la causa tibetana. El destino de esa ingen­te cantidad de dinero no era únicamente apoyar a los 2.100 guerrilleros que se preparaban en el Nepal y mantener viva la causa del Tíbet. Más de la décima parte de esa cantidad, 180.000 dólares, iban dirigi­dos como subsidio al Dalai Lama.Sí, el servicio secreto estadounidense financió personalmente a Tenzin Giatso durante muchos años. Un lider espiritual, odiado y perseguido por los chinos, al que Estados Unidos mantuvo financieramente con la clarísima intención de debilitar al régi­men comunista, uno de sus mayores enemigos en ese momento. Estos datos, pertenecientes a documentos de la Compañía descla­sificados en 1998, darían parte de la razón a los dirigentes chinos, que sostienen —y lo han hecho durante décadas— que el Dalai Lama era un agente de fuerzas extranjeras que buscaba y busca separar al Tíbet de China. Esa ayuda, sin embargo, únicamente duró hasta principios de los años setenta, cuando el recién elegido presidente Richard Nixon ordenó cancelarlos como signo de buena voluntad en su abierta deci­sión de restablecer relaciones con China. En su autobiografía Libertad en el exilio, el Dalai Lama reconoció su relación con la CIA y, lo que era peor, que la intención de los esta­dounidenses no era apoyar la independencia del Tíbet, sino ayudarles como parte de sus esfuerzos mundiales para desestabilizar a los gobier­nos comunistas. Eso sí, explica que el acuerdo lo establecieron sus hermanos: «Naturalmente, consideraron oportuno no darme esa infor­mación. Sabían cómo yo habría reaccionado.» El líder espiritual tam­bién se sintió muy molesto con el hecho de que la CIA entrenara y equipara a los guerrilleros de su país, que entraron en él para atacar a los chinos. Y es que durante todos esos años, la CIA engañó al Dalai Lama. Igual que lo hizo, utilizando al oráculo, para salvarle la vida. No por­que les interesara especialmente el jefe religioso de un país lejano, sino para hacer la puñeta a los chinos’.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          Fernando Rueda (www.elreservado.es)                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    Puedes descargarte EOC nº 65 en:http://www.dimensionlimite.com/eoc/EOC_65.pdf

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  1. darpo dice:

    Hacer esta afirmación , aunque sea a modo descriptivo, o identificativo sin explicar desde el punto de vista de que proviene resulta ofensivo. Aqui es donde vuestro nivel de conocimiento y trabajo de investigación queda en evidencia: ” marzo de 1959, Tenzin Giatso, el Dalai Lama, decimocuarta reencarnación de Buda, ”.

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