Published On: Lun, abr 14th, 2014

LAS NAVES QUE LLEGARON DE UMMO (y II): EL CASO DE LOS HUMANOIDES DE ORURO

Share This
Tags

Publicado en EOC nº 75

Sin título1NOTA ACLARATORIA

Después de publicarse la primera parte, recibimos de Juan Domínguez la siguiente puntualización: de su análisis efectuado en 2005 únicamente se puede deducir que las dos fotos estudiadas (recordemos que eran las núms. 21 y 23) presentan una coincidencia total de sus respectivos centros ópticos, efecto que sólo se podría obtener si la cámara está fija o sujeta con un trípode. Aunque el fotógrafo hubiera permanecido quieto en el mismo sitio, con dos disparos seguidos (lo que no era el caso, dada la discontinuidad de los negativos) los centros ópticos, al superponer ambas fotos, tendrían que haber sido diferentes, por movimientos corporales normales en una situación de nervios como sería la de estar fotografiando un ovni “auténtico”, y no era así sino todo lo contrario: la superposición de los dos negativos indica que de uno a otro la cámara no se ha movido, con lo cual la versión de un fotógrafo “espontáneo” cae por su peso.

Y Pablo Villarrubia nos comunicó que en un viaje posterior al Brasil le informaron que Fernando G. Sampaio no habría fallecido, así que tras las pertinentes comprobaciones nos congratulamos en rectificar este dato: en Noviembre de 2013 se destapó un escándalo de espionaje en Brasil, donde la ABIN (Agencia Brasileña de Inteligencia) había vigilado unas salas alquiladas por la embajada norteamericana en Brasilia, así como a diplomáticos rusos, entre los cuales se hallaba el cónsul honorario de Rusia en Porto Alegre (RS), sr. Fernando Gianuca Sampaio, quien al enterarse que había sido espiado se mostró irónico ante la prensa: “Soy un agente ruso, pero un agente oficial”. El profesor Sampaio ha proseguido su labor de divulgación cultural, y entre otros trabajos suyos hemos localizado una conferencia impartida en 2010 y titulada Origem do Universo:A Teoria da Auto-criaçao contínua do Universo[i]

 Por último, debido a un error de transcripción al copiar el artículo, en la pág. 32 del anterior EOC se puso que el informe de la Guardia Civil era de 6 páginas, cuando según J. J. Benítez tenía 66.

 I.- Siguiendo la pista boliviana

La habíamos dejado con unas cartas que Villagrasa dirigió el 9 de junio de 1967. Escribió a dos periódicos de Oruro, uno de ellos el diario La Patria, tal vez el medio más importante del país. Del otro no obtuvo respuesta, pero de éste le respondió el mismo director, Enrique Miralles B. (de Bonnecarrère), en carta fechada el 20 de junio de 1967, mostrándose intrigado por “el aterrizaje de una cosmonave en Madrid” y ofreciendo el intercambio de información.

Miralles sentía vivísimo interés por los sucesos de Valderas, y al leer la mención de Villagrasa al diario Informaciones, buscó…Sin título2

 “…al señor vicecónsul de España, don Segundo Tejero Vinuesa, viejo amigo, y le pregunté si el Viceconsulado poseía los diarios de Madrid del 2 de junio de 1967. La respuesta fue negativa. En consecuencia, le rogaría a Vd. Sr. Villagrasa tenga la amabilidad de enviarme un recorte de Informaciones, publicación en la cual además del relato, aparecerían las fotos del platillo volador”.

“A mi vez, estoy en condiciones de proporcionarle una versión que ha sido verificada por uno de mis redactores[ii], que estuvo en la localidad de Uyuni, más o menos a unos 300 kms. al Sur de Oruro, para cubrir la información sobre un robo de explosivos en los días indicados por usted[iii], y que trajo una narración verdaderamente fantástica, que me resistí a publicar en tanto no contara con pruebas verdaderamente convincentes: identificación adecuada de las personas, autoridades que intervinieron en el hecho, piezas de convicción y prueba, fotos, etc., etc. En tales circunstancias llegó la carta suya a mis manos.

“(…) Nosotros  cubriremos periodísticamente la noticia y obtendremos todos los detalles…, que una vez recopilados con cuidado y clasificados debidamente, tendré el mayor gusto en enviarle. De usted sólo pido que tenga la amabilidad de hacerme llegar el recorte solicitado…”

Enrique Villagrasa cumplió con su parte del compromiso, mandó al periodista boliviano todo lo interesado. Pero el señor Miralles no respondió.

Ante tal callada por respuesta, y tras insistir en varias cartas, Villagrasa optó como último recurso por escribir al “viejo amigo” citado por Miralles, el vicecónsul Tejero Vinuesa. Éste le contestó en Marzo de 1968 advirtiendo que no debía tomar muy en serio a Miralles, quien era distraído por naturaleza, y que, poco tiempo después del 20 de junio de 1967 se había peleado con su socio y gerente Cristóbal Molina, el cual se marchó dejándole plantado y llevándose consigo parte de los archivos de La Patria. Tal vez para compensar las malas noticias, el vicecónsul le informó del encuentro cercano que aproximadamente dos años antes habían tenido un colega suyo y su familia a unos 12 kms. de Oruro, cuando observaron un objeto luminoso plateado posado en tierra que despegó a gran velocidad[iv].Sin título3

Y dos años después, en 1970, la prestigiosa revista británica Flying Saucer Review publicaba[v] un artículo del investigador argentino Óscar A. Galíndez, (escrito en español y traducido al inglés por el director Gordon Creighton), del que traducimos varios párrafos:

“A finales de 1968, recibí de mi amigo el ufólogo Pedro Medrano, un recorte de prensa que a su vez le fue enviado por el señor Mauro Núñez, de Sucre (Bolivia). El recorte era del diario boliviano Crítica, pero desgraciadamente no incluía la fecha. Sin embargo, es lícito pensar que los hechos referidos tendrían lugar durante los primeros meses de 1968[vi].

“Como podemos ver, se trata de un informe importantísimo. No solamente por tratarse del primer relato de humanoides que recibimos del vecino norteño de Argentina, Bolivia, sino también porque el ‘ufonauta’ muestra un gran parecido con el humanoide fotografiado el 31 de julio de 1952 en el glaciar de Bernina por el ingeniero italiano Gianpietro Monguzzi.

Sin título

El avistamiento.

galindez1 (2)“A las 18h00, en Otoco[vii], pequeña ciudad cercana a Uyuni, en el SO de Bolivia, una mujer india, doña Valentina Flores, salió para guardar los rebaños en los corrales, uno de ovejas y otro de llamas. Éste último se encontraba a un kilómetro lejos de la ranchería.

“Ya había guardado las ovejas en el aprisco, y regresaba con las llamas, cuando notó asombrada que el aprisco estaba cubierto con una extraña red hecha de algo muy similar al plástico. Y moviéndose bajo ella había un extraño ser de 1,10 metros de altura. El ser estaba ocupado matando las ovejas con un instrumento en forma de tubo con un garfio en su extremo.

“Pensando que sería un cuatrero, empezó a lanzarle piedras, mientras el ser se dirigió a un pequeño instrumento parecido a una radio, que, moviendo un interruptor circular que tenía en lo alto, al instante absorbió la red.

“La señora Flores, armada con un bichero, se acercó al aprisco, con intención de propinarle una paliza al ser, pero éste la atacó con la misma arma cortante que había utilizado para destripar a las ovejas. Le lanzó el arma varias veces, retornando cada vez a sus manos con un movimiento de boomerang, tras infligirle cierto número de cortes en los brazos, ninguno de los cuales fue, por suerte, serio.

“Entonces el ser recogió con rapidez la máquina que había absorbido la red, así como una bolsa de plástico en la que llevaba las entrañas de las ovejas. De ambos lados de la mochila del ser surgieron dos prolongaciones tubulares, que llegaban hasta el suelo. Inmediatamente el ser ascendió en el aire, haciendo un tremendo ruido hasta que desapareció.

La investigación

“Al conocerse el suceso en las cercanías, provocó el espanto de los campesinos, quienes veían el presagio de futuras desgracias.

“El coronel Rogelio Ayala, su hijo Pablo, el teniente Alfredo Ampuero, el teniente Carlos Coso (sic)[viii], el doctor Jean Sea y don Jesús Pereira, de la comisaría local, no perdieron el tiempo e iniciaron una investigación oficial, interrogando de modo detallado a la testigo. Se comprobó que había 24 ovejas destripadas y que pequeñas porciones de sus aparatos digestivos habían sido extirpados. En opinión de los investigadores, la señora Flores era una testigo honesta, que había visto algo muy extraño. Partiendo de su descripción del ser, el hijo del coronel Ayala hizo un excelente dibujo, que apareció en el artículo publicado en el diario local, Crítica (…)”.

II.- Errante en busca de la india quechuaCarta J.A. Ramírez (2)

Y durante casi una generación, no se volvió a tocar el tema. Ni siquiera Antonio Ribera, el cual era lector y colaborador de la F.S.R., mencionó este caso; tampoco lo incluyó en las sucesivas reediciones de su obra monumental sobre los platillos volantes iberoamericanos y españoles. Tan solo copias o refritos del texto original de Galíndez publicados en libros y revistas[ix].

Ufólogos sudamericanos, sobre todo argentinos, peregrinaron por España y Europa en pos de pistas y evidencias del affaire Ummo, pero, a excepción del mencionado Óscar A. Galíndez, no sabemos de ninguno que profundizase en la historia de Valentina Flores y su combate contra los “hombrecitos”.

Relato de Enrique Miralles

En Noviembre de 1996, el investigador J. J. Benítez se trasladó a la ciudad de Oruro, logró entrevistarse con Enrique Miralles, ya muy anciano…y le mostró una copia de su carta a Enrique Villagrasa, con lo que pudo recordar lo sucedido.

Pero esta historia tiene “otra parte” inédita, o casi inédita. El famoso escritor asegura que tuvo conocimiento de la carta de Miralles en 1972, esto es cinco años después de ser recibida, y que su viaje a Bolivia para buscar al director de La Patria lo emprendió en 1996, o sea, a los 24 años de conocer la carta.

En nuestro caso, supimos (Montejo) de su existencia mucho más tarde, concretamente en Noviembre de 1989 cuando, en el curso de un programa radiofónico, la exhibió y comentó el veterano investigador Joaquín Martínez. Montejo se mostró interesado por dicho documento, y al cabo de unos meses ambos coincidieron de nuevo en el simposio ufológico que se celebraba en un colegio mayor de Madrid, y Martínez le entregó una fotocopia.

Benitez (3)A diferencia de Benítez, este documento fue ya “operativo” cuando en 1994 se reprodujo en un artículo publicado en Cuadernos de Ufología[x]. Un año después, en Diciembre de 1995, Montejo remitió copia con una carta enviada al P. Enrique López Guerrero (ya fallecido) para preguntarle si conocía la misiva de Miralles y si podía guardar relación con un dato “suelto” en una carta ummita recibida en 1969 por el célebre sacerdote, acerca de un “grupo alemán que se hace pasar por extraterrestres del astro UMMO (y que) operaría en las cercanías de Sierra Tahua, Bolivia…”[xi] No hubo respuesta, así que en Marzo de 1996 el párroco de Mairena del Alcor (Sevilla) tuvo a bien aclarar por teléfono lo siguiente: excusó su silencio porque diariamente recibía muchas cartas y no tenía tiempo de contestar a todas; y añadió que no conocía la carta de Miralles a Villagrasa, cuyo contenido le pareció “ambiguo”.

Pero volvamos a la visita de J. J. Benítez a la sede del diario La Patria y su entrevista con Enrique Miralles:

- Me acuerdo perfectamente. Uno de nuestros redactores, Luis, Lucho, Aramayo Rivero, fue enviado a Uyuni para cubrir la información de un robo de explosivos. A su regreso trajo otra noticia tan fantástica que me negué a publicarla. Y entonces, ¡qué casualidad!, llegó la carta del señor Villagrasa… Según relató Aramayo, en una pequeña aldea de la región de Uyuni, una india había sido testigo de un hecho realmente singular. Unos “hombrecitos” bajaron junto a uno de los corrales, en los que se guardaban las ovejas y mataron a más de treinta. Después volvieron a montar en aquellas “sillas voladoras” y desaparecieron. El suceso conmovió de tal forma a la pequeña comunidad indígena, que no dudaron en desplazarse hasta Uyuni y denunciar el hecho a las autoridades. Días después, una comisión del ejército viajó hasta el lugar, pero nunca supimos sus conclusiones…Carta de Montejo a La Patria-1 (2)

Benítez no logró nada más del señor Miralles, ni siquiera los nombres de los integrantes de la comisión investigadora[xii], que curiosamente, al menos los militares, serían camaradas suyos del mismo Regimiento, y probablemente conocería personalmente a todos o casi todos ellos[xiii]. Confirmó que la historia no se publicó, y tras buscar en la hemeroteca de La Patria, el escritor navarro no encontró nada, excepto la noticia del robo de explosivos, publicada el 15 de junio de 1967: los ladrones, quizá aliados de los guerrilleros, habían reventado cuatro días antes la puerta de los almacenes de la estación ferroviaria de Uyuni y escaparon con veintidós cajas de dinamita.

Relato de Pablo Ayala

Por una misteriosa casualidad, mágicamente, gracias a que el Destino (acaso con la inestimable ayuda del artículo publicado en 1970) lo dispuso así, J. J. Benítez logró coincidir en La Paz con un hijo del general Hernán Terrazas Céspedes, primo del coronel que mandó la expedición, y así localizarlos a todos: el coronel Rogelio Ayala, su hijo Pablo, los tenientes Caso (sic)[xiv] y Ampuero, el doctor Sea y Jesús Pereyra. Pudo hablar con todos, excepto con Carlos Caso (o Casso), al parecer ya fallecido, y hubo plena coincidencia en algo: lo ocurrido allá, en 1967, fue real[xv].

Por entonces Pablo Ayala era un joven estudiante de Derecho, de 18 años; él actuó como notario de la expedición.

- Mi padre estaba al mando del Regimiento LOA-4 de Infantería, con base en Uyuni[xvi]. Yo estaba de vacaciones cuando llegaron aquellos campesinos…

Pablo Ayala no tenía muy claro cuándo sucedieron los hechos. Quizá entre Marzo y Junio…

- Recuerdo que eran dos o tres humildes campesinos. Se presentaron en la guarnición. Se hallaban muy indignados y asustados. Hablaban de “gente pequeña” que volaba y había descendido en una ranchería al Este de Uyuni. Aquella “gente pequeña”, según decían, mataron al ganado. Querían saber quién pagaría las pérdidas. El grado de exaltación era tal que mi padre y los otros militares comprendían que algo extraño había sucedido”.

Al instante se formó una comisión, que debía verificar el relato de los indios, si guardaba relación con las actividades guerrilleras y buscar pistas sobre el robo de explosivos. En cuanto al nombre de la ranchería, o el pueblo más cercano, lamentablemente Pablo Ayala no los recordaba. Tras un viaje agotador, y siempre en dirección Este, llegaron a un paraje compuesto por dos o tres casitas de paja y adobe, en pleno altiplano y a considerable distancia de la aldea más cercana.

- Nos estaban esperando. La ranchería la formaban un par de familias. Muy cerca se levantaban unos corrales de piedra, donde habían dispuesto las ovejas y corderos muertos. Contamos más de treinta. Aquello nos dejó perplejos. Los animales presentaban numerosas mutilaciones, con una serie de orificios, casi perfectos. Como le digo, la muerte del ganado no tenía sentido. Era y es el único medio de vida de estas gentes. Acabar con la totalidad del rebaño no era lógico. Fue entonces cuando una de las mujeres narró lo sucedido tres días antes…

Carta Vicecónsul a Villagrasa (2)Ninguno de los integrantes de la comisión logró recordar el nombre de la mujer[xvii].

- La mujer sólo hablaba quechua –continuó Pablo Ayala-, y en su lengua contó lo siguiente: los hombres de la ranchería habían marchado a sus ocupaciones habituales, por la mañana.

            “Ella  había quedado al cuidado del ganado. Por la tarde, en uno de los apriscos de piedra, notó la presencia de dos ‘hombrecitos’[xviii]. Estaban manipulando una red con la que habían cubierto el corral. Eran muy pequeños; podían medir entre 1,10 y 1,30 metros de estatura. La mujer les gritó, llamándoles la atención. Y los individuos, asustados, procedieron a replegar la red. Uno de ellos se alejó del corral, y al llegar al riachuelo, remontó el vuelo y desapareció.

            “Vestían buzos oscuros, muy acolchados, con algo que les cubría parte de las cabezas. A sus espaldas presentaban unas mochilas (sic), sujetas al pecho con dos correas rojas, que se cruzaban en el centro del tórax. Según la india, los ‘hombrecitos’ utilizaban guantes de color plomo y botas de gran tamaño.

            “La mujer, imaginando que estaría ante unos pillos normales, cogió un bichero y fue decidida hacia el sujeto que todavía permanecía en el suelo. Lo golpeó en la cabeza, probablemente a la altura del ojo, y lo derribó.

            “El individuo se incorporó y lanzó una especie de cuchillo contra la pastora. Era un arma con la punta en forma de garfio y con la cualidad de volver al punto de partida como un boomerang[xix]. Según la india, aquella cosa le produjo heridas en brazos y pecho… Todos pudimos contemplar las heridas: el nudo del kepi, con el que sostenía al niño de corta edad a la espalda, fue lo que aparentemente le salvó la vida.

            “La india siguió atacándole, pero finalmente el ‘hombrecito’ escapó hacia un cerrito, huyendo por los aires, desapareciendo en la misma dirección que su compañero”.

Pablo Ayala se interesó por las heridas causadas al “hombrecito”, pero la india no era muy habladora. Carta Miralles a Villagrasa (2)

- La india lo hirió en la cabeza, y nos mostró incluso algunas gotas de sangre derramada sobre los guijarros. Guardamos unas muestras y las llevamos al hospital uyunense, pero si no estoy equivocado, nunca se analizaron. Era una sangre roja, aparentemente igual que la nuestra.

Benítez se quedó helado. ¿Cómo era posible que…?          

- Eran otros tiempos –Pablo Ayala se mostró así de rotundo-. En 1967, los laboratorios de Bolivia estaban mal o escasamente equipados. Y todo eso, ¿para qué? Al inspeccionar el ganado muerto, comprobamos que aquello no era obra de la guerrilla…Esa misma noche regresamos a Uyuni. Los militares informaron[xx] y ahí terminó el asunto. Dudo mucho que se hiciera un informe oficial (…). Los militares se quedaron tranquilos; aquello no había sido obra de la guerrilla…

Por su parte, el entonces teniente Alfredo Ampuero recordó lo siguiente:

- Las ovejas presentaban unos orificios de entre 5 y 7 centímetros de diámetro. Eran perfectos. Podía verse al trasluz. Aquellos campesinos no tenían con qué practicar semejantes agujeros. Por otro lado, ¿qué sentido tenía matar ovejas y corderos para llevarse solamente parte del esófago, los ojos, los riñones e hígado…? ¿Por qué matar a tantos animales para luego abandonarlos? Tampoco pudimos responsabilizar de la matanza a los indios…Allá no había radio, prensa ni televisión. Era el fin del mundo… ¿Por qué gente tan simple montaría semejante fabulación? Lo que dicen que vieron fue real…

El doctor Jean Sea Barrientos opinaba igual, añadiendo:

- Para extraer los órganos de las ovejas, quienes lo hicieran desplegaron unos especiales conocimientos. Las mutilaciones de ojos y vísceras no fueron obra de indios, de eso estoy seguro. Además, ¿cómo explicar las huellas de las botas y de las ‘sillas voladoras’ junto a los corrales?

No obstante, Benítez reconoce[xxi] que éste es un punto oscuro en el caso de la india y los “hombrecitos”. Los integrantes de la comisión no coincidían: para unos, las “sillas voladoras” disponían de “hélices” o “ventiladores”. Otros, en cambio, no recordaban que la pastora hubiese siquiera aludido a semejantes artilugios[xxii].

 Por nuestra parte, en Febrero de 2009 uno de nosotros (Orozco) escribió al cuartel del Regimiento Loa-IV en Uyuni en demanda de información y preguntando si en sus archivos se guardaba alguna documentación. No hubo contestación[xxiii].

 Relato de Valentina FloresV.Flores descubre al enano degollador (2)

En Marzo de 2001, tras una difícil investigación con muchas caídas y tropezones por el triángulo Uyuni-Potosí-Atocha, Benítez logró por fin entrevistar a la señora Flores, de 60 años de edad, en su casa próxima al Salar de Uyuni.

Los hechos tuvieron lugar en un paraje llamado Sibingani, a cierta distancia de Opoco, la población más próxima, y a un día de camino de Uyuni.

- Ese día me encontraba sola. Mi marido, Gumersindo Torres, era comisionado, y como el resto de los hombres, estaba en la pampa, trabajando…

“Fue hacia las 16h00. Me hallaba con mi hija Teodosia, de un año de edad. La llevaba en la manta, a la espalda”.

¿Cuál era la fecha exacta? Por la edad de Teodosia se precisó el año en 1967, pero el mes fue imposible: quizás en el mismo tiempo de la entrevista, por Semana Santa.

- Fui a buscar una llama y su cría, xtraviadas. Reuní las ovejas y corderos en un lugar y marché en pos de los animales. Cuando regresé, al cabo de más o menos hora y media, el rebaño ya no estaba.

“Extrañada, seguí sus huellas, y llegué a los corrales de piedra, en los cerros. Allí había un hombre pequeño, en el interior del aprisco, de rodillas y con una oveja entre las piernas. El aprisco estaba recubierto con algo parecido a una red. Me asusté; el individuo, que tenía aspecto de un niño, había matado a todos mis animales…”

La pelea (2)Según Valentina, debía medir entre 1,10 y 1,30 metros de altura, vestía una especie de buzo de una sola pieza, con botas de color café.

- En la cabeza llevaba algo que me recordó un casco, con la cara al descubierto. Era de piel muy blanca, con el cabello rubio, los ojos azules y un bigote rojo y espeso.

Algo más allá, fuera del aprisco, Valentina observó a un segundo “hombrecito”, idéntico al primero.

- Cogí una piedra y se la tiré al que estaba dentro del corral. El “hombrecito” me vio, se puso de pie y se asustó. Yo seguí tirándole piedras. Entonces tocó otro aparato que tenía al lado y la red desapareció…

¿Cuántas piedras logró lanzarle? ¿Y a qué distancia estaba Vd. del “hombrecito”?

- Creo recordar que fueron tres piedras. Pensé que eran ladrones y fui acercándome poco a poco. Para entonces el segundo individuo había remontado el vuelo…

Valentina Flores lo tuvo muy difícil para describir los aparatos voladores de los “hombrecitos”. Según ella lo formaban una hélice que sobresalía del casco y unos tubos que salían de los costados.

- El “hombrecito” recogió sus cosas, una de ellas como un aparato de radio, y la otra, una bolsa de plástico donde llevaba los restos de los animales…

Pues eso era lo que el “hombrecito” había estado haciendo en el aprisco: degollar las sesenta y tres ovejas[xxiv] propiedad de la familia.Hombrecito, según Chávez Peón (2)

Armada con un bichero, se enfrentó al “hombrecito”, y cuando se halló a dos metros de él, le acertó en la cara con la punta de hierro. El otro empezó a sangrar. Atacó a Valentina con su cuchillo, la misma arma utilizada para matar a los animales. Tenía una cadena y siempre volvía a su mano[xxv]. Le causó varios cortes, y el nudo de la manta evitó que la matara.

Después de golpearle otras dos veces, el “hombrecito” quedó con el brazo derecho colgando y ensangrentado, corrió hacia un cerro y se echó a volar como el otro.

Horas más tarde, al regresar los hombres de la familia y ver la carnicería, decidieron ponerlo en conocimiento de las autoridades: Gregorio Córdoba, primo del marido de Valentina, fue el encargado de dirigirse a Uyuni aquella misma noche.

Una vez concluida la inspección de los militares, las ovejas se entregaron al médico y éste procedió a venderlas.

Nadie se responsabilizó y la familia Flores quedó arruinada, teniendo que emigrar a las minas de estaño en Oruro, donde trabajarían las mujeres acarreando el mineral con las llamas y los hombres picando bajo el látigo de un capataz aymará. Y levantándose, como si nada hubiera pasado, el minero azotado buscará a otro compañero para que cure sus heridas… con sal gruesa, sal del Salar de Uyuni.

III.- Al habla con la familia Miralles

Enrique Miralles (2)Hablemos ahora de alguien muy representativo del periodismo boliviano: Enrique Miralles Bonnecarrère, el informal corresponsal de Enrique Villagrasa.

Nacido en Oruro en 1912, en una familia de buena posición, estudió en la universidad católica de Antofagasta (Chile), y allá se licenció en ingeniería química.

En 1916, una de las glorias de la literatura boliviana, el poeta Demetrio Canelas, junto con otros escritores y amigos, fundaba en Oruro el diario La Patria. Un amigo de Canelas, Enrique Collazos, dueño de una imprenta, se encargó de editar el nuevo periódico.

En 1927, Miralles marchó a Estados Unidos para estudiar periodismo, y regresó en 1932, recién iniciada la guerra del Chaco contra los paraguayos, provocada por el supuesto hallazgo en la zona norte de dicho desierto, de inmensas reservas de petróleo, apoyados los bolivianos por la compañía americana Standard Oil y los paraguayos por la British Petroleum.

El joven Miralles se alistó voluntario en el Regimiento LOA nº 4 de Infantería, acuartelado en Uyuni (recuérdese este dato), y luchó en primera línea en la guerra de trincheras, siendo desmovilizado en 1935. Aquel olvidado escenario bélico sirvió para que generales alemanes al mando de tropas bolivianas, como Hans Kuntz, ensayaran tácticas que se perfeccionarían en la guerra civil española y en la Segunda Guerra Mundial.

El armisticio no se firmó hasta 1938, con un balance de muertos de 340.000 bolivianos y de 160.000 paraguayos, lo cual representó para ambos países una catástrofe demográfica.

En 1946, el diario La Patria, en el que Miralles colaboraba escribiendo poesías para el suplemento semanal[xxvi], atravesaba una época difícil con riesgo de cierre. Así que se asoció con Cristóbal Molina Rodríguez (el mismo que le diera plantón veinte años más tarde según el vicecónsul español en Oruro), y entre ambos, por mitad, adquirieron el periódico, relanzándolo y dándole aires nuevos.

Estaba La Patria tan bien informado, que hubo ministros que se enteraron de su destitución por el periódico. Habiendo llegado al poder el Movimiento Nacional Revolucionario, Miralles abrazó la causa de este partido, que entre otros avances propició el acceso del indígena a la propiedad de la tierra.

Químico como era, Miralles aplicó sus conocimientos a mejorar la técnica de reproducción fotográfica (huecograbado), logrando así ilustrar el periódico con imágenes de una mayor armonía visual. Y después de tan fecunda trayectoria, falleció en 2006, a la edad de 94 años.

Como veíamos en el apartado 2, la información contenida en la carta de Miralles de 1967 fue utilizada en las investigaciones y publicaciones de uno de los autores (Montejo) a partir de 1994. En Febrero de ese año, el susodicho escribió al investigador paraguayo Jorge Alfonso Ramírez (representante de la MUFON en su país) preguntando por el caso boliviano y la posibilidad de contacto con investigadores bolivianos, con respuesta negativa en cuanto a conocer el caso, pero que fue la primera de muchas peticiones informativas dirigidas a investigadores sudamericanos.

Un paso lógico debía ser preguntar directamente al veterano periodista boliviano, lo cual hizo Montejo por carta remitida en Diciembre de 1995 a la que se adjuntó fotocopia de la de Miralles a Villagrasa, y que no obtuvo respuesta.

En Mayo y Junio de 2007, el mismo coautor intercambió varios mails con la estudiosa boliviana Lorena Vacas, la cual pudo hablar con la esposa de Marcelo Miralles (hijo de Enrique, presente en la entrevista de Benítez con su padre), y que obtuvo un dato interesante: los Miralles ofrecieron al escritor navarro unas fotografías del ganado mutilado que al parecer Miralles padre habría conservado, pero que tras ponerse a buscar no pudieron encontrar.J.Martínez (izqda.) y J.J.Montejo (2)

Un año después, en Octubre de 2008, el otro coautor (Orozco) escribió a Marcelo Miralles planteando, entre otras, las siguientes preguntas:

            - ¿Se guardan en los archivos de La Patria fotografías o documentación relativa al caso de los “hombrecitos”?

            - ¿Se encargó alguien más de la investigación del caso, aparte de la comisión militar de Uyuni, por ejemplo la Policía Rural?

            - Dicha comisión militar recogió unas “piedras manchadas de sangre”, que depositó en el hospital de la ciudad: ¿qué se sabe de las piedras, dónde se encuentran, si hubo análisis…?

            - ¿Puede informarme sobre el diario Crítica, quizá de Sucre o Uyuni?, ¿existe todavía?

Al no obtener respuesta, al mes siguiente Orozco decidió telefonear a Marcelo Miralles, quien no parecía recordar mucho del asunto ni estar interesado en ello. El único dato relevante fue que, al parecer, en 1967-68 se publicaba en Sucre un periódico llamado Crítica, pero con la advertencia de que actualmente existen muchos diarios con el mismo nombre editados en América del Sur.

IV.- No eran extraterrestres, sino duendes. 

Vistos los hechos, sólo nos queda interpretarlos de la manera más lógica posible, sin desdeñar otras posibilidades. La pregunta principal: ¿qué serían los “hombrecitos”?

En primer lugar, advertiremos que la historia ocurre en un lugar salvaje, sin carreteras ni caminos y con comunicaciones prácticamente inexistentes, entre indios que ignoraban el español y precisaban de intérpretes para hacerse entender; podemos intuir cómo vivirían: casas donde se amontonaban el padre, la madre, los hijos, los abuelos y el ganado. Indumentaria característica: los ponchos, tejidos en casa por la mujer o la hija, con lana de llama o quizá de oveja, con un agujero en el centro para pasar la cabeza; pocos tendrían uno de recambio, y en general llevarían siempre la misma prenda, en verano como en invierno, ¡y con qué consecuencias! La higiene y el cuidado de la propia persona debían estar reducidos al mínimo, y esto vale también para las mujeres como Valentina Flores: nada de afeites ni coqueterías, poca o ninguna agua que ellas traerían de algún arroyo con una jarra o cuenco sobre la cabeza.

El primer relato conocido, publicado en la F.S.R., habla de 24 ovejas degolladas. En el relato de la sra. Flores a Benítez, ya son 63 los animales muertos: aproximadamente se ha triplicado la cifra.

En el primer relato, el arma que blande el “hombrecito” contra Valentina retorna a su mano como un boomerang, por el aire. Mientras que en la entrevista de Benítez, dicha arma estaba unida a una cadena, como las navajas de los sicarios colombianos o los chuloputas venezolanos.

Poco o nada de extraordinario ni de maravilloso en el relato.

El casco que llevaba el “hombrecito”, según el boceto de Pablo Ayala, quien, por cierto, parece mejor dotado para el dibujo que Benítez, se asemeja demasiado a un casco de motorista[xxvii]. ¿Serían las “sillas voladoras” simples motocicletas terrestres? ¿Y la antena, ligeramente inclinada hacia la izquierda, que sale de la mochila del “hombrecito” en el dibujo de Pablo Ayala, pero que se omite en los de Benítez?CdeU-1994, publicación carta de Miralles (2)

Todo suena a terrestre y bien terrestre en los “hombrecitos”.

Pero entonces, ¿no eran de una raza llegada de algún lejano planeta? Creemos que no: precisamente el folklore, las tradiciones de la América del Sur, son pródigas en historias de duendes, “hombrecitos” que surgen de alguna profunda caverna para hacer justicia o simplemente fastidiar a los humanos. Véanse, si no, las leyendas recogidas por el peruano Ricardo Palma[xxviii], entre ellas la de “los duendes del Cuzco”. De ahí podemos apuntar que quienes lucharían contra Valentina Flores no serían otra cosa que “duendes”, o sea, “hombres cabezones y chiquitirriticos”, al decir popular. O quizás se tratara de los “auchanchos”, criaturas de la tradición aymará en Bolivia descritos como hombrecitos calvos y saltarines, a quienes incluso se dijo haber visto corriendo y brincando por las calles de la localidad peruana de Chucuito, muy próxima a la frontera boliviana[xxix]

Pablo Ayala data la historia entre Marzo y Junio de 1967, y Valentina Flores en la Semana Santa de 1967. ¿Quizá Pablo Ayala disfrutaba de sus vacaciones de Pascua cuando los asustados indios se personaron en el acuartelamiento?

Uno de nosotros (Orozco) logró agenciarse un almanaque, con lo que resultó sencillo fijar las fechas: la semana santa de 1967 tuvo lugar entre el 23 de Marzo, Jueves Santo, hasta el Domingo de Resurrección, 26 de Marzo. Así ya tenemos una fecha establecida para empezar[xxx]

Por supuesto, existirían otras claves ocultas. El otro firmante (Montejo) comprobó que a comienzos de los años ‘60, en la llamada Escuela de las Américas, ubicada en Panamá y ligada a la todopoderosa CIA, los jóvenes oficiales Alfredo Ampuero[xxxi], Carlos Casso y hasta Hernán Terrazas (el providencial militar que ayudó a Benítez a localizar a todos los demás), habían seguido cursillos de capacitación sobre guerra psicológica y armas nucleares, entre otras materias. Tal vez por eso los dos primeros, destinados por el azar de las circunstancias en una misma unidad, formarían parte de la comisión, la cual, comprobado que la matanza del ganado no era obra de guerrilleros, quizás no insistió en el asunto, pues la investigación, de presentarse una denuncia, hubiera correspondido a los rurales.

Y una pregunta clave: ¿cuál pudo ser el motivo para la matanza del ganado propiedad de la familia Flores?

Muy fácil: hacían falta brazos para trabajar en las minas de estaño de Oruro. Cuando el indígena poseía su parcelita de tierra, sus rebaños, etc. ya no quería trabajar allá, y como no quería trabajar, había que obligarle quitándole sus medios de vida. ¿Que quién lo haría? Pues gente a sueldo, los matones de las compañías mineras. Entonces, ¿por qué sólo matar a las ovejas, respetando el rebaño de llamas, necesarias para el acarreo del mineral? ¿Por qué Valentina Flores los describe como “hombrecitos”?

¿Y qué pensamos de los dos supuestos aterrizajes sudamericanos?

thump_2288665armas-ninja-kusariAl leer el mensaje original leído en la Ballena Alegre, veíamos que para Bolivia, sin indicar coordenadas, fijaba “un área circular con un radio de 208 km. teniendo como centro la ciudad de Oruro”.

Calculemos el área de dicho círculo: nos da más de 130.000 km2, la misma extensión del altiplano, casi como Islandia o Bulgaria, el triple de Suiza.

¿Y qué quiere decir esto? Pues que en ese radio se incluyen La Paz, Cochabamba, Potosí y casi-casi la ciudad de Sucre, mientras que Uyuni, considerablemente más lejos, no se cuenta. Vemos así que el aterrizaje de los “enanos” deogolladores poco o nada tendría que ver con el mensaje de la noche del 30 de mayo de 1967… En realidad, todo el asunto no reposaría sino en una confusión de Enrique Miralles, error que después arrastraría a J. J. Benítez.

Y entonces, ¿qué habría que hacer? Se debería empezar desde cero, y con el mapa en la mano, recorrer dicho círculo en torno a Oruro, visitando todas las ciudades mencionadas así como todas las aldeas y caseríos.

Quizá nosotros estemos en condiciones de aportar algunas pistas: recordemos que la noticia original ubicaba el suceso en la localidad de Opoco o sus alrededores, dato que pese a los fallos de trascripción del nombre en las fuentes disponibles (que escribían Otoco, o incluso Otoko) se repite machaconamente, excepto por Benítez que únicamente nos habla de un paraje llamado Sibingani. Otra pista sería la mención en la carta ummita recibida por el P. López Guerrero en 1969 a un grupo ummita cerca de Sierra Tahua (ver nota 11), camuflada de colonia alemana[xxxii]. Pues bien, de tener algún fundamento el asunto del aterrizaje boliviano, creemos que Sierra Tahua podría ser una buena candidata para comenzar la búsqueda, una región que sí entraría dentro del área circular de marras. 

Y Santo Angelo. Nos quedamos en que “el elevado margen de error” no permitía a los ummitas siquiera fijar un radio incluso mayor que los 208 km. para Bolivia. Remitimos al lector a la conocidísima 2001[xxxiii], en el momento que los astronautas Poole y Bowman comienzan a dudar de la eficacia de HAL-9000, lo cual demuestra que no debemos (ni los ummitas tampoco) confiar demasiado en los circuitos de los xanmoos. Habrá que desconectar los nueve-triple-cero para análisis, o acaso el anunciador interno de deficiencias del xanmoo-9000 pudo inducir a fallo al predecir el margen de error, y se deban averiguar todas las desviaciones del funcionamiento normal, una verdadera hipocondría xanmooica a bordo del oawoolea-uewa-oemm, en aquellos días de 1967…

Hasta aquí hemos llegado, pero avanzaremos mucho si podemos localizar el artículo original del diario Crítica publicado, según todos los indicios, en 1968.

Por lo tanto y a través de estas páginas hacemos un llamamiento a todos los investigadores de Bolivia, Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Paraguay, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, las repúblicas centroamericanas y México, para intentar encontrar el original de dicha publicación.

Nuestros intentos para localizarlo han sido bastantes y dilatados en el tiempo, mucho antes incluso de que J. J. Benítez publicara su libro en 2007. Como muestra baste mencionar la docena larga de peticiones a lo largo de años, entre cartas y correos electrónicos, enviados sin éxito al jurista y veterano investigador argentino Óscar A. Galíndez, que o bien no respondía o cuando lo hacía (gracias a los buenos oficios de amigos comunes como Alejandro Agostinelli) era excusándose y asegurando que buscaría el dichoso artículo cuando pudiera. Pese a tales buenas palabras, seguimos igual que al principio[xxxiv].

En fin, agradeceremos a los estudiosos/as e investigadores/as que lean este artículo nos comuniquen si tienen alguna noticia respecto a un periódico o revista llamada Crítica, editada posiblemente en la ciudad boliviana de Sucre (o en Uyuni, u otra distinta), allá por 1967 ó 1968, si existiera alguna hemeroteca donde se puedan consultar los números publicados, si alguien posee copia del artículo que inspiró a Óscar A. Galíndez, si se nos puede poner en contacto con quien fue su corresponsal, llamado Pedro Medrano, o el boliviano Mauro Núñez, de la ciudad de Sucre[xxxv], o, si fuera posible, con Pablo Ayala, notario de la comisión militar en 1967, e incluso con Lucho Aramayo, el antiguo redactor del diario La Patria.

Muchas gracias a todos.

J.J. Montejo y V. Orozco

Madrid-Benidorm-San Felipe de Asturias de Oruro, Invierno de 2013/2014

 

ANEXO I

Algo sobre etnografía de la Bolivia de casi medio siglo atrás Campesino boliviano (litografía de 1967) (2)

            El erudito Gottman nos dice en su visión geográfica de Bolivia[1], que en 1960 el censo de población ascendía a un total de tres millones y medio de habitantes, lo que significaría una densidad de 2,75 h/km2.

            Pero nada más alejado de la realidad: zonas extensísimas casi enteramente despobladas y otras más reducidas con población muy numerosa. La mayor parte de los habitantes se agrupaban en el altiplano, desierto y frío; otra zona muy poblada es conocida como las yungas, palabra que en quechua significa “valles calientes”.

             También en Bolivia estaba presente el problema racial: sólo el 13 % de la población era de raza blanca, los descendientes de los conquistadores españoles o de los escasos inmigrantes europeos; un 27 % lo formaban los cholos o mestizos de españoles con mujeres indígenas del país; el grupo negro descendiente de los esclavos africanos era escaso; pero en cambio era muy numeroso, el 52 % de la población total, el elemento indio, repartido principalmente entre dos razas primitivas: la quechua y la aymará.

             El indio puro, sea quechua o aymará, es el que mejor conserva el carácter ancestral. Vive hoy en íntimo contacto con la tierra, como vivirían hace cinco siglos sus antepasados incas… Apático, incomunicativo, hasta el hermetismo más absoluto, incansable y sobrio, el indio trabaja la tierra (cuando la tiene) rindiendo todo lo que su fortaleza le permite y le proporciona la Madre Coca, el sedante que necesita su triste y miserable vida. En 1967, según la FAO, toda Bolivia estaba considerada una de las zonas más deficitarias en vitaminas, proteínas y sales minerales.

             Disfrazando sus sentimientos y el odio profundo que siente por el blanco dominante, bajo una humildad y un vasallaje fingidos, aceptó desde hace siglos una religión impuesta por el conquistador, pero sin abandonar a los antiguos dioses, y así alterna el culto a la Virgen y a los santos con los de las montañas y espíritus creadores. Por ejemplo, durante sus viajes hace y coloca su ofrenda (un guijarro envuelto en hojas de coca mascadas) al lado de las apachelas o altares de piedra, o derrama sobre ellos un poco de chicha (aguardiente de maíz), al mismo tiempo que en su lengua materna murmura una plegaria, pidiendo a sus achachilas favoritos o a Apu-Taitai, el “Señor de las Montañas Nevadas”, fuerzas para su cuerpo en las largas caminatas.

             El indio del altiplano dedica los mejores años de su vida al más duro trabajo en los campos de salitre chilenos, en las minas de cobre de Corocoro, Huanuni, Pulacayo y otras, ¡hay tantas!, las de estaño en Oruro, en Colquechalca o en Chorolque, hasta reunir el capital que le permita adquirir una parcela de tierra que le proporcionará, a él y a su familia, el sustento necesario.

             Así el indio ya es feliz, y concentrándose en sí mismo, desecha desde entonces toda relación con los hombres de raza extraña. El que resulta afortunado, adquiere, en general como dote junto con la mujer elegida, unas cuantas llamas, con las cuales ayuda a la economía hogareña transportando mineral a lomos de tan robustos y pacientes cuadrúpedos, o bien leña desde algún lejano valle.

            La llama es, por tanto, una bendición para el indio en tan inhóspitos parajes, le proporciona de todo: carne, leche, pieles, lana para la confección de toscos ponchos y pantalones, y hasta los excrementos o taquiá son útiles, pues, secados, constituyen el único combustible con el que puede contar el indio, a la vez que, junto al fuego, intenta olvidar sus penas tocando ritmos nostálgicos con la quena o haciendo vibrar las cuerdas del charango.

             De esta forma, entre estrecheces y miserias, transcurría en 1967 la vida del indio del altiplano, cuando el Ché Guevara quiso convertir a Bolivia en el Vietnam sudamericano.

[1] Gottman, Jean: América, ed. Teide, Barcelona, 1968, págs. 287 y ss

ANEXO II

Jordán Peña y Bolivia

Dibujo original de J.L.Jordán (el artilugio boliviano, arriba dcha.) (2)

            El 10 de Junio de 2013 uno de los autores (Montejo) tuvo ocasión, acompañado por David Cuevas, de entrevistarse con José Luis Jordán Peña, el autoproclamado autor del asunto Ummo. Una pequeña parte de sus curiosas revelaciones y confidencias (sobre el famoso abducido Julio F.) ya fueron recogidas en el anterior número de EOC, y ahora nos detendremos brevemente en lo que nos contó, casi sin preguntar, sobre lo que Jordán calificó del “fracaso de Bolivia”.

            En ese momento, el tema de la conversación giraba sobre los colaboradores que le ayudaron a lo largo de los años en el montaje o experimento ummita, y la remuneración que unos supuestamente recibieron y otros no, a cargo del “instituto X”  con el que Jordán asegura haber trabajado. Entre los que “cobraron” estaría su colaborador de Bolivia, a quien no conocía personalmente pero sí que vivía en Oruro y cuyo nombre, que afirmó saber, se negó a facilitar. Al parecer, pretendían montar un falso avistamiento ovni como en Madrid y Santo Angelo, pero salió mal: el “montaje formidable” al que se refirió el sr. Peña consistió en una maqueta en forma de platillo a la que incluso se pintó el símbolo ummita, colgada de un globo de helio iluminado que el colaborador lanzó en la ciudad boliviana, pero semejante despliegue no sirvió de nada porque los orureños no se dieron cuenta de lo que volaba por encima de sus cabezas (se supone que, absortos en sus pensamientos y preocupaciones, ni se molestarían en alzar la vista y mirar hacia arriba), a pesar de que el globo era bien visible a las 8 de la tarde. Jordán, amablemente y pese a sus limitaciones no sólo verbales sino manuales, esbozó el artilugio, dibujo que presentamos en primicia a los lectores.

            Hasta aquí lo dicho por Jordán Peña hace casi un año, y desde luego podemos preguntarnos si resulta creíble o no. Diremos en primer lugar que algo parecido le debió contar a J. J. Benítez, aunque el modus operandi difiere totalmente (op. cit., págs. 160-161): en el simulacro de Oruro, su colaborador, de iniciales P.S.S., se limitó a fotografiar una maqueta colgada de una cuerda, entre dos árboles, que llevó a la prensa local (¿sería el diario La Patria?), pero como “la propaganda, en Bolivia, era menos eficaz que en España, la noticia no trascendió” (sic). ¿Con qué versión nos quedamos? Hemos de añadir que, en la conversación de 2013, J. L. Jordán utilizó el mismo argumento que contó a Benítez a propósito del caso boliviano (maqueta colgada de un árbol) para explicar cómo realizó el trucaje de San José de Valderas.

            Otros detalles apuntados por Benítez en apoyo de la falta de credibilidad de Jordán, como decir que su colaborador hizo las supuestas fotos en “plena selva de Oruro”, consideramos que no son relevantes puesto que podría ser una simple confusión o exageración para referirse a jardines o parques que, como se puede apreciar, sí que existían en dicha ciudad. En San José de Valderas no había ni hay selva alguna, pero lo que sí había en 1967 eran arboledas o pequeños bosques donde perfectamente se podía colgar una maqueta de un árbol o de dos… y en Oruro cabe suponer que exactamente igual.

            1 - copiaPor último, el artilugio descrito por el sr. Peña se parece demasiado al utilizado en un experimento conducido por periodistas italianos en Febrero de 1967, y que uno de nosotros (Montejo) expuso en un artículo conjunto con Carles Berché publicado en CdU nº 16-17 de 1994 como posible inspiración del caso Valderas (pág. 42): construyeron una maqueta con forma de platillo de color rojo justamente para facilitar su visibilidad y que colgaron de un globo, a su vez sustentado por otro a 500 metros de altura, lo que le hacía prácticamente invisible; el dispositivo se lanzó en un suburbio de Milán, y a diferencia del “formidable montaje” boliviano, sí que hubo paseantes que lo vieron. Con posterioridad, supimos por un antiguo miembro de la agrupación Erídani que ya en aquellos años (comienzos de los ’70), Jordán Peña daba en el local social y en colegios mayores de Madrid charlas sobre trucajes y fraudes ufológicos, y que uno de los ejemplos que más repetía era precisamente el del experimento italiano.

            Cabe, pues, que lo declarado por el sr. Peña en 2013 fuese un “acto fallido”, esto es, un ensayo que a él le hubiera gustado hacer personalmente y que debía admirar puesto que tanto hablaba de ello, y que ahora decidió “proyectar” sobre un imaginario (o no) colaborador boliviano. Sospechamos que en futuras entrevistas, propias o ajenas, el inefable José Luis asumirá directamente la historia y dirá que él también se sirvió de un artilugio similar en Madrid, con o sin imitación boliviana.

 

NOTAS

[i] Conferencia de apertura del curso de Astronomía en el Instituto de Física UNISINOS, 10 de septiembre de 2010, 8 páginas.

[ii] Verificada, dice Miralles: o sea que, antes del 20 de junio de 1967, ya circularía dicha historia en forma de rumores.

[iii] Enrique Miralles, como vemos, ignoraba la fecha exacta del suceso, y es él quien la relaciona con el avistamiento de San José de Valderas, influido sin duda por la llegada de la carta desde España.

[iv] Esta observación es inédita, y que nosotros sepamos es la primera vez en 45 años que se hace pública.

[v] F.S.R., vol. 16, nº 4, Julio-Agosto de 1970.

[vi] Esta fecha aproximada pudo deberse a una confusión entre la de publicación en Crítica y la fecha en que sucedieron los hechos.

[vii] Error de transcripción, pues se trata de la ciudad de Opoco, al SO de Bolivia; en cuanto al responsable del error, sólo podemos especular: ¿vendría ya en el recorte original de Crítica, o bien se cometió al escribirse o publicarse el artículo en la F.S.R.?

[viii] El subrayado y la cursiva son de ambos autores (Montejo y Orozco).

[ix] Durrant, Henry: Humanoides extraterrestres, ed. Javier Vergara, Buenos Aires-Barcelona, 1978, págs. 97-98. También en Mundo Desconocido, nº 72, Junio 1982, artículo de Jean-Luc Bérault. En estas fuentes  el incidente protagonizado por la sra. Flores se sitúa ya en un mes concreto (¿?): Marzo de 1968.

[x] Como ilustración en las notas y comentarios que uno de los autores (Montejo) realizó al texto escrito por José Antonio Cezón y titulado Memorias de un ummólogo que nunca lo fue, en CdeU, nº 16-17, 2ª Época, 1994, pág. 74. En la misma nota se incluyó una referencia a la curiosa carta de José B. Rabello a Villagrasa y sus posibles motivaciones (ver 1ª parte de este artículo, EOC nº 74, Noviembre 2013).

[xi] Se trata de la carta recogida en el UMMOCAT con el nº 73, recibida en Marzo de 1969, y que E. L. Guerrero publicó en su libro Mirando a la lejanía del universo, ed. Plaza & Janés, Barcelona, 1978, págs. 69 y ss.

[xii] Entonces, en 1967, Bolivia estaba en guerra civil contra los guerrilleros del Ché Guevara: publicar en un periódico los nombres de la alta oficialidad del Regimiento LOA-4 de Infantería, con base en Uyuni, habría sido suicida, facilitando así a la guerrilla los nombres de interesantes objetivos.

[xiii] Ver reseña biográfica de Enrique Miralles más adelante, en el epígrafe III.

[xiv] Ídem que la nota 7. Aunque a simple vista el cambio de vocal de “Coso” a “Caso” pudiera parecer una errata de imprenta, creemos que el apellido se transcribió mal en el artículo de la F.S.R., y que en realidad el militar boliviano se llamaba “Casso”, con dos eses, de modo que Benítez lo anotaría con una sola de escucharlo a sus entrevistados, y no porque lo hubiera visto escrito.

[xv] Benítez, op. cit., pág. 35.

[xvi] El Regimiento LOA nº 4 de Infantería, con sede en Uyuni, fue fundado en 1829. En la actualidad forma parte de la X División del Ejército de Tierra boliviano. Se distinguió en varias acciones durante la Guerra del Chaco, y también participó en las algaradas y golpes militares que se sucedieron en Bolivia durante el siglo pasado.

[xvii] Pero su nombre, Valentina Flores, ya había sido publicado en el artículo de Galíndez en la F.S.R., y otras fuentes como las mencionadas en la nota 9.

[xviii] ¿Uno o dos “hombrecitos”, en qué quedamos? Por su parte, Miralles, en su relato no precisaba el número de enanos atacantes.

[xix] El subrayado es nuestro (Montejo y Orozco).

[xx] De donde se desprende que tal vez se redactó algún tipo de informe.

[xxi] Benitez, op. cit., pág. 39.

[xxii] O sea, que nada está claro, y menos todavía cuando un testimonio se consigue en quechua a través de un intérprete que hable español, y quienes lo escucharon y/o tradujeron rememoran los hechos 30 años después.

[xxiii] Tenemos un dato de última hora que, de confirmarse, podría dar un vuelco a la investigación, y que decidimos ofrecer a los lectores con reservas: en Enero de este año uno de nosotros (Montejo), gracias a Pablo Villarrubia, ha podido ponerse en contacto con Estela Miralles, hija de D. Enrique, la cual ha tenido la amabilidad de contarle sus recuerdos de aquella historia, y entre ellos asegura que la unidad donde se denunciaron los hechos no sería la que decía Benítez, y que nosotros dábamos por buena, sino otra distinta: el Regimiento “Rangers” con base en Challapata. También nos consta que a Villarrubia le mencionó la misma unidad militar, y no el Regimiento Loa-IV de Uyuni.

[xxiv] El subrayado es de ambos autores (Montejo y Orozco).

[xxv] Ídem que la nota anterior.

[xxvi] Miralles destacaba también por su sentido del humor, llegando a autodefinirse como el “viejo perverso que le toma el pelo a la gente en verso” (sic).

[xxvii] Resulta interesante la interpretación que del humanoide, y de escenas concretas del incidente, hizo el dibujante Luis Chávez Peón, colaborador habitual de la revista mexicana Duda para cómics basados en conocidos avistamientos y encuentros cercanos; las ilustraciones proceden del artículo “¿Extraterrestre o Cupacabras en Bolivia?”, atribuido a Erwin Müller y disponible en enigma900.blogspot.com/2007/09/extraterrestre-o-chupacabras-en-bolivia.html.

[xxviii] Palma, Ricardo: Tradiciones peruanas, ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1942, págs. 8 y ss.

[xxix] “UFOs in the High Andes”, artículo de Scott Corrales publicado en Fate, Septiembre de 2007.

[xxx] Aunque sigue habiendo dudas sobre si el año correcto fue 1967 ó 1968, lo que sí parece claro según los testimonios expuestos es que la fecha probable del suceso no coincidiera con la del vaticinio ummita (recordemos que sería entre finales de Mayo y principios de Junio), sino que fuese anterior: varios autores, como H. Durrant (ver nota 9), datan el incidente en Marzo de 1968, y unos como E. Müller (ver nota 27) incluso aportan hasta el día (10-III-1968), mientras que otros prefieren situarlo en Mayo, también de 1968 (concretamente, el 14-V-1968, como Jean Ferguson en Les Humanoïdes…”, ed. Leméac, Ottawa, 1977, págs. 31 y 32).

[xxxi] El general Alfredo Ampuero, como gerente de la empresa boliviana COSSMIL (Corporación de la Seguridad Social Militar), se vio implicado en un caso de corrupción, y renunció a dicho cargo en Agosto de 2000. La foto del militar publicada por Benítez (op. cit., pág. 40) probablemente se tomara en su despacho de gerente, ya que se aprecia parte del anagrama de la Corporación en la bandera que figura en segundo plano.

[xxxii] La llegada de colonos alemanes a Bolivia es un tema amplio, pero hemos de aclarar que a partir de 1954 llegaron al país andino numerosos contingentes de origen germano pertenecientes a la Iglesia menonita (unos 56.000), aunque procedentes de diversos países, como Canadá. Sus principales asentamientos se localizaron en las provincias de Santa Cruz, Beni y Tarija. Una de esas colonias se hallaba en Santa Cruz de la Sierra, situada en Sierra Tahua, entre Potosí y el Salar de Uyuni.

[xxxiii] Clarke, Arthur C.: 2001, una odisea espacial, ed. Salvat, S.A. y Alianza Editorial, S.A., Barcelona, 1970 (en versión traducida al español por Antonio Ribera).

[xxxiv] En un postrer intento, hemos solicitado esta información al distinguido abogado y ufólogo argentino en Diciembre de 2013, y pese al apoyo y colaboración una vez más de Alejandro Agostinelli (quien había entrevistado a Galíndez poco antes con motivo del 50º aniversario del caso Trancas), el resultado ha sido el mismo de ocasiones anteriores (nada de nada).

[xxxv] En cuanto a la posible identidad de ambos informantes, hemos averiguado lo siguiente: alguien llamado Pedro Medrano figura como testigo, junto con su padre, de un OVNI suspendido sobre una carretera a 10 kms. de Jesús María (Córdoba), avistamiento ocurrido en la madrugada del 2 de Agosto de 1965 (comunicación del Sr. Medrano al grupo ufológico argentino CADIU). Y en cuanto a Mauro Núñez, en Sucre residía un artista llamado Mauro Núñez Cáceres, muy conocido en Bolivia y otros países del entorno como cantante y charanguista (fallecido en 1973), sin que por ahora sepamos si tenía algo que ver o no con la persona citada por Galíndez.

 

Puedes descargarte gratis EOC nº 75 en: http://elojocritico.info/wp-content/uploads/2014/04/EOC75.pdf

Displaying 1 Comments
Have Your Say
  1. hola soy alberto rafael

    deceo contastarme con estudioso del caso ummo,,que es muy importante en la parte espirituales y cocentracion en este caso fue para obtener salud sabiduria sin a una espera saludo muy cordial

Dejar un comentario

XHTML: Tu puedes usar estas etiquetas html: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>