Published On: Vie, oct 23rd, 2020

ELLA SONRIÓ PARA QUE TU NO LLORES, de David Cuevas

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Nunca he creído en los libros de autoayuda… hasta hoy. Porque la historia de Olivia, nuestra Oli, es mucho más que eso.

Nunca he creído en coachs, terapeutas ni oradores motivacionales. Y sigo sin creer. Porque los grandes bestseller; Robbins, Eker, Canfield, Hay, Ferriss, Kiyosaki, Choppra… se me antojaban teóricos del dolor, especuladores del sufrimiento, ideólogos del trauma, mercaderes de la angustia. Pero Oli no era una teórica. Oli era una superviviente. Transitó durante toda su vida la oscura senda de la enfermedad, que lejos de amilanarla, la convirtió en una guerrera. Fuerte. Noble. Audaz.

Un ángel dispuesto siempre a presentar batalla en favor de quienes no pueden defenderse, porque no tienen manos con las que empuñar un escudo, sino patas. Como ella decía “todos  saben que los ángeles tienen alas, pero pocos recuerdan que también empuñan espadas”. (Pag. 221)

La historia de Oli es un libro fácil de leer -menos para quienes la conocimos-, porque tiene un objetivo secreto. Una misión trascendente, dirigida directamente a ti. Al lector anónimo que nunca conoció a Oli. Y esa misión secreta es la conversión alquímica del plomo -denso y pesado, como una vida atada a la enfermedad- en oro -luminoso y brillante como la esperanza-.

Porque incluso quienes intuíamos en Oli esa profunda sabiduría experiencial, que genera vivir “con la espada de Damocles de la muerte permanentemente pendiendo sobre tu cabeza” pag.164), desconocíamos, hasta ahora, todo lo que iba a enseñarnos.

Incluso yo, que el 17 de febrero de 2020 -solo unas horas después de regresar de su entierro-, no pude refrenar el impulso de escribir “Las siete enseñanzas de Oli” (texto que David ha tenido la amabilidad de incluir en el libro), que quede corto. Muy corto.

Me he leído el libro de un tirón. En una noche. No recuerdo haber leído con tanta dificultad un libro -a causa de las lágrimas- desde que devoré “Caballo de Troya” de J. J. Benítez, siendo un adolescente con vocación sacerdotal. Parando cada pocas páginas para coger aire, y otra caja de kleenex. Agradeciendo profundamente a David,  único depositario de este tesoro existencial, que haya tenido la generosidad de compartir con todos sus lectores a esa Oli sabia, profunda y curtida en mil batallas, que hasta ahora solo el conocía.  Gratitud.

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Es imposible, al menos para mi, definir “Ella sonrió para que tu no llores”. Pero se lo que no es. No es solo una biografía, ni un libro sobre anomalías, sincronicidades inexplicables y experiencias cercanas a la muerte. No es una investigación sobre las luces y sombras de la medicina, ni es un manual de autoayuda. Tampoco es un argumentario a favor de los animales, los trasplantes o la urgencia de vivir en armonía con la naturaleza, ni un decálogo del valor de ser consecuente con las propias decisiones. Pero  es todo eso y mucho más a la vez. Un descubrimiento insospechado que si nos ha dejado boquiabiertos a quienes conocíamos a Oli, dejará sin aliento al lector que no sepa absolutamente nada de ella.

Porque Oli, “un ángel caído que nunca paró de levantarse” (pag. 174), resurgía de cada batalla contra ”la huesuda de la guadaña”, con nuevas cicatrices -tanto en el alma como en el cuerpo-, pero desarmando a la parca con su eterna y luminosa sonrisa. Una sonrisa permanente, imbatible, inasequible a los golpes feroces del destino y que subrayaba la firma de su mirada, para que quienes la queríamos no llorásemos por un dolor que solo ahora, en estas páginas, podemos llegar a atisbar.

Hoy siete seres humanos, anónimos y desconocidos, pueden salvar la vida física gracias a Oli, como ella la salvó en su momento gracias a otro ángel, una anónima princesa, que permitió el doble trasplante de riñón y páncreas que le concedió una prórroga de cinco años en el terreno de juego. Porque ese es el radio inmediato de acción al que podemos llegar cada uno de nosotros si decidimos convertirnos en héroes como ella: siete vidas salvadas por cada donante.

Pero esos son solo los beneficiarios del legado físico de Oli. Ahora, gracias a estas páginas, somos millones los que también podemos salvarnos del conformismo, la desesperanza, la autocompasión, el miedo, la inseguridad, etc.

David dice que gracias a Oli perdió el miedo a la muerte (pag. 177). Sus lectores hemos perdido el miedo a la vida.

Yo siempre supe que David Cuevas era un héroe. De incógnito. Disfrazado. Oculto bajo esas gafas de pasta. Escondido bajo esa apariencia de seriefilo despistado. Mimetizado como periodista de exigente perfeccionismo irreverente y de sinceridad insoportable. Siempre intuí que se ocultaba un titán. Un Superman travestido de reportero de mil Daily Planet del misterio. Me gusta descubrir que mi intuición era acertada. Mi olfato de sabueso nunca me ha fallado y esta vez no iba a ser la primera vez. Aunque nuestro Clark Kent no ha resultado ser un extraterrestre… sino un terrestre extra. Porque detrás de toda gran mujer, solo puede existir un gran hombre. Y una heroína como Oli solo podía compartir su lucha con un héroe a su altura. Una estatura que solo alcanzan los gigantes.

Lo primero que hice al terminar el libro de David, de Olivia, fue buscar en:  http://www.ont.es la oficina más cercana de la Organización Nacional de Transplantes y enviar mi solicitud. Yo también quiero ser un héroe. Como él. Como ella. Donante

Recuerdo que el día de su entierro, me impresionó mucho la imagen final de su tumba. La que se quedó en mi retina. Literalmente cubierta de flores.

Jamás había visto nada parecido. Parecía la tumba de una estrella de cine. De un escritor famoso. De un líder espiritual o político… Pero Oli era una chica anónima, sencilla, normal… aparentemente. Solo hoy, tras terminar la última página de su libro, lo comprendo.

En el liviano ataúd que yacía sepultado por la desconcertante montaña de flores, se custodiaba un tesoro.

Aquel cuerpecillo menudo, delgado, frágil en apariencia, cubierto de cicatrices por las infinitas intervenciones quirúrgicas, encerraba el espíritu de una walkiria, de una amazona, de una meiga… tan guerrera como sabia. Y ahora el secreto ha sido desvelado a través de estas conmovedoras e inspiradoras páginas. Gracias David, por compartir con nosotros a esa Oli que hasta ahora tenías solo para ti… Gracias.

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David lo dice, haciendo suya una cita de Westworld: “Solo vives hasta que la última persona te recuerda” (pag.17). Yo lo expresaré de otra manera.

En el animismo africano el más allá no se considera un lugar, sino un periodo de tiempo. Tras la muerte, el espíritu continua viviendo mientras exista alguien que pronuncia tu nombre. Ese periodo de tiempo, ese más allá cercano, se conoce como Shasha, el pasado reciente. Y solo quienes han hecho cosas en vida lo suficientemente importantes como para que su nombre se pronuncie y se recuerde de generación en generación, pasan al Zamadi. El pasado remoto. El lugar donde viven para siempre los héroes inmortales. Y ahora, gracias a este libro, ahí es donde morará para siempre Oli, convertida en una heroína inmortal.

Manuel Carballal

 

 

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