Published On: Sab, nov 9th, 2013

EL OVNI ESTRELLADO QUE RECUPERO LA ARMADA ESPAÑOLA

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Publicado en EOC nº 73

4En 1966, la Armada española se hizo con los restos de una aeronave en forma de platillo volante que había sobrevolado varias instalaciones militares de El Ferrol (A Coruña), antes de acabar estrellándose contra el mar. Varios ingenieros del Ejército estudiaron los fragmentos del OVNI, que terminaron finalmente en manos de las tropas estadounidenses. Décadas después, conseguí localizar a varios testigos claves de dicho incidente: desde una persona implicada en la recogida de los fragmentos de la aeronave a otra que pudo contemplarlos en el interior de unas instalaciones militares subterráneas…

Juan Daniel Araoz es un experimentado investigador OVNI afincado en El Ferrol (A Coruña) que siempre se ha mantenido al margen de los medios de comunicación. Lo conocí a mediados de los años 90 y, desde entonces, hemos mantenido el contacto. En varias oportunidades me puso sobre la pista de incidentes ufológicos acaecidos en tierras ferrolanas. Sin embargo, el caso más fascinante de todos los que ha tenido la oportunidad de investigar durante los últimos cincuenta años, ocurrió a mediados de los años 60 del pasado siglo, y el propio Juan Daniel fue uno de sus principales protagonistas.

Todo comenzó una noche del año 1966 ó 1967 -Juan Daniel no puede precisar la fecha exacta-, cuando nuestro informante recibió la llamada de un buen amigo: el popular periodista ferrolano José Varela Losada, conocido por el sobrenombre de “Jovalo”. Minutos antes, una persona había informado al reportero de que un extraño objeto volador se encontraba sobre la vertical de las instalaciones del astillero naval de Astano. “El bueno de ‘Jovalo’ sabía de mi interés por el asunto de los OVNIs, así que no dudó en llamarme, a pesar de que eran las tres o cuatro de la mañana -me explicaba Juan Daniel-. Cuando llegué a la zona, en la carretera que está frente al astillero, además de mi amigo el periodista, también estaba contemplando el OVNI un matrimonio”. A continuación sucedió lo que sigue, según me relató el ufólogo ferrolano:

No cabía en mí de gozo. Estaba observando uno de esos objetos que tanto me interesaban. Estaría como a unos trescientos metros de nuestra posición, y su diámetro debía ser de unos doce metros. No era difícil hacer el cálculo, puesto que en un primer momento se encontraba cerca de una grúa de los astilleros. Parecía un sombrero o plato invertido. Vamos, dicho sin tapujos, que tenía la forma del típico platillo volante que todo el mundo ha visto alguna vez en fotografías, en dibujos o en películas. Era de un color amarillento, pero su cuerpo principal no emitía ningún tipo de luminosidad, sino que era alumbrado por una serie de lucecitas de distintas tonalidades que tenía alrededor de su estructura, y que se encendían y se apagaban alternativamente: primero dos o tres rojas, luego otras verdes, unas amarillas, etcétera.

Total, que el platillo volante comienza a desplazarse lentamente sobre varias de las naves de Astano, y luego se marcha hacia el otro lado de la ría, donde en aquel entonces había una serie de polvorines militares. Estuvo bastante tiempo “curioseando” sobre los polvorines. De hecho, disminuyó bastante su velocidad y, en un momento dado, casi dio la sensación de que se paraba. Luego tiró en dirección a los astilleros de Bazán, sobre cuyas instalaciones también estuvo moviéndose bastante tiempo. En ese momento se estaban construyendo allí una serie de buques de guerra, así que me pareció que estaba espiando estos barcos. Al final, se desplazó hacia la boca de la ría y se perdió a lo lejos, sobre el mar. Estaba tan sorprendido con el “espectáculo” que no te puedo decir cuánto tiempo duró todo el avistamiento, pero calculo que sería entre media y una hora. Es decir, que el OVNI estuvo un buen rato “inspeccionando” los polvorines y los astilleros.  3 - copia

“No te lo vas a creer, tenemos un OVNI en la base”

Pasados unos días del avistamiento, Juan Daniel se enteró casualmente de que unos pescadores de una embarcación que atracaba en la localidad costera de Burela (Lugo) habían hallado recientemente, en alta mar, algunos restos de un extraño aparato, de modo que hacia allí se dirigió para entrevistarlos. “No tardé en localizar a algunos de ellos -me contaba-. No querían hablar del asunto, sólo me dijeron que eran unos trozos grandes de algo amarillo parecido al poliespan (nombre por el que es conocido en España el poliestireno expandido, material plástico espumado utilizado en el sector de la construcción y el envase. Nota del autor), pero que pesaba mucho. Decían que dentro de esa carcasa amarillenta había una especie de aparatos, pero ya no quisieron ofrecerme más detalles”.

En la época del avistamiento que nos ocupa -y también en la actualidad-, Ferrol constituía un puerto estratégico para la defensa del territorio nacional, de modo que la Armada -rama marítima del Ejército español-  conservaba una importante base naval y armamento pesado. “En aquellos tiempos, al igual que ahora, tenía muy buenos amigos que eran militares de la Armada -continuó Juan Daniel con su relato-. Muchos de ellos sabían de mi afición por el asunto de los OVNIs, así que unos días después de haber hablado con los marineros de Buerela que habían recogido los restos de un aparato, recibí la llamada telefónica de un militar. Me dijo: ‘Oye, no te lo vas a creer, pero en la base naval de A Graña tenemos bajo vigilancia uno de esos platillos volantes que tanto te interesan. Al parecer, lo recogieron unos pescadores en el mar. Es un secreto y no podemos hablar del asunto, pero pensé que te gustaría saberlo’”.

Antes de seguir con el relato de los hechos, conviene aclarar que mi informante tenía fácil acceso a las instalaciones militares de A Graña, situadas bajo una montaña en El Ferrol, por una serie de cuestiones familiares. Así me lo explicaba Juan Daniel: “En esa época yo trabajaba en un negocio de mi familia que estaba en pleno Ferrol. Se trataba de una especie de grandes almacenes de tres pisos, donde vendíamos prácticamente de todo. Nosotros éramos los encargados de proveer a la Armada de colchones, sábanas, cortinas, muebles y demás, que necesitaban tanto para la base naval como para los barcos. De modo que yo tenía que entrar habitualmente a la base de A Graña para tomar medidas, llevar encargos o dejar presupuestos. Iba tantas veces que acabaron dándome un pase especial para poder entrar cuando quisiese. Te puedes imaginar que mi relación con los militares era muy estrecha. De hecho, la mayoría de mis amigos pertenecían a la Armada. Por otro lado, había salido con la hija del comandante de la base, así que todo el mundo en la instalación militar me conocía”.

“Ahí está el platillo volante que usted quiere ver”

Juan Daniel no se iba a quedar quieto tras saber que en la instalación militar de El Ferrol había uno de esos platillos volantes que a él tanto le fascinaban, y de los cuales se publicaban constantes noticias en la prensa del momento. Así que, ni corto ni perezoso, llamó al comandante de la base naval de A Graña y le explicó la información que le había llegado. El alto mando militar, tras dudar unos instantes, le dijo: “Vale, está bien, pero por ser tú y porque sé de tu interés por esto de los OVNIs. Vente por aquí. Te acompañará un soldado con la orden estricta de que sólo te lo deje ver un minuto como máximo”. Nuestro protagonista se presentó de inmediato en A Graña, donde en palabras de Juan Daniel, sucedió lo que sigue:

No sé cómo será ahora, pero en aquella época las instalaciones de la base militar estaban ocultas bajo una montaña completamente horadada por su interior. Había silos donde se guardaba toda clase de armamento y unos túneles de hormigón inmensos que iban a dar a las distintas dependencias. Recuerdo que al llegar, me estaba esperando el soldado encargado de conducirme a dónde estaba el OVNI. No anduvimos mucho, calculo que unos cien metros, por uno de esos túneles. Y al doblar un recodo, el soldado me dijo: “Ahí está lo que usted quiere ver”. Eran los restos de un artilugio. Tenían un color amarillento, como el platillo volante que yo había podido contemplar junto a “Jovalo” e igual que las piezas que recuperaron los pescadores de Burela. En el interior de esa carcasa amarillenta había una serie de aparatos, pantallas y maquinaria. Jamás había visto nada igual. Ninguno de los fragmentos sobrepasaba los dos metros de largo y el medio metro de ancho.

Entonces, me fijé en unas letras negras que destacaban en uno de los trozos. Menudo chasco que me llevé. Se podía leer la palabra “NASA” y, debajo de esas letras, aparecía un número de serie. Yo me esperaba encontrar los fragmentos de una nave extraterrestre, y lo que me topé fue un ingenio militar estadounidense. Entonces el soldado me advirtió de que ya había pasado el minuto estipulado y me sacó de allí. No insistí en quedarme por más tiempo, porque fue tal la desilusión que sólo quería salir de allí y olvidarme de todo.

Localizamos a un testigo claveviewer

A pesar del tiempo transcurrido, pensé que sería buena idea intentar localizar a alguno de los marineros de Burela que recuperaron los restos  de  la  aeronave  que  pudo  contemplar Juan Daniel en la instalación militar ferrolana. No era tarea fácil, pues el tiempo transcurrido desde el año 1966 ó 1967 jugaba en contra. De todos modos, nada había que perder, así que un luminoso sábado de junio de 1997, junto al investigador coruñés José Lesta, fiel compañero de fatigas en innumerables investigaciones tras lo extraño, me presenté en la bella localidad costera de Burela.

En nuestra primera incursión, la suerte no nos sonrió. Preguntamos en el ayuntamiento, en la biblioteca, en el puerto, en bares… Nadie se acordaba del suceso. Y como suele ser habitual en este tipo de investigaciones, la mayoría se encogían de hombros, pero otros nos miraban como si los tripulantes del platillo volante por el que preguntábamos fuésemos nosotros mismos. Ya entonces Lesta y yo estábamos curados de espantos. Y es que para llevar a cabo este tipo de pesquisas “a puerta fría”, la primera condición es dejarse la timidez en casa.

Viajamos en dos ocasiones más a Buerela, y en la última de nuestras visitas conocimos a la historiadora local Herminia Pernas, quien se mostró interesada por el asunto y prometió hacer algunas averiguaciones. A los dos días recibíamos una llamada. Al otro lado del hilo telefónico, Herminia, sin poder ocultar su sorpresa, nos confesaba que su propio padre sabía algo del suceso. Ramón Pernas, un curtido hombre de mar, recordaba que hacía muchos años, desde la embarcación en la que faenaba, pudo observar cómo los hombres enrolados en el pesquero “Reina María” rescataban de las aguas un extraño aparato de color amarillento.

De este modo dimos con las identidades de varios de los pescadores que recuperaron los fragmentos del extraño aparato. Alguno ya había fallecido y otros con los que contactamos no quisieron realizar ningún tipo de declaraciones. Sólo uno de ellos, José Fernández, accedió a hablar con nosotros. Durante la conversación se mostró muy esquivo, y no cesaba de repetir que no quería buscarse problemas, “porque ese aparato debía ser algo secreto y yo no me meto donde no me llaman”. Finalmente se animó y recordó que habían hallado los fragmentos del objeto en alta mar. “Además, no hacía mucho que se había estrellado, porque algunos trozos todavía echaban humo”, aseguró. La tripulación del “Reina María” decidió seguir pescando y recoger el fragmento más grande del aparato estrellado al día siguiente. Lo curioso, tal como nos relataba José, “es que durante todo ese tiempo, sobre la zona en la que se encontraban los fragmentos del objeto, había un avión que volaba muy bajo dando vueltas”.

El marinero describió ese fragmento de mayor tamaño de un modo que nos resultaba familiar: “Era como poliespan amarillento, pero pesaba unos 200 kilos. Nos costó subirlo al barco y lo echamos a proa”. José nos confesó que dentro de la carcasa amarillenta “había algo que era lo que pesaba. Parecían unos aparatos”. Cuando finalizaron su trabajo en alta mar, llevaron los fragmentos al puerto de la ciudad de A Coruña, donde debían entregar la pesca. Una vez que desembarcaron, dieron aviso a las autoridades y los militares se hicieron cargo del misterioso hallazgo. José Fernández no recordaba o quizá no quería recordar más detalles, y dio por zanjada la entrevista. Según pudimos averiguar, gracias a ciertos contactos en el estamento militar, un camión recogió los restos del objeto siniestrado, transportándolos a la base naval de A Graña, en Ferrol, donde Juan Daniel Araoz pudo observarlos días después.

Tecnología de “otro mundo”

Si el platillo volante que sobrevoló el astillero de Astano y luego se dirigió hacia Bazán y los polvorines era de origen terrestre y, más en concreto, estadounidense,  ¿qué interés tenía el No Identificado en estas dos empresas constructoras de barcos? Tras algunas averiguaciones, propongo una posible explicación, que no deja de ser una mera hipótesis, sin más. Veamos:

En 1947, la Armada española comenzó a gestionar directamente los astilleros de la Empresa Nacional de Bazán. A partir de los años 60 se crea el astillero de Astano como complementario a Bazán. Durante dicha década ambas empresas se dedicaron a fabricar embarcaciones de alta tecnología. En la época en que tuvo lugar el avistamiento -año 1966 ó 1967, según recordaba Juan Daniel Araoz- estaba en pleno auge el interminable conflicto árabe-israelí. Recordemos que en noviembre de 1956 los israelíes invadieron la península del Sinaí. Finalmente se retiraron de este territorio, pero en junio de 1967 volvieron a invadirlo hasta el canal de Suez, además de ocupar también parte del territorio jordano y sirio. Pues bien, desde el año 1966 y aproximadamente hasta 1970, en los astilleros de Astano y Bazán se construyeron embarcaciones para varios países árabes, en aquel entonces en conflicto con el Estado de Israel, aliado histórico de Estados Unidos y pieza fundamental para el gobierno estadounidense en territorio árabe. De modo que el platillo volante terrestre estaría realizando labores de espionaje, filmando las embarcaciones que se estaban construyendo en Astano y Bazán.

De todos modos, son muchas las preguntas que faltan por responder: si estamos ante un caso de espionaje militar, ¿por qué el OVNI presentaba una serie de luces alrededor de su estructura? ¿No sería más conveniente para sus objetivos pasar lo más desapercibido posible? Por otro lado, resulta cuanto menos sorprendente que en los años 60 el Ejército estadounidense poseyera aviones con forma de platillo volante. Otra cuestión no menos importante es si el objeto volador iba tripulado o bien era dirigido por control remoto. Me inclino por la segunda opción, pero este aspecto tampoco está claro.

Expediente secreto al descubierto

El 11 de junio de 1993, un expediente OVNI fechado en El Ferrol en el año 1966, y que hasta ese momento había permanecido oculto a la opinión pública bajo el sello de confidencial, llegaba junto a otros informes sobre No Identificados a la Biblioteca del Cuartel General del Aire. Formaba parte de una nueva remesa de documentos desclasificados por el Mando Operativo Aéreo (MOA), organismo encargado entonces del proceso de desclasificación de expedientes sobre OVNIs en poder del Ejército del Aire español.

Dicho informe relata que a las 23:30 horas del 2 de abril de 1966, desde la Estación Radio Receptora de La Carreira, una instalación del Departamento Marítimo de El Ferrol situada a menos de diez kilómetros de esta localidad, un cabo primero electricista, un celador y dos marineros observaron, a la izquierda del monte Campelo, “un objeto luminoso de luz opaca muy intensa no reflectora, variando de forma cada cinco minutos aproximadamente”. El avistamiento duró unos 45 minutos y, durante ese tiempo, al cabo se le ocurrió coger una cámara fotográfica y tomar una instantánea con una exposición de 68 segundos. Media hora antes de que el OVNI fuese avistado desde la Estación Radio Receptora, fue divisado por un marinero de guardia en la localidad ferrolana de La Jubia.

En el expediente desclasificado se adjunta un esquema del desarrollo del avistamiento, dibujado en base a los testimonios de los testigos. Éstos, según se puede leer en el informe, vieron durante tres cuartos de hora cómo el objeto volador iba variando de forma. De luna creciente pasó a media luna creciente, un fragmento de media luna creciente, una circunferencia y, finalmente, un rectángulo. En cuanto a su tamaño, también cambió: pasó de unos diez metros de diámetro al inicio del avistamiento, a unos dos metros al final del mismo. En cuanto a la fotografía del OVNI tomada por el cabo electricista, en el informe sólo consta una fotocopia de la misma de muy mala calidad, en la que sólo se aprecia una mancha blanca sobre fondo negro.5

Cuando le mostré a Juan Daniel Araoz el expediente desclasificado por el Ejército del Aire, éste mostró su sorpresa, pues no sabía nada del caso. Por tanto, dedujo que muy probablemente hacía referencia al avistamiento del que había sido testigo junto a “Jovalo” y un matrimonio. “Pienso que el informe y mi observación son el mismo fenómeno -apuntaba Juan Daniel-. Sólo que yo observé el platillo volante a las tres o cuatro de la madrugada y los testigos militares del expediente varias horas antes. De hecho, el lugar desde el que yo avisté el OVNI aquella noche y desde el cual lo vieron los militares, según refleja el informe, están relativamente cerca”.

De lo que no cabe duda es de la proximidad temporal y espacial de los dos avistamientos. Ambos tuvieron lugar en Ferrol y desde zonas cercanas. El descrito en el expediente ocurrió el 2 de abril de 1966 y el protagonizado por Juan Daniel en una fecha inconcreta del año 1966 ó 1967. Por tanto, como apunta el ufólogo ferrolano, es muy posible que se trate del mismo incidente, con la salvedad de que el caso reflejado en el documento desclasificado podría estar aludiendo a un estadio inicial del avistamiento (22:30 horas), y Juan Daniel y el resto de los testigos que se encontraban junto a él habrían observado la parte final del mismo, incluyendo la desaparición del OVNI.

2012: nuevas informaciones

En 2010 Juan Daniel se encontró con un antiguo amigo: un militar que había estado destinado en la base naval de A Graña cuando él fue testigo del avistamiento y de los restos del extraño objeto en dichas instalaciones de la Armada. El militar le confesó que también había tenido la oportunidad de contemplar los fragmentos de la misteriosa aeronave. Llevado por la curiosidad, le preguntó al comandante de la base sobre el asunto, y éste “le respondió que si no quería meterse en problemas mejor que mantuviese la boca cerrada, o tendría que arrestarlo”, me decía Juan Daniel.

La última información sobre este apasionante caso vio la luz en mayo de 2012, cuando en la sección de Defensa de “El Confidencial Digital”, un popular diario que se puede leer a través de Internet, salió publicada una noticia con el siguiente encabezamiento: “El OVNI recuperado por la Armada en Ferrol en 1966 era en realidad un prototipo espía de la NASA. Todos los detalles de un secreto militar silenciado durante años”. Los periodistas de “El Confidencial Digital” accedieron “al testimonio de un militar que vivió en primera persona aquel suceso”, según se puede leer en la información.

Después de relatar el avistamiento del OVNI en forma de platillo volante y luces a su alrededor, el posterior estrellamiento del objeto en alta mar, la recuperación de sus restos “horas después por unos pescadores que faenaban en la zona” y su traslado a la base naval de A Graña -exactamente los mismos datos que yo manejo, tal como muestro en el presente capítulo-, los periodistas pasan a exponer las revelaciones obtenidas de su fuente militar:

“El Confidencial Digital” (ECD) ha podido localizar a uno de los militares que participaron en las labores de recuperación y custodia de aquel artilugio. Según los detalles ofrecidos por este militar, ahora en situación de reserva, “los mandos militares de la base de submarinos de La Graña, en Ferrol, exigieron mantener en secreto aquel suceso. Ni a nuestros familiares podíamos decirles absolutamente nada de aquello”. Tal y como recuerda, aquel aparato era del tamaño aproximado de un caza F86 Sabre de la época, pero sin alas y con una gran tobera en su parte posterior -que indica que se trataba de un sistema de despegue vertical-. Estaba fabricado en un material amarillento, similar al que puede verse en algunos satélites o en el módulo lunar del Apolo. Según fuentes expertas en el sector aeroespacial, este papel de oro es un material muy ligero y extremadamente resistente al calor. Se utiliza en aquellos aparatos cuyos motores alcanzan altísimas temperaturas.

Los militares de la Armada, tras exigir silencio absoluto a los pescadores que recogieron el aparato en el mar, lo montaron en una góndola del Ejército y ésta fue escoltada por un convoy de vehículos hasta La Graña. Allí fue recogida en uno de los grandes túneles -“en el tercero”- que horadan un monte que hay en el interior de la base. Ingenieros del Ejército del Aire acudieron en las primeras horas de custodia hasta la base de la Armada, con el objetivo de analizar los restos y determinar cuál era el objetivo del aparato. Por aquel entonces, los militares ya habían descubierto el logo de la agencia aeroespacial estadounidense y las siglas “NASA” impresas en el fuselaje del artilugio.

“Se trataba de una especie de UAV (siglas en inglés de Vehículo Aéreo no Tripulado) rudimentario para estos tiempos, pero mucho más avanzado tecnológicamente que cualquier cosa que hubieras visto o nos hubieran contado por aquel entonces”, asegura a “ECD” este militar en la reserva. Finalmente, los ingenieros determinaron que se trataba de algún tipo de aparato espía, ya que contaba con cámaras y estaba diseñado para “hacer poco ruido” y desprender una firma térmica muy baja. La Armada comunicó el hallazgo en las primeras horas a la base norteamericana de Rota. Durante las horas que este prototipo estuvo en Ferrol, fue visto por apenas dos docenas de personas. Un grupo de militares estadounidenses se presentó en Ferrol y se llevó el aparato a bordo de un camión militar. Nunca se volvió a saber nada de su paradero.

Después de todo lo revelado, son muchas las preguntas que se agolpan en mi cabeza, pero una destaca por encima de las demás: si en el año 1966 el Ejército estadounidense poseía una aeronave en forma de platillo volante, dotada de una tecnología muy superior a cualquier artilugio volador conocido en la época, ¿cuántos avistamientos de supuestas naves extraterrestres podrían corresponder en realidad a aparatos estadounidenses secretos con esa forma de plato volador? Es más, si entonces existía tal tecnología aeronáutica, ¿qué clase de aeronaves secretas tendrán hoy en día en su poder las naciones más poderosas de la Tierra?

Miguel Pedreroportada expedientes - copia

 Extraído de “Los 20 mejores

expedientes X españoles” 

(Ediciones Cydonia, 2013)

Puedes descargarte EOC nº 73 en: http://www.dimensionlimite.com/eoc/EOC_73.pdf

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