Published On: Vie, oct 5th, 2018

WELLES VS. WELLS: LA GUERRA DE LOS MUNDOS

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Publicado en EOC nº 87

EOC 87 PortadaUno de los talentos más grandes nacidos en el país de las libertades fue Orson Welles (1915-1985), el famosísimo director de cine que nos legaría obras maestras del calibre de Ciudadano Kane (1940), su primera película. Siempre se ha dicho que el joven Welles, nacido en Kenosha (Wisconsin) en 1915, saltó a la fama gracias a la conmoción nacional que produjo la retransmisión radiofónica de una dramatización que realizó en 1938 de la obra La guerra de los mundos, que el conocido escritor inglés H. G. Wells había escrito cuarenta años antes (1898), y que gracias a esto consiguió un contrato para dos películas con la RKO. Pero hay mucho de mito aquí. Ni Welles inventó nada, como veremos, ni triunfó por este motivo, sino que ya era una brillante promesa a punto de eclosionar. Además, el auténtico pánico no se vivió en Estados Unidos, sino en Santiago de Chile y Quito unos años después…

Por un lado, Welles ya era un tipo bastante conocido en el mundo del teatro, desde que en 1937 fundase junto a John Houseman la compañía Mercury Theatre, con la que montó decenas de obras con bastante éxito. Gracias a ello, la cadena de radio CBS se interesó por él y le ofrecieron la posibilidad de adaptar una serie de clásicos literarios para la radio. Así nació Mercury Theatre on the Air, un programa radiofónico para el que dramatizaron obras como Drácula, La isla del tesoro, Historia de dos ciudades o la obra que nos ocupa, La guerra de los mundos, que se retransmitió el 30 de octubre de 1938, un par de días antes de Halloween.1

Lo curioso es que en este caso no se limitaron a hacer un simple radioteatro, sino que concibieron el programa como un falso noticiario, que irrumpía en directo en mitad de la programación, en el que se informaba, paso a paso, del avance de la invasión extraterrestre. Eso sí, avisaron de que se trataba de una ficción antes del programa, en un intermedio (en el minuto 40) y al final, cuando el propio Welles se dirigió a la audiencia:

Al habla Orson Welles, damas y caballeros, sin caracterización, para asegurarles que La Guerra de los mundos no tiene mayor importancia que un regalo de fiestas que les quería hacer. La particular versión radiofónica del Mercury Theatre de vestirse con una sábana, saltar de un arbusto y decir «¡Boo!». No podíamos enjabonar todas sus ventanas y robar las puertas de sus jardines mañana por la noche… así que hicimos la siguiente mejor cosa: aniquilamos el mundo ante sus oídos y destruimos por completo a la CBS. Espero que se sientan aliviados al enterarse de que no lo dijimos en serio, y que ambas instituciones siguen abiertas a los negocios. Así que adiós a todos, y recuerden la terrible lección que aprendieron esta noche: ese sonriente, resplandeciente, globular invasor de tu sala de estar es un habitante del huerto de calabazas, y si su timbre suena y no hay nadie allí, eso no era un marciano. … Es Halloween.[1]

Quedaba más que claro que era una broma macarra, ¿no? Pues no. Las comisarías de policía y los bomberos de algunas ciudades y la propia CBS, recibieron numerosas de llamadas de oyentes atemorizados que querían comprobar si era verdad todo aquello o, simplemente, preguntar cómo podían ayudar. Pero no fue tanto como se ha dicho ni hay nada que indique que se produjese una oleada de pánico, como demostraron Jefferson Pooley y Michael J. Socolow en un artículo publicado en Slate.[2]

El propio Orson Welles recuerda que recibieron algunas llamadas de personas afirmando que habían visto marcianos aterrizando en sus patios traseros o que habían sido atacados mientras paseaban tranquilamente por la calle por los terribles alienígenas.[3] Pero no hubo saqueos ni tumultos, como pronto comenzó a afirmarse, ni parece que las iglesias de Nueva York o Nueva Jersey se llenasen de feligreses dispuestos a morir rezando. Es más, Welles también comentó que durante la emisión del programa comenzaron a llegar efectivos de la policía a los estudios de la CBS, aunque no hicieron nada para detener el show, pese a que llegó a generarse cierta tensión. Esto evidencia que algunos ingenuos se alarmaron e informaron a las autoridades antes, incluso, de terminar la función.

También es cierto que hubo muchas quejas y protestas de radioyentes enojados por el formato del programa y por extremo realismo empleado, tanto que los productores tuvieron que pedir disculpas; pero también hubo muchas llamadas para felicitar a la CBS por el original y emocionante espectáculo.

2Al día siguiente, lunes 31 de octubre de 1938, Welles se presentó ante la prensa para dar pedir disculpas, tras pasar toda la noche en un ensayo, sin afeitar y con los ojos enrojecidos. Explicó que en ningún momento llegaron a pensar que alguien podría creer que la invasión marciana estaba sucediendo de verdad, y dejó claro que se había informado repetidamente de que se trataba de un radioteatro de ficción. Welles pensaba que los estadounidenses estaban habituados ya a las fantasías sobre invasores extraterrestres. No obstante, se mostró conmocionado y arrepentido por las consecuencias que, según la prensa, había tenido todo aquello. Eso sí, ante la pregunta de si volvería a hacerlo dijo enfáticamente: «no diré que no volveré a seguir esta técnica, ya que es una forma dramática legítima».[4]

Siendo estrictos, muy poca gente escuchó el programa. Casi todo el mundo estaba escuchando un programa de variedades llamado The Chase and Sandborn Hour, de la emisora rival, que acaparaba casi toda la audiencia. De hecho, existe evidencia al respecto, ya que da la casualidad de que esa misma noche la consultora C. E. Hooper telefoneó a cinco mil hogares estadounidenses, para su encuesta anual de calificaciones, preguntándoles qué estaban escuchando en la radio. Solo el dos por ciento dijo haber oído el programa de Welles.

La Federal Communications Commission estuvo investigando el caso unas semanas después, tras recibir 372 protestas contra el programa (junto a 255 cartas de apoyo), pero decidió no sancionar ni a la CBS ni a Welles, aunque el gobierno advirtió de lo contraproducente de este tipo de shows.

3

Los periódicos contra la radio.

En realidad, todo fue culpa de los periódicos, que exageraron el impacto del programa y, quizás sin quererlo, crearon un mito. Casi todos los grandes rotativos del país se hicieron eco de la noticia, publicaron titulares sensacionalistas y aportaron un montón de historias sin contrastar en sus tiradas del día siguiente, 31 de octubre.

El New York Daily News publicó en portada una noticia titulada Fake radio “war” stirs terror through U. S. («Una falsa “guerra” radiofónica desata el terror por todo Estados Unidos»), en la que se afirmaba, entre otras cosas, que «miles de personas malinterpretaron el noticiario», creándose «escenas de terror  casi increíbles en Nueva York, Nueva Jersey, el sur y el oeste como San Francisco entre las 8 y las 9 de la noche pasada».[5] Hablaba de un intento de suicidio de una señora en Pittsburgh, a la que su marido pilló a punto de beberse una botella de veneno; de una mujer histérica que irrumpió en mitad de una iglesia de Nueva York gritando que había llegado el fin del mundo; de cientos de vecinos de Providence (Rhode Island) que llamaron a la compañía eléctrica para que apagase todas las luces de la ciudad, con la intención de que los marcianos no les viesen.

El New York Times reprodujo un titular demoledor, Radio Listeners in Panic, Taking War Drama as Fact («Radioyentes en pánico; toman un drama bélico como real»), además de comentar que familias enteras habían huido de sus casas con toallas en la cabeza (?) y que los pastores de la ciudad bendecían desde las esquinas a la multitud enloquecida. El Washington Post (Monsters of Mars on a Meteor Stampede Radiotic America, «Monstruos de Marte en una meteórica estampida radiofónica») informó de la muerte de un señor de Baltimore por un infarto, pero nunca se pudo comprobar. «Durante una hora, el pandemónium histérico se apoderó de la Capital de la Nación y de la Nación misma». Y mucho más: Radio Fake Scares Nation («Farsa de radio asusta a la nación», Chicago Herald); US Terrorised By Radio’s Men From Mars («EEUU aterrorizado por los hombre de Marte de la radio», The San Francisco Chronicle). Eso sí, en un par de semanas nadie habló más sobre el tema.

Desde un punto de vista psicológico, todo esto tiene mucho que ver con un fenómeno interesante: la influencia que nuestras expectativas, nuestro estado de ánimo y nuestro marco de referencia tienen sobre lo que percibimos y sentimos. La percepción que tenemos de la realidad en un momento dado está condicionada por nuestras creencias y nuestros prejuicios y por el contexto. Estamos condicionados por nosotros mismos y por el medio que nos rodea, y esto lleva a que, ante un mismo estímulo externo, se obtengan diferentes versiones de la realidad y de la verdad. Dicho esto, es posible entender que grupos de población con una formación básica y con una tendencia hacia lo irracional, lo religioso y lo paranormal, creyesen que los marcianos estaban invadiendo realmente la Tierra. Quizás se expliquen así los testimonios de testigos que aseguraron ver incendios y naves gigantescas por las calles de Nueva York, o de gente que aseguraba haber sentido asfixia por el gas.

5Pero hay más factores en juego, entre ellos otro sesgo cognitivo importante: la autoridad que le damos a los medios de comunicación como fuente de verdad. En este caso tuvieron un papel esencial: por un lado, la retransmisión radiofónica, que muchos creyeron real; por otro, la reacción de los periódicos al día siguiente, que contribuyó en gran medida a que se pensase que el pánico había más extenso e intenso de lo que fue.

Desde un punto de vista sociológico, el fenómeno fue de lo más curioso: con el paso del tiempo fue aumentando el número de personas que afirmaban haber escuchado el programa, hasta el punto de que unos años después parecía que todo el país había estado pegado a sus radios aquella noche. Como vimos, todo parece indicar que fueron muy pocos los que escucharon la dramatización. Eso no ha sido impedimento para que se siga afirmando que fueron millones de estadounidenses, tal y como se hace, por ejemplo, en un reciente documental sobre el tema titulado War of the Worlds (Cathleen O’Connell, 2013), parte de la serie American Experience. Una temeridad, entre otras cosas porque es imposible saber la audiencia real que tuvo. Es más, la propia CBS hizo un estudio durante los días siguientes, llegando a la conclusión de que no había tenido demasiado éxito.

No obstante, la leyenda del pánico creció exponencialmente durante los años siguientes. A ello ayudó un estudio que realizó en 1940 el American Institute of Public Opinion, a cargo del profesor de Psicología de Princeton Hadley Cantril, titulado The Invasion from Mars: A Study in the Psychology of Panic. Según la encuesta que realizó este señor, un millón setecientas mil personas escucharon el programa, lo que suponía algo más de un 1% de la población del país (en aquella época, de unos 130 millones), de las cuales casi un millón doscientas mil creyeron que la invasión estaba sucediendo de verdad, aunque solo un diez por ciento se echaron a las calles. Claro, esa encuesta se hizo un año y medio después y, atención, solo entrevistó a 135 personas. Por lo tanto, sus cuentas eran, cuando menos, atrevidas y osadas, y, sobre todo, poco argumentadas. Aún así, Cantril dio credibilidad al pánico y fue durante mucho tiempo la única fuente con legitimidad académica que admitió que hubo una gran conmoción nacional. Además, explicó lo sucedido por la ausencia de juicio crítico de muchos de los radioyentes (bajo nivel educativo, profunda religiosidad) y por el miedo paranoico a una posible guerra, sin olvidar la inestabilidad social provocada por la Gran Depresión.

El crecimiento exponencial de la supuesta audiencia fue parejo al crecimiento del nivel de pánico provocado, como ya vimos. De nada sirvió que, tan solo cuatro días después, el 3 de noviembre, The Washington Post publicase una carta de un lector que afirmaba que no había pasado nada de esto y que no había señales de histeria colectiva en Nueva York. Aunque la época dorada del fenómeno ovni daría comienzo unos años después, la ciencia ficción ya hacía tiempo que venía avisando de la posibilidad de un ataque extraterrestre, como ya argumentó Orson Welles durante la rueda de prensa del 31 de octubre.4

Por si fuera poco, durante los meses anteriores a la emisión del programa se observaron varias bolas de fuego enormes. Por ejemplo, el 12 de abril, una de estas bolas, de color blanco azulado, acompañada de un fuerte silbido, pasó por el estado de Nueva York, cerca de Rochester; en Worcester (Massachusetts) se vio otra el 7 de junio, y el 26 de julio se vio otra enorme en Siracusa (Nueva York). Pero el mayor avistamiento se produjo el 24 de junio, en Chicora (Pensilvania), cuando un meteoro de cerca de 500 toneladas explotó en los cielos. Fueron tantos los testigos que casi todos los periódicos del país se hicieron eco de la colosal explosión. Es posible que las noticias de estos avistamientos de meteoritos influyesen, como los demás aspectos citados, en la psique colectiva del pueblo yanqui, aunque, aun así, la sangre no llegó al río.

Pero sobre todo fueron los periódicos. ¿Por qué exageraron lo sucedido? Sencillo. Como argumentó hace tiempo Joseph Campbell, profesor de la American University de Washington DC, en su obra Getting It Wrong: Ten of the Greatest Misreported Stories in American Journalism («Cómo hacerlo mal: Diez de las mejores historias mal informadas en el periodismo estadounidense», 2010), llama mucho la atención que la prensa abandonase tan pronto el tema. ¿Acaso no era verdad lo que habían contado? Campbell cree que no, con bastante atino, y plantea que los periódicos sobredimensionaron el tema con una intención clara: atacar a la radio.

Piensen que la radio existía desde hacía poco tiempo y que las principales cadenas de del país, la CBS y la NBC, tenían solo diez y doce años respectivamente en 1938. Pero en ese poco tiempo se había convertido en la principal competencia de los periódicos, haciéndole perder parte de los enormes ingresos que recibían gracias a la publicidad. En 1935, por ejemplo, tres de cada cuatro familias estadounidenses tenía un receptor de radio. Así se explica el editorial que The New York Times publicó el 1 de noviembre de 1938, titulado In the Terror by Radio, en el que advertía de que la radio, aun siendo un medio nuevo, tenía que ser consciente de su responsabilidades, poniendo de camino en entredicho su credibilidad como fuente de noticias. Curioso, porque en realidad fueron los periódicos los que crearon la historia del pánico con la intención de acusar a Welles y a la CBS de irresponsables ―sin olvidar las suculentas ventas que obtuvieron con todo el follón.

¿Cómo explicar que el mito haya resistido hasta el día de hoy? Por muchos motivos. Por un lado, por la propia incomodidad que sentimos con el poder que tienen los medios de comunicación sobre nuestras vidas. Son ellos, los medios, los que realmente nos invaden. Y ya lo hacían a finales de los años treinta. Así, este caso se ha convertido en el ejemplo perfecto, en la advertencia ideal, sobre el poder de la prensa y los medios. De ahí que continúe vivo. Sin duda ha ayudado el posterior mito de los extraterrestres y su relación con el fenómeno ovni, especialmente la vertiente catastrofista que planteaba que habían venido para invadirnos, tan desarrollada por las películas de ciencia ficción de los años cincuenta. Esta concepción maléfica de los extraterrestres fue cambiando con el tiempo, pero, en aquellos primeros años de la Guerra Fría caló hondo, en parte porque servían de metáfora del terror rojo. Del mismo modo que tras el avistamiento de Kenneth Arnold hubo decenas de informes de personas que aseguraban haber visto uno de aquellos platillos volantes, pese a que, como ya sabrán, Arnold no los describió así, muchos aseguraron que aquella noche del 30 de octubre de 1938 vieron naves espaciales en Manhattan.

Es más, la evolución del fenómeno ovni y la convicción casi religiosa de que los extraterrestres eran sus tripulantes, que en poco tiempo invadió de verdad todo el planeta, sirven para explicar algo sorprendente que pasó once años después en otro lugar de América, en Quito, la capital de Ecuador. Pero antes de entrar a fondo en esta otra historia, hay que dejar claro que hubo un par de antecedentes tanto de la ficción realista radiofónica como del pánico generado.

Antecedentes.

Unos años antes, el 16 de enero de 1926, la inglesa BBC (British Broadcasting Company, fundada solo cuatro años antes, en 1922) se había adelantado en esto de los fakes radiofónicos con la emisión, en mitad de una aburrida charla sobre literatura del siglo XVIII, de unos boletines informativos falsos sobre unos disturbios provocados por hordas de desempleados en Londres, que habían terminado con el Palacio de Buckingham asediado, el Big Ben destruido por morteros, el hotel Savoy en llamas, y Mr. Wutherspoon, el Ministro de Transporte, colgado de una farola mientras una multitud amenazante se acercaba a las oficinas de la BBC.

La mente pensante que estuvo detrás de esto fue el sacerdote católico y escritor Ronald Knox. Pese que esta falsa noticia, que no duró más de doce minutos, estaba llena de detalles satíricos, nombres inventados (bastaba con saber que el líder de los supuestos manifestantes era un tal Sr. Popplebury, secretario de la Asociación Nacional para la Abolición de las Colas Teatrales), y muchas bromas acerca de la política británica, muchos oyentes se asustaron, tanto que algunos huyeron al campo para librarse de la falsa histeria popular. Claro, la Primera Guerra Mundial estaba aún reciente, y la Revolución rusa había triunfado unos pocos años antes. Vieron posible una revuelta bolchevique en Londres. Curiosamente, al día siguiente cayó una frondosa nevada que impidió que los periódicos salieran a la calle. La gente consideró que era debido a los destrozos del día anterior…6

Con bastante probabilidad, esto influyó en La guerra de los Mundos de Welles. Pero hay más, aunque en este caso cuesta más establecer la relación con el futuro cineasta. Y es que resulta que en Australia, el 30 de junio de 1927, la estación de radio 5CL de Adelaida (capital del estado de Australia Meridional) emitió, entre las 8:09 y las 8:25, un programa que se había anunciado anteriormente como una simple «transmisión especial», pero que era en realidad la dramatización de una falsa invasión

armada por parte de unos desconocidos enemigos. Lo curioso es que hicieron algo parecido a lo que once años después haría Welles: cortaron un número musical con la irrupción de una noticia, aún sin confirmar oficialmente ―dijeron―, que informaba de un ataque con aviones a Port Adelaide, y continuaron con su emisión normal, que fue interrumpida varias veces más para ofrecer nuevos datos de lo que estaba pasando.

Como era de esperar, centenares de oyentes telefonearon a la policía y a la emisora para comprobar si era verdad y llegaron a producirse algunas escenas angustiosas de pánico. La cadena de radio alegó que habían informado con antelación y que la gente se había angustiado porque no prestaron atención a los avisos. Además, influyó que en aquella época no todo el mundo tenía radio, así que en muchos casos la gente se enteró de la supuesta invasión por el boca a boca instantáneo. Curiosamente, el New York Times del 2 de julio se hizo eco del tema, en una noticia titulada Air Invasion by Radio Scares Australians, en la que también se hacían eco de lo sucedido en Londres un año antes. ¿Es posible que Orson Welles, que por aquel entonces tenía doce años, leyese este artículo? No lo sabremos nunca, pero hay algo más. Una semana después, el 7 de julio, la misma cadena (5CL), con su correspondiente aviso previo, emitió un radioteatro en el que se contaba la historia de un científico italiano, el profesor Gravotti, que junto a dos asistentes realizó un viaje a Marte a bordo de un automóvil que podía vencer la fuerza de la gravedad y resistir temperaturas extremas. Allí, como habrán imaginado, fueron atacados por los lugareños marcianos. Lo curioso es que la emisora lanzó, durante el momento del despegue ficticio, un cohete de verdad, invitando a sus oyentes a que saliesen a la calle y lo viesen en mitad de la noche de Adelaida.

 Radio Quito.

7

Así, primero pasó en Londres, luego en Adelaida y, finalmente, en Estados Unidos gracias a Orson Welles, aunque, como ya vimos, el pánico no fue tanto. Lo curioso es que donde sí que terminó la cosa como el rosario de la aurora fue en Quito, la capital de Ecuador, cuando una emisora local decidió emular a Welles.

El 12 de febrero de 1949, Leonardo Páez, un periodista quiteño que ejercía como director artístico de Radio Quito, y el locutor Raúl López produjeron una versión en castellano del guion de Welles ―por cierto, el guion original salió a subasta en 1994, por la famosa casa Christie’s, y fue comprado por Steven Spielberg, que en 2005 haría su propia versión de la novela―. La idea procedía del guionista chileno Eduardo Alcaraz (cuyo nombre real era Alfredo Vergara Morales), que había realizado una adaptación del famoso programa tras recibir un encargo de la emisora.

Al igual que hizo Orson Welles, interrumpieron una actuación musical de canción criolla, a cargo del dúo formado por Luis Alberto «Potolo» Valencia y Gonzalo Benítez, muy conocido por aquellos lares, para informar de que se había visto un ovni sobre las islas Galápagos y que más tarde la nave había descendido en el pueblo de Cotocallao, a 32 kilómetros de Quito, y había comenzado a lanzar gases tóxicos. Luego incrustaron otro mensaje en el que unos militares informaban de que la cercana ciudad de Latacunga había sido destruida y que la base aérea de Quito, Mariscal Sucre, ardía en llamas tras el ataque marciano. El momento cumbre fue cuando emitieron unos supuestos mensajes del ministro de Interior llamando a la calma y del alcalde de Quito pidiendo a sus vecinos que luchasen por defender su ciudad. La transmisión terminaba con la muerte del propio Leonardo Páez, que hacía de sí mismo, fulminado por un rayo láser marciano.

Pero aquí sí que estalló el pánico, dada la credibilidad de la que gozaba la emisora. La policía y los bomberos de Quito fueron hasta Cotocallao para luchar contra los aliens. Las multitudes se echaron a las calles y llenaron las iglesias y los bares. Se dice incluso que un sacerdote llevó a cabo una absolución masiva de los pecados dada la abrumadora cantidad de suplicantes que deseaban hacer las paces con su dios.[6] Pero pronto se descubrió que era una broma y los oyentes quiteños, al sentirse burlados, se dirigieron enfervorecidos hacia las calles Chile y Benalcázar, donde se encontraban las oficinas de Radio Quito y del periódico El Comercio, un medio de la misma empresa, el más importante del país, que llevaba días publicando informes falsos sobre ovnis para ir haciendo boca…

La emisión no había terminado todavía cuando la multitud comenzó a lanzar piedras y ladrillos contra el edificio, así que los productores decidieron suspender el programa y explicaron que se trataba de una ficción semejante a la de Orson Welles once años atrás, pero ya era tarde. Los furiosos quiteños allí congregados terminaron metiéndole fuego al edificio lanzando, paradójicamente, ejemplares en llamas del propio periódico. La policía, tras comprobar que era una broma en la que hasta ellos mismos habían caído, pasó de ayudar a los trabajadores de la emisora y del periódico.

El locutor más famoso de Radio Quito, un tal Luis Beltrán Goméz, que no había intervenido en el programa, informó en directo de lo que estaba sucediendo, a la vez que pedía ayuda tras ver que las llamas estaban llegando a la planta de la emisora, justo antes de huir por el tejado hasta el edificio de al lado junto al cerca de centenar de trabajadores de ambos medios. Algunos no lograron escapar y saltaron desesperados por las ventanas. Mientras tanto, el ejército ecuatoriano, siguiendo órdenes del ministro de defensa, sacó efectivos a la calle con la intención de disipar a las multitudes agolpadas frente el edificio en llamas. Significativamente, los bomberos y los servicios de emergencia llegaron tarde para ayudar debido a que muchos se habían desplazado hasta Cotocallao para unirse a la lucha contra los marcianos invasores. Pero finalmente consiguieron detener el fuego y evitar que se contagiase a otros edificios cercanos.8

No hay cifras exactas, y las fuentes no se ponen de acuerdo, pero se estima que entre seis y veinte personas fallecieron, entre las que estaba Clemencia Amapola García, la joven novia del propio Leonardo Páez. Una vez calmada la situación se procedió a la detención de varios manifestantes y de algunos miembros del personal de la emisora, entre los que estaban Páez y Alcaraz. Aunque la versión más extendida de la historia responsabilizaba a Páez exclusivamente, alegando desconocimiento por parte de sus superiores, durante el proceso judicial se demostró que los directivos de Radio Quito eran conscientes de lo que iban a hacer, gracias a que se presentó el contrato firmado con el guionista, Eduardo Alcaraz.

Páez fue absuelto, aunque se vio obligado a emigrar a Venezuela seis años después, donde continuó trabajando durante varias décadas en la radio, además de publicar en 1982 una especie de autobiografía titulada Los que siembran el viento en la que describía, en forma de novela, los acontecimientos de aquel luctuoso día de 1949. Alcaraz, por su parte, se exilió en México, donde se dedicó a la industria del cine hasta el fin de sus días. Por otro lado, Radio Quito detuvo sus emisiones hasta el 30 de abril de 1951. En cambio, El Comercio reapareció tres días después, gracias a que los directivos del periódico rival, El Día, ofrecieron sus instalaciones.

La explicación, de nuevo, tiene mucho de sociológico. Un factor determinante fue la reciente guerra entre Ecuador y Perú de 1941, que llevó a muchos ecuatorianos a pensar que los invasores procedían del país rival, con el que los bolivianos mantenían agrías disputas fronterizas desde tiempos de la independencia. También tuvo que influir el recuerdo de Segunda Guerra Mundial y el lanzamiento de las primeras bombas atómicas, sucedido tan solo cuatro años antes, y la creciente paranoia de la Guerra Fría. Y sin duda fue decisivo el auge exponencial de la fenomenología ovni, ya asociada con la hipótesis extraterrestre, que por aquel entonces estaba comenzando a galopar. Recuerden que El Comercio llevaba días informando sobre avistamientos de ovnis. Solo así se explica que hasta las fuerzas de seguridad se trasladasen hasta Cotocallao para enfrentarse a los marcianos.

Además, no podemos olvidar que en esta ocasión no se avisó en ningún momento de que era una dramatización. Al parecer, el guionista, Alcaraz, le había pedido a Páez que lo hiciese, pero no le hizo caso…

Aquella tragedia grabó una profunda impresión en el pueblo ecuatoriano. Tanto que a lo largo de estos años se han publicado varios artículos y libros sobre el tema, como la novela de Iván Egüez La Linares (1976) o La muerte silba un blues, una colección de cuentos de la escritora Gabriela Alemán publicada en 2014. Por otro lado, el novelista cubano Alfredo Antonio Fernández también dedicó una novela al tema, titulada Alo, marciano (2014).

Chile9

Lo curioso es que cinco años antes de los luctuosos sucesos de Quito, el 12 de noviembre de 1944, a las 21:30 horas, un pobre electricista de la ciudad chilena de Valparaíso llamado José Villarroel falleció de un ataque al corazón provocado por el susto que se llevó por culpa de otra versión radiofónica de La Guerra de los Mundos. En esta ocasión, fue la estación de radio Cooperativa Vitalicia, con sede en Santiago de Chile, la capital del país, la que tuvo la brillante idea de imitar la senda iniciada por Orson Welles. La historia venía a ser la misma: mientras unos aterradores informes hablaban del aterrizaje de un ovni en la localidad de Puente alto (a cincuenta millas al sur de Santiago), de la explosión de varios polvorines militares, de varios bombardeos y de la destrucción de diversas ciudades (Rancagua, Temuco, Cautín, Concepción, Talca y San Bernardo), miles de chilenos se echaron a las calles para comprobar si era cierto que los marcianos estaban invadiendo su país.

El caso es que se había anunciado, incluso en la prensa escrita, que aquella noche se iba a emitir una dramatización de la obra de H. G. Wells, pero ni con esas. En los hospitales y postas los teléfonos no paraban de sonar pidiendo ambulancias. Miles de personas corrían sin rumbo por las calles, mientras otros tantos huían despavoridos de Santiago. En algunos pueblos cercanos comenzaron a organizarse para ir a ayudar a la gente de la capital. Incluso hubo algún gobernador de provincias que, alarmado, telegrafió al ministro de guerra para informarle de que había mandado a sus tropas para hacer frente a los extraterrestres.  La calma solo llegó cuando quedó claro que era una ficción. Aun así, varias personas fueron a quejarse a la sede de la emisora.

El Departamento de Radio de la Dirección General de Informaciones chileno informó de un nuevo reglamento destinado a que las autoridades conociesen previamente los programas que iban a emitir las radios y así́ estar en condiciones de resguardar la tranquilidad pública. Cooperativa Vitalicia no recibió́ sanciones. Pero hay algo más: el guion fue adaptado por el estadounidense William Steele, escritor de la serie radiofónica The Shadow. Curiosamente, Orson Welles había sido la voz original de aquel personaje en la primera tanda de la serie. Pues bien, resulta que en un capítulo titulado The Death Triangle, emitido el 12 de diciembre de 1937, se jugó también con el efecto de cortar la emisión para introducir un parte de noticias ficticio, que en esta ocasión hacía referencia al hallazgo de La Sombra… Sea como fuere, José Villarroel ostenta el dudoso honor de ser la primera persona en la Tierra que muere por culpa de una invasión alienígena. Ni Orson Welles lo consiguió. El caso es que unos años después unas falsas noticias provocaron de nuevo el pánico en Chile. El 21 de septiembre de 1999, mientras se celebraba el día de la radio, la emisora Radio Romance informó, pasadas las cuatro de la tarde, de que en un sector de Santiago se habían visto tres ovnis aterrizando. Se trataba en realidad de un nuevo radioteatro llamado Acercamiento extraterrestre y, pese a que se informó en repetidas ocasiones, de nuevo se produjo el pánico: muchos abandonaron sus casas, las líneas telefónicas de la policía se saturaron y un par de ancianos tuvieron que ser atendidos en hospitales por problemas cardiacos.

El pánico provocado por supuestas noticias de invasiones extraterrestres también llegó a Brasil. En 1954, un telégrafo aburrido lanzó varios mensajes informando de la llegada de varias naves, llamando la atención de varios radioaficionados que retransmitieron la noticia, provocando incluso que la Fuerza Aérea brasileña mandase varios cazas para buscar a los supuestos ovnis. Unos años después, en 1971, en plena dictadura militar, una emisora de radio, siguiendo el ejemplo de Welles, de Chile y de Ecuador, volvió a emitir una versión de La guerra de los mundos, que terminó con la ocupación de la estación de radio por un batallón del ejército brasileño.

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Portugal.

Al margen de estos ejemplos citados, la versión radiofónica de La guerra de los mundos, según los cánones establecidos por la ya mítica experiencia de Orson Welles, se ha presentado unas veinticinco veces más, casi siempre sin consecuencias, excepto en dos ocasiones en las que los radioyentes volvieron a creer que los marcianos estaban aquí.

11

En 1958, Matos Maia, un conocido productor de radio portugués, hizo lo propio en Lisboa para Rádio Renascença (Radio Renacimiento), una cadena gestionada por la Iglesia Católica. La emisión, que en esta ocasión recibió el sugerente nombre de A invasão dos marcianos y que había comenzado a las 20:05 horas, fue interrumpida en directo por la Polícia de Segurança Pública (PSP) y Maia fue detenido y llevado a declarar ante las autoridades, pese a que el censor encargado de revisar el contenido de la estación de radio había dado luz verde al proyecto ―en ese momento Portugal estaba bajo el yugo del dictador António de Oliveira Salazar, que dirigió el país con puño de hierro desde 1932 hasta poco antes de su muerte, en 1970―. El motivo fue, una vez más, que hubo numerosas llamadas de portugueses angustiados ante la invasión de la capital por los marcianos. Maia explicó un tiempo después que la policía hizo caso en un primer momento a algunas llamadas que informaron de tumultos y de algún incendio en la periferia de Lisboa, así como de varios altercados en Carcavelos y Vila Nova de Gaia (dos de los lugares en los que se desarrollaba la acción). Durante la confusión llegó a hablarse de miles de muertos…[7]

Unos años más tarde, el 31 de octubre de 1968, a las 11 de la noche, se volvió a liar en Estados Unidos cuando una estación de radio de Buffalo (Estado de Nueva York), la WKBW, emitió una versión modernizada del radioteatro de Orson Welles, coincidiendo con su treinta aniversario.Al día siguiente, como era de esperar, todos los periódicos se hicieron eco del tema, unos a favor y otros en contra. Algunos, incluso, pidieron que el gobierno incrementase la censura en la radio para evitar que algo así se repitiese. Una semana después, Maia fue interrogado durante varias horas por el inspector Ferreira da Costa, de la extinta Policía Internacional y de Defensa del Estado (PIDE), la policía secreta del régimen del dictador Salazar, que personalmente había dado la orden. No llegó a mayores la cosa.

Los productores, Danny Kriegler y Jefferson Kaye, decidieron informar con antelación de lo que iban a hacer. Además, el programa se cortó varias veces para meter publicidad y dejar claro, de nuevo, que era una dramatización, pero, aun así, hubo muchos oyentes que pensaron que se estaba produciendo una invasión marciana, que según el drama había comenzado en Grand Isle (un suburbio de Buffalo cercano a las cataratas del Niágara).

De hecho, los propios realizadores fueron informados de que la emisora estaba recibiendo llamadas de gente preocupada por lo que estaban contando, así que volvieron a dejar claro en directo que se trataba de una ficción. Ni con esas. La policía local de Buffalo recibió cientos de llamadas de alarma, algunas procedentes, incluso, de San Francisco, en la otra punta del país.

De hecho, hasta el ejército canadiense se lo creyó y envió tropas al Peace Bridge, al Rainbow Bridge y al Queenston Bridge (que conectan Canadá con Estados Unidos a través del río Niágara) para repeler a los invasores marcianos.

Pese a que los productores del programa pusieron presentaron su renuncia tras ver las consecuencias, no fueron despedidos, ni se tomó ningún tipo de medida contra la WKBK.

Al margen de todo esto, se trató, posiblemente, de la versión más realista y trabajada de todas, entre otras cosas porque fue realizada contando con verdaderos periodistas y reporteros que trataron el tema como si se tratase de noticias reales.

Óscar Fábrega

BIBLIOGRAFIA

Camacho, S.: Veinte grandes fraudes de la historia, Madrid: EDAF, 2008.

Campbell, W. J.: Getting It Wrong: Ten of the Greatest Misreported Stories in American Journalism, Madrid: University of California, 2010.

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[1] Transcripción del programa de radio. Traducción propia. http://www.sacred-texts.com/ufo/mars/wow.htm [Consulta: 26/12/2017.]

[2] Pooley, J y M. J. Socolow.: The Myth of the War of the Worlds Panic [en línea]. http://www.slate.com/articles/arts/history/2013/10/orson_welles_war_of_the_worlds_panic_myth_the_infamous_radio_broadcast_did.html [Consulta: 26/12/2017.]

[3] Libro de bocetos de Orson Welles. Disponible en el siguiente enlace: http://www.wellesnet.com/sketchbook5.htm

[4] Ver nota anterior.

[5] The N. Y. Daily News on Orson Welles’s “Fake Radio War” [en línea]. http://www.wellesnet.com/the-n-y-daily-news-on-orson-welless-fake-radio-war/ [Consulta: 26/12/2017.]

[6] War of the Worlds radio broadcast, Quito, Ecuador (1949) [En línea]. As, 19 de marzo de 2017. https://www.skepticality.com/assets/war_worlds_quito.htm [Consulta: 26/12/2017.]

[7] Maia, M.: Como nasceu “A invasão dos marcianos” [en línea]. http://www.classicosdaradio.com/InvasaoMarcianos.htm [Consulta: 26/12/2017.]

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