Durante la época de la Edad Moderna la Inquisición sirvió como un medio de control de la población muy importante. No vamos a hablar aquí de la necesidad económica de su creación para poder mantener tanto cura y monje existente y muchos autodenominados cazadores de brujas que, sin ser eclesiásticos, se apuntaron al negocio por la rentabilidad del mismo que les produjo. Vamos a hablar de la necesidad de un sistema de control, orquestado por la Corona y por la Iglesia, para evitar un crecimiento descontrolado del número de  mujeres.

Durante los años del poder de la Inquisición creció mucho el número de mujeres que quedaron sin un control parental, ya fuera el marido o el padre, porque estos habían muerto en la guerra o por las múltiples enfermedades existentes (recordemos que la peste se llevo al doble de hombres que de mujeres, por una razón sencilla las mujeres se lavaban más por lo que las pulgas duraban menos en su cuerpo, mientras los varones apenas se lavaban, lavarse muy a menudo no era una costumbre de cristiano viejo sino de paganos y moraizantes).

Los procesos de brujería evitaron que el número de estas mujeres solas creciera, y algunas, que tenían medios, no doblaban la cabeza con facilidad ante el patriarcado establecido, e incluso en algún caso llegaran a organizarse en grupos que pudieran vivir apartadas del poder patriarcal. El ser procesada por bruja permitía quedarse con sus bienes y a la par socialmente quitar una carga ya que muchas veces estas mujeres además eran viejas con pocas ganas de adaptarse a las imposiciones sociales e incluso en algunos casos vivían de la caridad del grupo.

Hoy volvemos a vivir el mismo problema en África, pero en este caso son niños. En los últimos años se ha producido un gran resurgimiento de los llamados niños brujos. Niños que pueden ir desde los pocos meses hasta los 18 años.

La situación social existente, en este continente,  ha hecho que sean considerados casi 30.000 los “niños brujos o enfant sorciers” que se distribuyen por Benin, Camerún, Angola, Nigeria, Sudáfrica y Liberia, pero sobretodo en la Republica Democrática del Congo. En este país la guerra destruyó la pequeña economía existente ha hecho que el 90% de la población no tenga un medio para ganarse la vida y 1.500.000 personas, como mínimo, sean portadores de VIH sin tratamiento ninguno. Esta situación ha hecho que se hable de unos 10 millones de niños huérfanos desde 1996 al 2013. Niños sin medios de supervivencia ninguna que se dedican al robo, a loa venta de droga o alcohol y a la prostitución, independientemente del sexo que sean.

Curiosamente es en este país donde se da más el fenómeno de los niños brujos (ndoki). Cualquier problema físico es muestra de que son niños brujos (cojera, cabezas mas grandes de lo habitual, tripas hinchadas,…) serán asesinados: linchados o quemados vivos para protegerse de ellos. E incluso las familias se aprovecharan de esta circunstancia para abandonarlos bajo el concepto de ser un niño brujo. Cuantos más pobres sean en el poblado mayor será el número de niños abandonados ya que desde ese momento no tienen obligación de alimentarlo.

El hambre, la miseria, la desesperación, el VIH, el consumo de drogas de todo tipo,… todo son problemas causados por los niños brujos, ellos son los causantes de cualquier desgracia. Son el chivo expiatorio perfecto para descargar sobre ellos los males del mundo, como en su día fueron las mujeres en Europa y América.

Curiosamente se han desarrollado toda una serie de sectas cristianas (no asociadas a la Iglesia de Roma) en las que sus dirigentes realizan todo tipo de exorcismos a estos niños, tras cobrar una sustanciosa cantidad a la familia, por supuesto.

El pater sólo con verle determinará si el niño es brujo o no y desde ese momento le aplicará todo tipo de procesos: son encerrados bajo llave varios días sin comer, los queman con hierros calentados al fuego, los entierran vivos o les dan productos para vomitar una y otra vez hasta conseguir que el niño vomite sangre. La mayoría morirán, eso sí libres de su brujería.

Un vez más la ignorancia y absurdo se ceban en los más débiles vestido de concepto religioso.

Manuel Berrocal 

(Fotos Manuel Carballal)