Published On: Sab, nov 2nd, 2013

JESUS ¿MITO EGIPCIO?: UNA REFLEXION CRITICA

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Publicado en EOC nº 66

80c99aed2fc26312172d60bd61d166aeLa gran mayoría de los académicos y la totalidad de los creyentes no tienen dudas: el cristianismo nació en la Palestina del siglo I de nuestra era como una nueva secta judía iniciada por un humilde hombre llamado Jesús. Sin embargo, no todos los estudiosos comparten esa visión. Desde el siglo XIX, y más especialmente en las últimas décadas, varios autores han defendido una insólita y desestabilizadora hipótesis: el cristianismo y buena parte de las creencias que lo conforman tal y como lo conocemos hoy no surgió hace 2.000 años, sino mucho antes, en las arenas del desierto egipcio, con las pirámides como telón de fondo.

Según estos autores los sucesos narrados en los Evangelios –cuya creación se ha datado en varias décadas después de la supuesta crucifixión de Jesús– serían una narración falsa, formada en buena parte por elementos tomados de la mitología y la religión egipcia.

Dentro de esta hipótesis heterodoxa existen además dos corrientes bien diferenciadas: para los defensores de una de ellas, nunca existió un Jesús histórico, sino que se trata de una figura absolutamente ficticia, creada desde cero tomando como base las creencias desarrolladas en el país de los faraones durante siglos; los seguidores de la segunda hipótesis –menos radical– aceptan la existencia histórica de Jesús, aunque difieren en su interpretación del personaje. En su opinión, el fundador del cristianismo fue sólo un mago –de los muchos que existieron en aquella época– que se formó en dicha disciplina durante una estancia en Egipto. Allí se habría empapado de las doctrinas y creencias egipcias, germen de la doctrina que más tarde extendería en Palestina durante su etapa de predicación.

JESÚS, ANTES DE JESÚS

Llogari-Pujol fue un devoto cristiano durante sus primeras décadas de vida. Su amor y devoción por el mensaje de Jesús llegaba hasta tal punto que decidió dejarlo todo y hacerse sacerdote. Sin embargo, sus ansias de comprender la doctrina de Cristo le pedían aún más, por lo que se trasladó a Estrasburgo para estudiar teología en su universidad, además de especializarse en textos bíblicos y egipcios, para finalmente aprender demótico –idioma egipcio tardío– en la Sorbona.

Paradójicamente, aquel conocimiento que debía unirle aún más a su amado Jesús le llevó al extremo contrario. Sus estudios le abrieron los ojos a una dolorosa realidad: buena parte de los relatos y doctrinas plasmadas en los Evangelios parecían literalmente plagiadas de textos y creencias cuyo origen se remontaba a muchos siglos antes del nacimiento de Cristo. Aquella revelación le causó una honda decepción que le llevó a colgar los hábitos, para después casarse con su compañera de estudios Claude-Brigitte Carcenac, con quien comparte su teoría. Fruto de sus estudios conjuntos vio la luz en 19xx el libro Jesús, 3.000 años a.C. (Ed. Plaza & Janés). En sus páginas, el matrimonio pretende demostrar mediante la comparación de los Evangelios y distintos documentos egipcios, su arriesgada hipótesis: los escritos que conforman el Nuevo Testamento fueron compuestos “por eruditos sacerdotes judeoegipcios del templo de Serapis en Saqqara: tradujeron palabra por palabra textos egipcios”. Entre otros, los Evangelios habrían  plagiado relatos como el Cuento de Satmi, en el que la “sombra de Dios” habría anunciado durante una aparición a Mahitusket (esposa del faraón) el nacimiento de su vástago: “Tendrás un hijo y se llamará Si-Osiris”. Además de las claras semejanzas con el relato de la Anunciación a María, Llogari-Pujol destaca otro detalle: Mahitusket significa, literalmente, “Llena de gracia” y, Si-Osiris, “hijo de Osiris” o, lo que es lo mismo: “Hijo de Dios”.

No sería el único ejemplo. Así, Pujol y Carcenac señalan que el célebre Padrenuestro que todos conocemos es una copia casi literal de un antiquísimo texto egipcio (datado en torno al 1000 a.C.), conocido como Oración del ciego. Del mismo modo, la práctica totalidad de milagros y prodigios atribuidos por los Evangelios a Jesús tienen su paralelo en relatos mitológicos egipcios: el milagro de la conversión del agua en vino aparece representado en un relieve de la tumba de Paheri (1500 a.C.) en la que el faraón realiza idéntico prodigio. El milagro de los peces y los panes se parece sospechosamente al despliegue “mágico” que muestra Sobek, el dios cocodrilo, con los habitantes del lago Faiun. Un dios, éste, por cierto, que también tiene el don de caminar sobre las aguas. Y así, uno a uno, el matrimonio Pujol-Carcenac va comparando –y en su opinión derrumbando–, prácticamente cada uno de los hechos descritos en el Nuevo Testamento.

¿UN ENGAÑO COLOSAL?

Además del español Llogari-Pujol y su esposa, otros muchos autores han defendido en sus estudios posturas similares. Desde el siglo XIX, fueron surgiendo voces que consideraban muy endebles las escasas evidencias históricas para demostrar la existencia de Jesús. A falta de evidencias históricas concluyentes, los escépticos sumaron otro incómodo elemento: la llamativa semejanza entre la figura de Jesús y sus enseñanzas y las características mostradas por los llamados “dying and rising gods” (dioses que mueren y resucitan), especialmente aquellos adorados en los cultos mistéricos (ver recuadro). Entre tales divinidades, algunos estudiosos han subrayado las –para ellos– innegables similitudes con las creencias sobre el dios egipcio Osiris: hijo de Dios (como Jesús), traicionado por alguien cercano (su hermano Seth), asesinado y resucitado al tercer día.

Algunas de estas ideas han tenido un éxito notable en años recientes, en especial tras la difusión de un documental llamado Zeitgeist, que se propagó rápidamente por Internet. En él, sus autores señalan las mencionadas similitudes entre Cristo y diversas deidades, y en especial con las egipcias. Durante su metraje se afirma, por ejemplo, que Horus nació un 25 de diciembre, que su nacimiento fue fruto de una concepción virginal y que su venida al mundo estuvo acompañada por la presencia en los cielos de una brillante estrella, que siguió de guía a tres reyes que adoraron al recién nacido Horus. Por si fueran pocas similitudes con Jesús, Horus también habría tenido doce discípulos, y realizó milagros como el de caminar sobre las aguas.

Una tesis muy similar defiende la estudiosa Acharya S. (pseudónimo de D. M. Murdock) en su libro La conspiración de Cristo (Valdemar, 2005). A lo afirmado en Zeitgeist, Acharya añade otros datos aparentemente desconcertantes. En los textos mitológicos egipcios, Horus (hijo de Osiris e Isis) es ungido por el dios Anubis, un acto que le otorgó autoridad y le convirtió en Horus Karast (Horus ungido). Este título se escribía en egipcio de la siguiente forma: HR KRST. Según Acharya, de este término habría surgido el título Cristos, quien como sabemos también fue ungido.

Para completar el escenario, la autora de La conspiración de Cristo presenta otra supuesta evidencia: un relieve conservado en uno de los muros del Templo de Luxor y en el que, según su interpretación, estarían representadas escenas de la Anunciación, el nacimiento y la adoración a Horus por parte de tres reyes, en una forma casi idéntica a esas escenas de la vida de Jesús.

¿UN MAGO EGIPCIO?

Frente a los autores que niegan de forma tajante la existencia real de Jesús, para quienes el Dios encargado del cristianismo no es más que una invención sin más verosimilitud que cualquiera de los muchos dioses adorados por distintas culturas de aquella época, otro nutrido grupo de estudiosos hacen algunas concesiones a la posibilidad de que Jesús existiera, aunque en su visión sería un personaje no más divino que el común de los mortales, aunque una característica especial: en algún momento de su vida fue iniciado en las artes mágicas, muy posiblemente en Egipto, lo que aojos de sus contemporáneos habría servido de explicación a los numerosos milagros que se le atribuyen.

Para sustentar su hipótesis, los distintos estudiosos que defienden la idea de un “Jesús mago” utilizan, especialmente, textos judaicos de los primeros siglos –como el Talmud de Jerusalén o el Talmud babilónico–, así como otros tratados de autores paganos anticristianos o los mismísimos Evangelios.

Entre los autores que apoyan esta hipótesis destacó de forma especial Morton Smith, catedrático de Historia antigua en la Universidad de Columbia (EE UU) y autor de Jesús el mago (Martínez Roca, 1988). En su libro, Smith destacaba en primer lugar el hecho de que los propios Evangelios mencionen en varias ocasiones las acusaciones que recibió Jesús de ser un hechicero, como se aprecia en Marcos (3,22) o Mateo (9,34; 12,24) o los comentarios aparecidos en Hechos de los Apóstoles (19,13), donde se explica que durante la vida de Jesús –e incluso durante mucho tiempo después de su muerte–, numerosos magos y hechiceros de la época tomaron la costumbre de emplear el nombre de Jesús a la hora de realizar sus conjuros. Detalle este que, en opinión del historiador estadounidense, evidencia la fama que tuvo Jesús como mago poderoso. Por otra parte, autores clásicos Apuleyo, iniciado en los misterios de Isis y célebre por su obra El asno de oro, en la que posiblemente relataba de forma novelada su propia iniciación, citó en su obra Apología a Jesús como uno de los magos más famosos.

Junto a estas menciones casi anecdóticas a las habilidades mágicas de Jesús sobresalen especialmente las graves acusaciones del pagano y anticristiano Celso, un filósofo platónico del siglo II cuya obra El discurso verdadero no se ha conservado de forma independiente, pero de la que poseemos grandes fragmentos gracias al padre de la Iglesia Orígenes quien, en su Contra Celso, intenta “desmontar” las acusaciones del intelectual pagano. En la versión de Celso, Jesús no es más que un humilde campesino de la época, que en su juventud viajó hasta Egipto para trabajar de jornalero. Fue allí donde adquirió notables conocimientos en las prácticas mágicas, para más tarde regresar a Palestina y, obnubilado por sus supuestos poderes, se declaró así mismo Hijo de Dios.

Celso acepta la realidad de los prodigios de Jesús –en su mayoría–, como la multiplicación de los panes, las curaciones e incluso la resurrección de los muertos, pero no los atribuye a un dios encarnado, sino a los conocimientos mágicos y al dominio sobre algunos demonios, y asegura que son actos propios de un mago de la peor clase, capaz de “desvelar sus secretos en medio de una plaza por unas monedas”.luxornativity

Una última fuente, en este caso judía, y que podría ser el origen de las acusaciones de Celso, ahonda en la identidad mágica de Jesús. El Talmud babilónico arroja la que es sin duda la peor de las “biografías” de Jesús, a quien describe como hijo ilegítimo de un soldado romano llamado Pantera y una campesina, más tarde casada con un carpintero. El Jesús de los textos judíos habría viajado a Egipto en su adolescencia, siendo adoctrinado en los secretos de la magia egipcia y regresado más tarde a Palestina, donde desplegó todas sus habilidades. Prácticas que finalmente le llevaron a la muerte bajo la acusación de hechicería. Estos textos judíos mencionaban también la circunstancia de que Jesús habría sido tatuado con símbolos mágicos egipcios. En su trabajo, Smith señala el hecho de que, curiosamente, san Pablo dice también [***DONDE****] llevar unas marcas similares a las de Jesús.

En los Evangelios, la única relación entre Jesús y Egipto se refiere al episodio de la huida de la Sagrada Familia al país de los faraones. Curiosamente, explica Smith, sólo Mateo relata el suceso, lo que en su opinión fue una maniobra del evangelista para camuflar las acusaciones de que Jesús era un mago egipcio y, por otra parte, hacer cumplir la profecía que aseguraba: “De Egipto he llamado a mi hijo” (Oseas 11, 1).

En definitiva, en opinión de Smith y otros estudiosos como J. D. Crossan o John Hall, no hay duda de que Jesús era sólo un mago más de los muchos que surgieron durante el siglo I de nuestra era, como demuestran la similitud de sus prodigios con actos “milagrosos” de otros hechiceros y con textos mágicos de las tradiciones egipcia o griega. Smith va aún más allá, al proponer que muy posiblemente los evangelistas silenciaran otros episodios de carácter mágico indiscutible (quizá el recitado de conjuros), como forma de silenciar las acusaciones de los anticristianos en este sentido.

¿DUDAS RAZONABLES?

A primera vista, la larga lista de “cargos” parece sugerir que la historia del cristianismo debería ser reescrita desde sus orígenes, trasladando su nacimiento al país del Nilo. Pero, ¿son realmente válidas estas acusaciones? ¿Cuál es la postura del mundo académico frente a estas hipótesis? En primer lugar, y aunque es cierto que algunos destacados historiadores aceptan o defienden la posibilidad de la no existencia histórica de Jesús, en general la postura dominante hoy en día entre los estudiosos es la de aceptar que Jesús sí existió realmente. Lo que no implica, por otra parte, que su figura se corresponda de forma exacta con lo descrito en los Evangelios. Menciones como la de Flavio Josefo (hasta no hace mucho bajo sospecha de ser una interpolación cristiana posterior) y otras referencias similares parecen constituir una evidencia suficiente para demostrar su existencia. Entonces, ¿qué hay de las notables y sorprendentes semejanzas señaladas anteriormente?

En lo que respecta a las similitudes entre Cristo y Osiris, una de las más llamativas, no todo encaja tan bien como parece a simple vista. Si bien es cierto que Osiris era un “hijo de Dios” (de Geb en este caso), al igual que Jesús, los críticos de esta hipótesis señalan que el dios egipcio nunca resucitó en un sentido estricto, sino que fue “revivificado” temporalmente, sólo el tiempo necesario para fecundar a Isis. Después su existencia continuó, pero como señor del Inframundo y juez de los difuntos.

En cuanto a las afirmaciones recogidas en Zeitgeist o en el libro de Acharya S., aquí no hay lugar a la duda. Ni Horus nació un 25 de diciembre, ni Isis era virgen al concebir a su hijo (Osiris revivificado preñó a su hermana), ni éste fue adorado por tres reyes. Tampoco tuvo doce discípulos. Ninguno de estos detalles aparece mencionado en ningún relato egipcio del mito, ni en los textos de las pirámides ni en la versión más moderna elaborada por Plutarco (De Isis y Osiris), dirigida a un público de mentalidad helenística. Otra de las supuestas pruebas del plagio a la religión egipcia, el relieve del templo de Luxor citado –entre otros– en el libro de Acharya S., tampoco parece resistir un mínimo examen.

El relieve es bien conocido por los historiadores. Se encuentra en un habitáculo denominado como “Habitación del nacimiento”, y no representa una “Anunciación” a Isis del futuro nacimiento de Horus, sino al dios Amen y a la reina Mutemuia. Efectivamente, el relieve muestra como el dios yace con la reina ante la atenta mirada de Thot, pero no se trata de una fecundación milagrosa o virginal, pues hay sexo entre ellos. Del mismo modo, en otra de las escenas Thot anuncia a la reina que está encinta, y que dará a luz a un niño, pero este no es el dios Horus, como asegura Acharya, sino el faraón Amenophis III. Por otra parte, los supuestos “reyes” que adoran a Horus son en realidad divinidades menores o incluso altos funcionarios reales, que se postran ante el pequeño rey. Hay por tanto una anunciación del nacimiento, pero no a Isis sobre Horus, sino a Mutemuia respecto al futuro rey.

En cuanto a la tesis defendida por Carcenac y Llogari-Pujol, aunque más seria y elaborada que las propuestas anteriores, tampoco ha escapado a la crítica de la ortodoxia histórica. Para el español Antonio Piñero, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y experto en textos del cristianismo primitivo, la hipótesis del ex sacerdote no resulta satisfactoria: “No es una teoría ‘económica’, que explique los hechos de forma satisfactoria y con los menos elementos posibles. Hay explicaciones más sencillas y convincentes para explicar la existencia de los Evangelios. Su método necesita, además, ser más elaborado y presentar pruebas más contundentes. No creo probado aún el argumento del señor Pujol”.

¿Y qué sucede con la hipótesis de Jesús mago? Citando de nuevo a Piñero, la polémica tesis parece adolecer de carencias similares: “… la calificación de Jesús como mago es sesgada, no hace justicia al personaje en su conjunto y, además, Smith defiende su tesis utilizando fuentes exclusivamente para su propósito, utilizándolas indiscriminadamente, mezclando épocas y autores de muy diferente mentalidad y muchas veces fuera de su contexto de sentido común”.

Frente a estos errores, manipulaciones más o menos intencionadas, o estudios poco determinantes, otros elementos sí parecen poseer ciertas similitudes “sospechosas” entre la religión egipcia y el culto cristiano. Así, las celebraciones anuales en honor a Osiris e Isis que tenían lugar en el santuario de Abidos (las llamadas Navigidum Isidis y las Inventio Osiridis) se asemejan en cierta medida con la Pasión de Cristo y las celebraciones de la Semana Santa, tal y como señala el historiador español Jaime Alvar en Cristianismo primitivo y religiones mistéricas (Cátedra, 2005). Además, durante la Inventio Osiridis, la revivificación o pseudo-resurrección de Osiris se celebraba con alegría a los tres días de la muerte del dios, un detalle de llamativas similitudes con la muerte y resurrección de Jesús. Para autores como Metzger, sin embargo, la creencia cristiana sería independiente de la egipcia, pues sus antecedentes habría que buscarlos en antiguas tradiciones judías, según las cuales el alma del difunto permanecía junto al cadáver durante tres días en espera de su resurrección, para abandonarlo definitivamente al día siguiente.

Otro elemento sumamente curioso lo encontramos en el acto de la comunión, en el que católicos y ortodoxos ingieren el verdadero cuerpo de Cristo gracias al milagro de la transubstanciación, con la esperanza de la victoria sobre la muerte a través de la ingesta del cuerpo del dios. Esta práctica de “comerse al dios”, hoy identificada con el cristianismo, es conocida como teofagia, y aparece en otras culturas de la antigüedad, entre ellas la egipcia. Tal y como explica con detalle el historiador José R. Pérez-Accino en Comer y ser comido: la muerte del dios en el Antiguo Egipto, “los nexos entre ambas historias, la que se desarrolla a orillas del Nilo y a la sombra de las pirámides y aquella otra cuya acción se ubica tradicionalmente un viernes de primavera sobre una colina pelada a extramuros de Jerusalén 2.000 años después son profundos y van más allá de las meras formas externas y aparentes de manifestación religiosa”.

CONCLUSIÓN

Tras el repaso al sinnúmero de tesis, estudios e hipótesis en ambos sentidos –tanto a favor como en contra– parece claro que muchas de las afirmaciones vertidas por los defensores del origen egipcio del cristianismo carecen de rigor histórico. Negar la originalidad del cristianismo en parte de sus cimientos es un error, como se desprende de los estudios más recientes. Sin embargo, no es menos cierto que algunas de las similitudes señaladas parecen haber tenido su origen en la apropiación de ciertos elementos egipcios que, 2.000 años después, siguen formando parte del credo cristiano. Determinar hasta qué punto influyeron algunas antiguas creencias egipcias en la fe que hoy profesan millones de personas es una cuestión que quizá puedan responder nuevos estudios en un futuro.

ANEXO:

¿COPIA DE CULTOS MISTÉRICOS?

Junto a la tesis “egipcia”, otros investigadores han sugerido que la figura de Jesús, tal y como la conocemos hoy, fue “creada” tomando elementos religiosos y mitológicos de distintos dioses de los llamados cultos mistéricos, como Mitra, Atis, Dionisios o Adonis, entre otros. Esta circunstancia explicaría las numerosas semejanzas que Jesús comparte con algunos de ellos. Aunque tuvo su mayor desarrollo a principios del siglo XX por la llamada escuela de la historia de las religiones, lo cierto es que ya en los primeros siglos del cristianismo algunos Padres de la Iglesia mencionaron estas similitudes, que ellos atribuían a una acción del diablo, quien copió con antelación las características de la verdadera fe para burlarse de Dios y confundir a los cristianos.

Entre las semejanzas señaladas están el hecho de que algunos de estos dioses mueren y resucitan, o poseen una naturaleza redentora o salvífica. El caso más popular y llamativo ha sido siempre el del dios Mitra, cuyo nacimiento se celebraba el 25 de diciembre (fecha que, efectivamente, la Iglesia apropiaría para el nacimiento de Jesús), contaba con un banquete ritual en su mitología (comparable a la Última Cena), y ascendía a los cielos tras cumplir su misión en la Tierra.

Aunque la cuestión ha generado miles de trabajos en el último siglo, parece lejos de estar resuelta. Pese a que algunas de estas semejanzas son innegables (como es el caso de la mencionada apropiación del 25 de diciembre), algunos estudiosos, como el español Jaime Alvar, han subrayado el hecho de que algunos de estos trabajos poseen ciertos errores metodológicos, pues a menudo se tiende a “destacar las similitudes y atenuar las diferencias”. Por otra parte, la ausencia de fuentes documentales, obligó a los estudiosos a reconstruir las lagunas de estos cultos siguiendo el modelo cristiano, por lo que es lógico que surjan semejanzas. En definitiva, la cuestión parece encontrarse en un callejón sin salida, de difícil solución mientras no se realicen nuevos descubrimientos.

Javier García Blanco

Puedes descargarte EOC nº 66 en:http://www.dimensionlimite.com/eoc/EOC_66.pdf

Displaying 1 Comments
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  1. Alfonso dice:

    Hay un número de voces reclamando que los relatos de Jesús como se registran en el Nuevo Testamento, son simplemente mitos y fueron el resultado de escritores que copiaron historias de la mitología pagana, tales como las historias de Osiris, Dionisio, Adonis, Atis, y Mitra. El reclamo es que estas figuras mitológicas tienen esencialmente la misma historia que la que el Nuevo Testamento describe de Jesucristo de Nazaret. Como declara Dan Brown en ‘El Código Da Vinci’ “Nada es original en el cristianismo.”

    Sin embargo, una vez que los hechos son examinados, la supuesta relación entre el Nuevo Testamento y la mitología es fácilmente probada como falsa. Para descubrir la verdad acerca de estas afirmaciones en particular y otras como ellas, es importante (1) desenterrar la historia detrás de las afirmaciones. (2) examinar los retratos históricos verdaderos de los falsos dioses que se comparan con Cristo (3) exponer los errores lógicos en los que están incurriendo los autores y (4) analizar por qué los evangelios del Nuevo Testamento pueden ser altamente confiables en presentar con exactitud al histórico y verdadero Jesucristo.https://www.gotquestions.org/Espanol/mito-de-Jesus.html

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