Published On: Sab, ene 15th, 2022

ELLA SONRIÓ PARA QUE TU NO LLORES: UNA ECM DIFERENTE

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Publicado en EOC nº 93

EOC-93“Una noche terrorífica me puse fatal. Perdí diez kilos de líquidos, pues no hacía otra cosa que vomitar entre sudores fríos. Mis padres me llevaron al hospital de La Paz (Madrid). Aquello sucedió el 15 de enero de 1987. Ante todo, me gustaría matizar, si no lo he hecho en las páginas previas, que soy una persona escéptica, y de hecho creo que lo que viví puede explicarse racionalmente gracias a los increíbles mecanismos del cerebro”, me contaba Olivia. La narración de lo que ella vivió aquel día resulta apasionante. Fue de las primeras cosas que me contó cuando nos conocimos, y desde entonces le pedí varias veces que me la repitiera. Aquí está:

“Soy atea. No creo en dioses, ángeles, santos o demonios de ninguna religión, aunque sí que tengo mis creencias basadas en lo que yo misma he vivido. De hecho, soy la primera en poner en duda la experiencia que tuve o creí tener.Olivia, a los 11 años, haciendo gimnasia. Una de sus aficiones favoritas (1)

“Cuando tenía once años, y como ya contaba, fui hospitalizada en estado casi de muerte cerebral, en coma profundo. Desde entonces y hasta 2014, era diabética insulinodependiente. Pues bien, aquel día sobre las once de la mañana mi padre llegó al hospital conmigo al hombro, pues yo iba inconsciente y, tal y como ya apuntaba, esa noche había perdido unos diez kilos entre vómitos, sudor y orina. El caso es que salieron unos médicos corriendo y me arrancaron literalmente de los brazos de mi padre. Yo de aquello apenas tengo el recuerdo de unos «flashes» difuminados por el tiempo, en los que veía a los médicos y enfermeras quitarme la ropa.

 “Lo curioso es que lo observaba todo desde fuera y no desde la camilla en la que me tumbaron. Después, una enfermera o psicóloga (mis padres no lo saben con certeza) salió llorando a decirles que debían ser muy fuertes, que mi estado era muy crítico y que no contaran conmigo (ya que mi cerebro estaba muriéndose). De hecho, solo si lo que me inyectaron era capaz de hacer efecto, y lo hacía a tiempo, tendría la posibilidad de vivir, pero sin garantizar en qué condiciones. Aun así insistió en que tenían que ir asumiendo lo peor.

Olivia en su visita a RNE para presenciar -Espacio en Blanco-“Lo siguiente para mí fue ver el techo pegado a mi cara, me di la vuelta y vi mi cuerpo, con dificultad ya que me tapaban las cabezas de médicos y enfermeras que estaban sobre mí. Distinguí cómo me ponían cables, me conectaban a aparatos, me inyectaban… Pero lo más gracioso es que yo, sabiendo que era esa niña tumbada, pensé: «que aburrido» y me marché. Para mí, en ese momento, la niña de la camilla (yo) era como un vestido viejo y abandonado que en absoluto me importaba dejar tirado.

“Lo que pasó por mi mente después fue la conciencia de que me moría, y en absoluto me preocupó. Eso sí, antes quise despedirme de algunas personas. Otra de las muchas cosas que no he llegado a comprender, es por qué fui a ver a unos y no a otros, que eran mucho más importantes o allegados a mí como es el caso de mis padres (que estaban al lado), hermanos, abuelos y familiares maternos (casi todos vivían en Lérida).

“Es como si solamente pudiera moverme en un perímetro limitado. Tan solo tenía que pensar en alguien para aparecer en el lugar en el que este se encontraba. Curiosamente, siempre les veía desde el techo y cerca de una puerta de la estancia donde se hallaba la persona. Éstas no se percataban de mi presencia, y continuaban con sus quehaceres. Yo era invisible para ellos, si es que en realidad estuve ahí.Olivia, bailando con la muerte

“Los únicos en mirarme fueron mis perros, a los que también quise ver antes de «morir». En ese momento me di cuenta de que no me quedaba tiempo para más visitas, y que tenía algo muy importante que hacer antes de marchar «al otro lado». Lo siguiente fue ir a casa de un hombre, el citado santero, con el fin de recuperar el objeto con forma de cubo de madera, que en ese momento, no sabría explicar por qué, yo deseaba más que nada en este mundo.

“Lo gracioso es que primero aparecí frente a su edificio, el cual desconocía y desconozco donde está. Después, en la entrada de su casa, y como dato contar que me desplacé por el techo (la sensación no era nada agradable, era como estar unida a este por la fuerza de un imán). Eso sí, supongo que mi parte aún racional/material me hizo acceder a las habitaciones por las puertas (algunas cerradas) y no atravesar paredes ni techos o suelos, sin ningún problema, hasta llegar al gabinete del citado individuo. Ahí estaba el objeto (con supuesto poder) que yo tanto ansiaba, pero me costaba muchísimo bajar del techo y, en ese momento, aquel hombre entró en la habitación y yo me asusté, desapareciendo de allí.

“Lo siguiente que recuerdo es un túnel, pero «mi túnel» no era oscuro como estoy cansada de escuchar y leer, «mi túnel» era azul como el cielo raso de verano, era simplemente hermoso y lleno de luz. No sentí ningún miedo, al contrario, era intensamente feliz. La sensación fue de libertad absoluta, tanto material como mental. Yo sólo tenía conciencia de mi «yo» presente, de ese momento. Nada del pasado, ningún recuerdo, ni pena por la niña que era momentos antes (bueno, digo momentos, pero lo cierto es que no tenía conciencia del tiempo real). Al fondo, había una inmensa «bola» de luz blanco azulada, cálida y bellísima hacia la que me desplazaba como si estuviera flotando.

Olivia junto a la tumba de sus abuelos maternos, donde acabó siendo enterrada“También he de decir que fui consciente de no tener cuerpo físico, ni siquiera imagen de lo que fue mi anatomía. Sí sabía que tenía unos límites pero eran invisibles para mí, no había brazos, piernas, ni ojos con los que ver (otra de las cosas que no pude comprender, puesto que observé mi cuerpo invisible buscándolo con unos ojos inexistentes). Mi único pensamiento era el de fundirme con la luz, no el de atravesarla, sino el de formar parte de ella.

“Al final de «mi túnel» no había nadie reconocible esperándome, ningún familiar muerto o persona alguna. Eso sí, había dos presencias sin cuerpo físico ni forma (igual que yo) que, aunque desconozco el motivo, percibí con toda claridad. Una a cada lado del final, uno un poco más adelantado que el otro. Y fue éste mismo, el más cercano a mí, el que me transmitió un pensamiento de forma mental ya que no había ni voz, ni palabra, ni boca, ni oídos… El mensaje fue claro: «No es tu momento, vuelve».Olivia y el autor

“Sólo sé que en ese instante noté como si un gigantesco aspirador o turbina me absorbiera alejándome de la luz y de las dos presencias, y el monumental cabreo e impotencia (por así decirlo) que sentí al no poder llegar a la luz fue tremendo, ya que yo no quería volver a mi cuerpo físico, a mi vida. Lo siguiente que recuerdo fue un despertar intermitente en el que sufrí una gran confusión durante muchas horas. Como curiosidad diré que varios días después, uno de los enfermeros que me asistió en urgencias, el día del ingreso, al verme palideció y alarmado dijo que qué hacía yo allí, si él mismo me vio muerta.

“Lo cierto es que, como persona escéptica que me considero, y diabética que he sido hasta mi trasplante (el cual narraré en el capítulo 17), sé que cuando hay un coma diabético el paciente sufre un gran desorden y caos mental, y en mi caso fueron más de 24 horas en estado crítico.

ellasonrioperfilado_500“Y eso es todo lo que puedo contar de mi experiencia, real o no, treinta años después. Así es como la recuerdo. Por cierto, yo no tuve ningún trauma a raíz de aquello que creo viví y relaté desde un primer momento a mis familiares. Tampoco sentí la necesidad de ser mejor persona, tal y como refieren muchos testigos de experiencias cercanas a la muerte, ni me afectó la noticia de mi enfermedad, cosa que me tomé con tranquilidad y resignación, cosa que sorprendió al psicólogo infantil que me atendió después.

“Con ello no pretendo dar a entender que yo o mi cerebro seamos ni especiales ni más fuertes, sino simplemente lo cuento como ocurrió, o insisto, como creo que ocurrió aquella experiencia que con tanto cariño recuerdo”. Y que tantas veces, y exactamente con los mismos detalles, me narró a mí, añado.

¿Y tú, querido lector, has vivido o conoces a alguien que afirme haber vivido una de estas experiencias… cercanas a la muerte?

David Cuevas

 

ELLA  SONRIÓ  PARA  PARA QUE TÚ NO LLORES

 71m6C6Vz3ESNunca he creído en los libros de autoayuda… hasta hoy. Porque la historia de Olivia, nuestra Oli, es mucho más que eso. Nunca he creído en coachs, terapeutas ni oradores motivacionales. Y sigo sin creer. Porque los grandes bestseller; Robbins, Eker, Canfield, Hay, Ferriss, Kiyosaki, Choppra… se me antojaban teóricos del dolor, especuladores del sufrimiento, ideólogos del trauma, mercaderes de la angustia. Pero Oli no era una teórica. Oli era una superviviente.

Transitó durante toda su vida la oscura senda de la enfermedad, que lejos de amilanarla, la convirtió en una guerrera. Fuerte. Noble. Audaz. Un ángel dispuesto siempre a presentar batalla en favor de quienes no pueden defenderse, porque no tienen manos con las que empuñar un escudo, sino patas. Como ella decía “todos saben que los ángeles tienen alas, pero pocos recuerdan que también empuñan espadas”. (Pág. 221)

La historia de Oli es un libro fácil de leer -menos para quienes la conocimos-, porque tiene un objetivo secreto. Una misión trascendente, dirigida directamente a ti. Al lector anónimo que nunca conoció a Oli. Y esa misión secreta es la conversión alquímica del plomo -denso y pesado, como una vida atada a la enfermedad- en oro -luminoso y brillante como la esperanza-. Porque incluso quienes intuíamos en Oli esa profunda sabiduría experiencial, que genera vivir “con la espada de Damocles de la muerte permanentemente pendiendo sobre tu cabeza” pag.164), desconocíamos, hasta ahora, todo lo que iba a enseñarnos. Incluso yo, que el 17 de febrero de 2020 -solo unas horas después de regresar de su entierro-, no pude refrenar el impulso de escribir “Las siete enseñanzas de Oli” (texto que David ha tenido la amabilidad de incluir en el libro), que quedé corto. Muy corto.Olivia, junto al autor, en su primer y último viaje en avión - copia

Me he leído el libro de un tirón. En una noche. No recuerdo haber leído con tanta dificultad un libro -a causa de las lágrimas- desde que devoré “Caballo de Troya” de J. J. Benítez, siendo un adolescente con vocación sacerdotal. Parando cada pocas páginas para coger aire, y otra caja de kleenex. Agradeciendo profundamente a David, único depositario de este tesoro existencial, que haya tenido la generosidad de compartir con todos sus lectores a esa Oli sabia, profunda y curtida en mil batallas, que hasta ahora solo él conocía. Gratitud.

Es imposible, al menos para mi, definir “Ella sonrió para que tu no llores”. Pero se lo que no es. No es solo una biografía, ni un libro sobre anomalías, sincronicidades inexplicables y experiencias cercanas a la muerte. No es una investigación sobre las luces y sombras de la medicina, ni es un manual de autoayuda. Tampoco es un argumentario a favor de los animales, los trasplantes o la urgencia de vivir en armonía con la naturaleza, ni un decálogo del valor de ser consecuente con las propias decisiones. Pero es todo eso y mucho más a la vez. Un descubrimiento insospechado que si nos ha dejado boquiabiertos a quienes conocíamos a Oli, dejará sin aliento al lector que no sepa absolutamente nada de ella.

Porque Oli, “un ángel caído que nunca paró de levantarse” (pág. 174), resurgía de cada batalla contra ”la huesuda de la guadaña”, con nuevas cicatrices -tanto en el alma como en el cuerpo-, pero desarmando a la parca con su eterna y luminosa sonrisa. Una sonrisa permanente, imbatible, inasequible a los golpes feroces del destino y que subrayaba la firma de su mirada, para que quienes la queríamos no llorásemos por un dolor que solo ahora, en estas páginas, podemos llegar a atisbar.

Hoy siete seres humanos, anónimos y desconocidos, pueden salvar la vida física gracias a Oli, como ella la salvó en su momento gracias a otro ángel, una anónima princesa, que permitió el doble trasplante de riñón y páncreas que le concedió una prórroga de cinco años en el terreno de juego. Porque ese es el radio inmediato de acción al que podemos llegar cada uno de nosotros si decidimos convertirnos en héroes como ella: siete vidas salvadas por cada donante.

Pero esos son solo los beneficiarios del legado físico de Oli. Ahora, gracias a estas páginas, somos millones los que también podemos salvarnos del conformismo, la desesperanza, la autocompasión, el miedo, la inseguridad, etc. David dice que gracias a Oli perdió el miedo a la muerte (pág. 177). Sus lectores hemos perdido el miedo a la vida.

Yo siempre supe que David Cuevas era un héroe. De incógnito. Disfrazado. Oculto bajo esas gafas de pasta. Escondido bajo esa apariencia de seriefilo despistado. Mimetizado como periodista de exigente perfeccionismo irreverente y de sinceridad insoportable. Siempre intuí que se ocultaba un titán. Un Superman travestido de reportero de mil Daily Planet del misterio. Me gusta descubrir que mi intuición era acertada. Mi olfato de sabueso nunca me ha fallado y esta vez no iba a ser la primera vez. Aunque nuestro Clark Kent no ha resultado ser un extraterrestre… sino un terrestre extra.

Porque detrás de toda gran mujer, solo puede existir un gran hombre. Y una heroína como Oli solo podía compartir su lucha con un héroe a su altura. Una estatura que solo alcanzan los gigantes.

Lo primero que hice al terminar el libro de David, de Olivia, fue buscar en: http://www.ont.es la oficina más cercana de la Organización Nacional de Transplantes y enviar mi solicitud. Yo también quiero ser un héroe. Como él. Como ella.

86773296_1479626752196846_7933452435694026752_n-184x300Recuerdo que el día de su entierro, me impresionó mucho la imagen final de su tumba. La que se quedó en mi retina. Literalmente cubierta de flores. Jamás había visto nada parecido. Parecía la tumba de una estrella de cine. De un escritor famoso. De un líder espiritual o político… Pero Oli era una chica anónima, sencilla, normal… aparentemente.

Solo hoy, tras terminar la última página de su libro, lo comprendo. En el liviano ataúd que yacía sepultado por la desconcertante montaña de flores, se custodiaba un tesoro. Aquel cuerpecillo menudo, delgado, frágil en apariencia, cubierto de cicatrices por las infinitas intervenciones quirúrgicas, encerraba el espíritu de una walkiria, de una amazona, de una meiga… tan guerrera como sabia. Y ahora el secreto ha sido desvelado a través de estas conmovedoras e inspiradoras páginas.

Gracias David, por compartir con nosotros a esa Oli que hasta ahora tenías solo para ti… Gracias. David lo dice, haciendo suya una cita de Westworld: “Solo vives hasta que la última persona te recuerda” (pág.17).

Yo lo expresaré de otra manera. En el animismo africano el más allá no se considera un lugar, sino un periodo de tiempo. Tras la muerte, el espíritu continúa viviendo mientras exista alguien que pronuncia tu nombre. Ese periodo de tiempo, ese más allá cercano, se conoce como Shasha, el pasado reciente. Y solo quienes han hecho cosas en vida lo suficientemente importantes como para que su nombre se pronuncie y se recuerde de generación en generación, pasan al Zamadi. El pasado remoto. El lugar donde viven para siempre los héroes inmortales. Y ahora, gracias a este libro, ahí es donde morará para siempre Oli, convertida en una heroína inmortal.

 Manuel Carballal

 

Para saber más:

“Ella sonrió para que tú no llores” de David Cuevas. Publicado por Ediciones Cydonia. El 100% de lo recaudado por la venta de este libro en lo referente a sus derechos de autor, será íntegramente destinado a dos asociaciones sin ánimo de lucro: la Federación Nacional de Asociaciones ALCER, de atención a personas con enfermedad renal crónica; y La Camada, una Asociación Protectora de Animales de Guadalajara.

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